La simiente del fundador
A principios de los ochenta, si alguien deseaba comprobar las ambivalencias del eurocomunismo a la espa?ola, no ten¨ªa m¨¢s que asomarse a la fiesta que anualmente celebraba el Partido Comunista de Espa?a en la Casa de Campo. All¨ª, dos pabellones extranjeros, cara a cara, en situaci¨®n de privilegio, informaban al visitante de la doble fidelidad a que se aten¨ªa el jefe supremo del comunismo espa?ol. Uno de ellos era del Partido Comunista Italiano, representaci¨®n del comunismo democr¨¢tico. Enfrente, el pec¨¦ de Corea del Norte, encarnaci¨®n de una dictadura comunista encabezada por un l¨ªder carism¨¢tico, delirantemente carism¨¢tico, Kim II Sung, el gran amigo de Santiago Carrillo. Las malas lenguas, hablaban de concesiones comerciales o de la satisfacci¨®n que a nuestro secretario general le procuraban los recibimientos con honores de jefe de Estado. M¨¢s concreto, Fernando Claud¨ªn explicaba el flechazo entre ambos l¨ªderes, como el que surgi¨® entre Carrillo y Ceausescu por el paralelismo de dos personalidades autoritarias, apegadas a una concepci¨®n de comunismo nacional liberado de la tutela de las dos grandes potencias del campo socialista, la URSS y China, y que tuvieron que atravesar momentos dif¨ªciles para asentar en los a?os cincuenta sendos liderazgos indiscutibles. Desde el primer encuentro en 1969, Carrillo se deshar¨¢ en alabanzas hacia Kim: Corea del Norte era la Suiza de Oriente. En sus recientes memorias, al llegar al personaje, detiene el relato y lanza una cascada de elogios hacia el Gran L¨ªder, impulsor del bienestar, la paz y la reunificaci¨®n de su pueblo.Hay, pues, un elemento significativo en la trayectoria pol¨ªtica de Kini II Sung que concierne al funcionamiento del poder en el interior de los sistemas comunistas tras la consolidaci¨®n estaliniana. En el l¨ªmite, la cadena de sustituciones que lleva del protagonismo del proletariado al del partido, de ¨¦ste a sus ¨®rganos de direcci¨®n, y de los mismos a un poder personal, sacralizado, cuasi mon¨¢rquico en su ejercicio, aparece como consecuencia l¨®gica del establecimiento de los comunismos nacionales. Como comprobaci¨®n del principio de que iniciando la vuelta al mundo por la extrema izquierda, se va a parar a la extrema derecha, el caso norcoreano ha sido la muestra lograda de c¨®mo una dictadura del proletariado puede desembocar en el establecimiento de una dinast¨ªa roja. Simplemente, Kim II Sung triunf¨® all¨ª donde fracasaron sus colegas Ceausescu y Jivkov. A¨²n recuerdo los esfuerzos de los ide¨®logos oficiales b¨²lgaros, hacia 1980, para probar la importancia del c¨®digo gen¨¦tico en la determinaci¨®n del car¨¢cter revolucionario de Lenin, a fin de fundamentar la posible sucesi¨®n de Jivkov por su hija predilecta, a la que pronto se llevar¨ªa la muerte. El caso de la frustrada dinast¨ªa Ceausescu es tambi¨¦n de sobra conocido.
Deificaci¨®n
El grado de deificaci¨®n alcanzado por el culto a la personalidad prestado a, y exigido por, el fallecido dictador a sus s¨²bditos, encuentra ra¨ªces propias, am¨¦n de la influencia mao¨ªsta. No en vano se alude en Corea del Norte a la integraci¨®n del comunismo con el zhuch¨¦, las formas de organizaci¨®n y poder espec¨ªficas del pueblo coreano. En ese cuadro mental, ocupaba un lugar destacado el mito de Tan'gun, El Se?or del Abedul, hijo del dios del cielo, rey que ordena los fen¨®menos de la naturaleza y ense?a a los hombres la agricultura,. la moral y la ley. Ser¨ªa el antepasado de todos los coreanos y el soporte de una existencia nacional anterior a la de Jap¨®n. Un buen d¨ªa se abri¨® el cielo y baj¨® el rey-dios para establecer la comunidad de coreanos. En la falsa secularizaci¨®n comunista, Kim II Sung se autodesign¨® para suplantar como fundador al viejo dios que desciende a la tierra. Ahora podr¨¢ comprobarse si desde su estatua dorada es capaz de transmitir su dominio, cargado de sacralidad, al heredero silencioso y disipado.
Con raz¨®n apuntaba Carlos Marx que en ese tipo de relaciones comunitarias, aparentemente id¨ªlicas, se hallaba la ra¨ªz del despotismo oriental; mal pod¨ªa imaginar que acabar¨ªan fundi¨¦ndose con su legado pol¨ªtico.
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