Espa?olis¨ªmos
Vuelve Espa?a. Lo mismo que volvi¨® el hombre. Volvi¨® tal como nos lo contaron los publicistas, y ya saben: "El algod¨®n no enga?a". Ahora lo que vuelve con fuerza irresistible es la Espa?a eterna, con su ¨¦pica, con su majeza, con su gracia, y con su cancionero.El otro d¨ªa en Madrid, en el ruedo ib¨¦rico de su plaza de toros, en el homenaje popular al cantante Juanito Valderrama, se dieron cita m¨¢s o menos reconciliadas las dos Espa?as: el Ayuntamiento y la Comunidad, Lola Flores y Serrat. Aquello quiso ser una cr¨®nica cantada de nuestras sentimentalidades. All¨ª, en la euforia nocturna y folcl¨®rica, h¨ªmnica y madrile?a de Valderrama, daban ganas de gritar, como le pas¨® a V¨¢zquez Montalb¨¢n cuando se acerc¨® a nuestro cancionero: ?Vivapa?a! ?Si es que no se pod¨ªa aguantar tanta majeza y tanta profundidad!
Y, sin embargo, sent¨ª un escalofr¨ªo, no me gust¨® la vuelta de Espa?a, ni por estas letras, ni por esta m¨²sica. Yo no soy esa, ni tampoco soy la otra. A m¨ª no me gusta volver a ser ni?o de primera comuni¨®n, ni ponerme contento por tener una vaca lechera, ni seguir esperando ese beso de amor que no se lo dan a cualquiera, ni tener una casita peque?ita en Canad¨¢, ni viajar de Madrid al cielo despu¨¦s de un cocidito, ni que se me borren las penas con un pasodoble espa?ol, ni me creo que las cosas que tiene Espa?a no las tenga el mundo entero.
Y nunca, nunca, con perd¨®n de ese entra?able cantor que es Juanito Valderrama, podr¨¦ hacer que mi sentimentalidad se confunda con la misma canci¨®n que emocionaba "al general". ?C¨®mo puede mi generaci¨®n antifranquista recuperar letras como la de El emigrante? Por m¨¢s lectura surrealista que le he querido poner a la cosa, no me salen las cuentas, ni las letras. Lo siento, no me veo "haciendo un rosario con tus dientes de inarfil". Me dar¨ªa mucha grima, adem¨¢s, no uso rosarios. Tampoco veo a las gentes de la emigraci¨®n, o del exilio, como dijo Juanito -?ser¨ªa un despiste?- portando en tierra extra?a y en su pecho de currantes estandartes con los colores de Espa?a, con su patria, con su novia, con una virgen y con un rosario de cuentas fabricado con dientes de marfil. Demasiado lastre para madrugar y poner se camino al tajo en cualquier autob¨²s del extrarradio de Stuagart o de Hannover. Adem¨¢s, no creo ni que fuera cierto eso del marfil. 0 mienten las fotos de posguerra trucando, para peor, aquellas dentaduras o miente la copla.
?Ya me gustar¨ªa a m¨ª poder mentir!, dec¨ªa un per sonaje de Almod¨®var. Pues eso, ?ya me gustar¨ªa a m¨ª poder participar de esos himnos! Mejor dicho, no me gustar¨ªa nada. No soy partidario.
Tampoco creo eso de que mientras no cambien los himnos, nada habr¨¢ cambiado. Hemos cambiado muchas veces los himnos, crecimos con monta?as nevadas, seguimos con no te quieres enterar, ye ye, nos fuimos a la calle que ya es hora de paseamos a cuerpo, continuamos enamorados de la moda juvenil, nos encontramos viendo pasar el tiempo en la Puerta de Alcal¨¢, pongamos que hablo de Madrid. S¨ª, de Madrid que mal resistes, de Madrid volviendo a las coplas de la patria suya. Yo as¨ª no canto.
Yo me exilio de la Espa?a de El emigrante, me voy con los Rolling al estadio Calder¨®n, por el camino salvaje con Lou Reed o con los monjes de Silos. Eso, un verano a la sombra de un monasterio, eso s¨ª que son superventas, y adem¨¢s, no se les entiende y saben lat¨ªn.
Las cosas que tiene Espa?a no las tiene el mundo entero, porque aqu¨ª mientras te enga?an te van diciendo: ?Te quiero! No quiero.
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