El diario de un psic¨®pata
Probablemente uno de los momentos m¨¢s delicados para un periodista es cuando tiene entre manos una informaci¨®n exclusiva, cierta y de enorme impacto period¨ªstico, pero con un contenido tan terrible o morboso que su publicaci¨®n, y, sobre todo, la manera de presentarla, suscita tambi¨¦n problemas ¨¦ticos.?Qu¨¦ hacer? Por un lado, sus reflejos profesionales le empujan a defender su completa publicaci¨®n, en respuesta al derecho de los lectores a recibir informaci¨®n. Por otro, existe la posibilidad de que ese argumento esconda el deseo de impactar a la opini¨®n p¨²blica, incluso apelando a la morbosidad. No es f¨¢cil decidir c¨®mo dar esa informaci¨®n, y no existen adem¨¢s normas claras a las que acogerse.
Este problema se plante¨® el pasado d¨ªa 8 de junio a los responsables de EL PA?S. El peri¨®dico obtuvo una exclusiva de gran impacto period¨ªstico: el diario ¨ªntimo de Javier Rosado, un joven de 20 a?os que est¨¢ acusado de asesinar a un hombre como parte de un juego de rol, y que posiblemente reconstru¨ªa en esas p¨¢ginas su espeluznante acci¨®n. La direcci¨®n decidi¨® publicar textualmente esas p¨¢ginas, suprimiendo aquellas frases que consider¨® "especialmente repugnantes".
La Defensora del Lector ha pedido al director de EL PA?S, Jes¨²s Ceberio, que les explique a ustedes c¨®mo lleg¨® a la decisi¨®n de publicar ese diario y de suprimir algunos p¨¢rrafos.
"Ante el diario de Javier Rosado", comenta Ceberio, "nos planteamos varias cuestiones. La primera y m¨¢s elemental, su autenticidad; esto es, que no fuera un texto ap¨®crifo. Una vez verificado esto con suficientes garant¨ªas, entend¨ª que era necesaria una consulta jur¨ªdica sobre la posible indefensi¨®n que pod¨ªa crear al acusado: al tratarse de una prueba incorporada al sumario, llegamos a la conclusi¨®n de que no interfer¨ªa en el proceso".
"Al mismo tiempo", 'prosigue, "comprobamos que las calles que se citaban en el escrito y los detalles del propio crimen se ajustaban a la versi¨®n policial y forense, para asegurarnos de que el relato respond¨ªa, al menos en lo esencial, a lo sucedido en esa tr¨¢gica versi¨®n del juego de rol. Que no era, en fin, la fantas¨ªa de un psic¨®pata".
"Hechas todas estas averiguaciones", explica el director de EL PA?S, "quedaba la decisi¨®n m¨¢s importante: si lo public¨¢bamos o no. Un relato tan fr¨ªo y a la vez tan morboso de un crimen pod¨ªa provocar en algunos sectores un cierto efecto de imitaci¨®n, pero como contrapartida el diario era una pieza indispensable para entender lo sucedido y, tal vez, pod¨ªa contribuir a evitar su repetici¨®n. De esto ¨²ltimo tengo serias dudas, pero tampoco creo que el objetivo fundamental de los peri¨®dicos sea hacer mejores a los hombres, seguramente basta con que les ayuden a conocer su lado m¨¢s oscuro".
"La ¨²ltima cuesti¨®n", termina Jes¨²s Ceberio, "era, en fin, si lo public¨¢bamos ¨ªntegro o no. La acumulaci¨®n de horror era tan densa en algunos pasajes que decid¨ª publicar una muestra suficientemente amplia y significativa, al mismo tiempo que ahorraba al lector las descripciones m¨¢s horribles".
Al d¨ªa siguiente, Ceberio plante¨® la discusi¨®n en la reuni¨®n que celebra todas las ma?anas con los subdirectores y redactores jefes de EL PA?S. Los cargos intermedios del peri¨®dico apoyaron un¨¢nimemente la decisi¨®n de publicar el diario de Javier Rosado.
Debo decir que se ha producido una gran coincidencia entre los lectores y los periodistas. Este departamento s¨®lo ha recibido una carta de protesta, por lo que deduzco que los lectores de EL PA?S tampoco han experimentado dudas ni rechazo.
La Defensora del Lector cree, sin embargo, que la queja de Angeles Prieto, de Madrid, merec¨ªa ser recogida porque planteaba problemas de fondo y porque, en temas controvertidos como ¨¦ste, es importante que los lectores conozcan por boca de los responsables de EL PA?S qu¨¦ debates se plantean en la Redacci¨®n y c¨®mo se resuelven.
Tambi¨¦n cree que es oportuno, para ustedes y para los periodistas, conocer puntos de vista distintos, y a veces opuestos, a los exclusivamente profesionales. Por eso ha pedido igualmente su opini¨®n a un catedr¨¢tico de ?tica, Fernando Savater, y a un jurista, Clemente Auger, presidente de la Audiencia Nacional. He aqu¨ª sus respuestas.
Fernando Savater. En principio, me parece alarmante la excesiva rapidez con la que se ha dispuesto de un documento privado. Ni el acusado de un delito pierde por estarlo el derecho moral a que su intimidad sea respetada ni el inter¨¦s p¨²blico es argumento suficiente para atropellar la privacidad de mi vecino: a todos nos interesan cosas de los dem¨¢s que no tenemos derecho a conocer (a veces es por eso por lo que interesan).
La fascinaci¨®n morbosa de ese diario es indudable, tambi¨¦n su tir¨®n period¨ªstico y hasta cierto m¨¦rito literario, pero su publicaci¨®n ha convertido a su autor en el monstruo del d¨ªa y le ha sometido al juicio paralelo e ingenuamente despiadado de la opini¨®n p¨²blica.
Ese muchacho se dice que mat¨® siguiendo las pautas de un juego de rol; la publicaci¨®n de su diario le ha convertido en el enemigo a destruir del juego de rol social que jugamos los dem¨¢s. ?Cu¨¢ndo aprenderemos todos -¨¦l y nosotros- que hay cosas con las que no debe jugarse?
Clemente Auger. Los fragmentos publicados del diario de uno de los autores del llamado asesinato del rol son indicativos de dos aspectos que impiden o al menos aconsejan su no publicaci¨®n en un diario de informaci¨®n nacional.
Por una parte, est¨¢n integrados como prueba obtenida dentro de la instrucci¨®n judicial. De ah¨ª su debida protecci¨®n, que no impide la informaci¨®n externa del hecho.
Por otra, los textos se integran en la intimidad del hoy acusado, que puede violentarse judicialmente por necesidades de investigaci¨®n y para la determinaci¨®n de la culpabilidad. Pero su violencia no est¨¢ debidamente justificada por el inter¨¦s p¨²blico de la informaci¨®n, que est¨¢ suficientemente atendida con la exposici¨®n del hecho y de sus circunstancias externas.
Y, por ¨²ltimo, no existe justificaci¨®n para la reproducci¨®n de las injurias a la v¨ªctima.
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