Caballito volador
Gin¨¦s Cartagena echaba su caballo a volar y embargaba al p¨²blico de felicidad. El vuelo quedaba corto, ya puede suponerse, porque un caballo no es un jilguero; se nota a primera vista, sin necesidad de ser veterinario, ni zo¨®logo, ni nada. Bien es cierto que el caballo hac¨ªa lo que pod¨ªa cuando Gin¨¦s Cartagena le azuzaba para que se pusiera de manos, pegara el salto y surcara los espacios siderales o, quien dice siderales, dos o tres metros por cima del redondel. El caballito volador era una monada, y s¨®lo porque uno no es yegua se abstuvo de bajar all¨¢ y llev¨¢rselo al huerto.El zamarreo de Gin¨¦s Cartagena no era balad¨ª. Hab¨ªa cabalgado levantando espesa polvareda, practicado el destoreo caballar, ejecutado banderillas en la meritoria modalidad del viol¨ªn, acuchillado al toro y, concluido el abuso, apenas 40 espectadores ped¨ªan la oreja. De manera que determin¨® agitar a las masas, para lo cual se tir¨® del caballo, peg¨® un bote montaraz, se subi¨® de nuevo e hizo brincar como poseso al caballito volador. Y, efectivamente, las masas se agitaron: de 40 pasaron a ser 400 los peticionarios de oreja, o acaso fueran 4.000, aunque no se podr¨ªa asegurar: inoportuno cervecero que se plant¨® delante cort¨® la cuenta cuando ¨ªbamos por el orejista 392.
Boh¨®rquez / Cuatro rejoneadores
Toros desmochados para rejoneo de Ferm¨ªn Boh¨®rquez, que dieron juego.Gin¨¦s Cartagena: rej¨®n traser¨ªsimo, muy bajo, rej¨®n trasero y rueda de peones (oreja). Ferm¨ªn Boh¨®rquez: rej¨®n ca¨ªdo, rueda de peones y, pie a tierra, cuatro descabellos (ovaci¨®n y salida al tercio). Luis Domecq: cuatro pinchazos y otro descordando (divisi¨®n). Antonio Domecq: rej¨®n traser¨ªsimo, rueda de peones y, pie a tierra, descabello (oreja). Por colleras: Cartagena, con Boh¨®rquez: pinchazo y rej¨®n bajo (dos orejas); Antonio Domecq, con Luis Domecq: rej¨®n delantero escandalosamente bajo (dos orejas). Los cuatro salieron a hombros. Plaza de Valencia, 30 de julio. 11? y ¨²ltima corrida de feria. Cerca del lleno.
El presidente dio m¨¢s orejas, hasta seis, porque es tan orejista como el p¨²blico. Y no le importaba que los rejoneadores mataran de bajonazo para regalarlas a pares. Ocurri¨® en las llamadas colleras, esa verg¨¹enza nacional. Antes hab¨ªan estado Luis Domecq y Antonio Domecq, muy toreros en sus respectivas actuaciones, aunque clavaban las banderillas en cualquier lugar menos en lo alto. Antonio Domecq mat¨® pronto y se llev¨® una oreja, en tanto Luis Dornecq estuvo desacertado en la suerte toricida y no se llev¨® ninguna.
La demora al matar priv¨® tambi¨¦n de oreja a Ferm¨ªn Boh¨®rquez que, sin embargo, despleg¨® toreo bueno: arte y t¨¦cnica al templar las embestidas de frente, banderillas prendidas mediante variedad d¨¦ suertes, reuniones al estribo...
Fatalment¨¦ llegaron las colleras con los caballazos voladores de Cartagena y algunas muestras de alta escuela a cargo de los Domecq, que no paliaban la miseria del toro, enloquecido e indefenso en medio de semejante tropel. Y, al acabar encerrona y feria, sacaron a los rejoneadores a hombros. Fuera hab¨ªa unas docenas de muchachos manifestando su protesta con pitos y pancartas. Y uno ya se iba a pasar all¨ª con armas y bagajes. Pero no iban contra las colleras sino contra las corridas de toros. ?Oh, qu¨¦ frustraci¨®n! De todos modos equivocaron el d¨ªa: ?tienen algo que ver las corridas de toros con lo que dentro se perpetr¨®?
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