El mundo seg¨²n el hombre-hombre
El machismo hipertrofiado de los abaku¨¢, una sociedad secreta cubana
"El hombre-hombre no mama sexo de hembra. Si lo hace est¨¢ mamando indirectamente pinga y se tira por la ventana. El hombre-hombre, por supuesto, no se deja mamar el sexo porque, si esa boca ya mam¨®, es pinga con pinga y se tira por el balc¨®n. Tampoco se deja tocar las nalgas, ni siquiera por su mujer. El hombre-hombre no difama, respeta a la mam¨¢, no echa palante a un compa?ero, no le falla a un ekobio. El hombre-hombre vive de su trabajo, siempre trabajo de hombres, no es artista porque el negro fino es maric¨®n".El hombre-hombre, autor de esta declaraci¨®n de principios, luce unos pectorales modelo armario de dos cuerpos, cadenas suspendidas del gaznate que provocar¨ªan hematomas en cualquiera de inferior virilidad, dos incisivos de oro, anillos y pulseras en cantidad suficiente para despertar la envidia de un bisutero mayorista, y pa?uelo rojo en constante viaje del bolsillo trasero a los churretones de sudor del cuello y sienes. Completa sus atributos externos un repertorio de gestos a medio camino entre los de un camorrista napolitano y los de un mat¨®n de Harlem.
El hombre-hombre es un abaku¨¢, un ?¨¢?igo, un miembro de una secta secreta cubana cuyos mandamientos son una ensalada de creencias y rituales africanos, lazos de fraternidad insoslayables y estrictas reglas de un machismo hipertrofiado.
Tras 35 a?os de materialismo dial¨¦ctico, el n¨²mero de potencias, naciones o juegos (nombres con que se conocen sus c¨¦lulas) sobrepasa el centenar s¨®lo en La Habana y la cifra de adeptos, superior a 15.000, crece en esa ciudad, en Matanzas y en C¨¢rdenas con la lucha por la supervivencia que se ha desatado en la isla.
"Para ser hombre no hay que ser abaku¨¢; pero para ser abaku¨¢ hay que ser hombre", afirma una m¨¢xima ?¨¢?iga. No basta con ser hombre. Hay que carecer de remilgos gastron¨®micos porque el rito de iniciaci¨®n constituye una prueba de resistencia f¨ªsica, moral y estomacal. Al rayar la medianoche de algunos s¨¢bados se celebra el plante en el que veinte o treinta ind¨ªsemes o ne¨®fitos participan con los ?¨¢?igos en una procesi¨®n iluminada por antorchas bajo la vigilancia distante de la polic¨ªa revolucionaria. Los descamisados pasean es tandartes, tambores y cristos, precedidos por los iremes, diablillos danzantes, encarnaci¨®n de esp¨ªritus traviesos y francamente malignos que ya en 1930 conmovieron a Garc¨ªa Lorca.
Las potencias son racialment¨¦ homog¨¦neas y predominan las tonalidades oscuras que oscilan entre el tono canela del mulato ochav¨®n y el negro-negro, tambi¨¦n denominado negro-tel¨¦fono. Existen algunas naciones. blancas y en Matanzas act¨²a una integrada por chinos y reputada por la perfidia de sus diablitos.
Las puertas de las naciones negras no est¨¢n selladas por completo para los blancos.
-A condici¨®n de renegar de tu propia raza -dice H¨¦ctor, un Iyamba, jerifalte de una prestigiosa potencia habanera.
-?Y c¨®mo se reniega?
-Es muy f¨¢cil, chico. Basta con arrancar de un mordisco la cabeza de un gallo, beber su sangre y decir la frase.
-?La frase?
-"Estoy dispuesto a beber la sangre de un blanco como bebo la de este gallo".
- La parte secreta de la ceremonia transcurre en la zona oculta del templo, el cuarto famb¨¢. El brujo comienza por limpiarlo de malos esp¨ªritus con el auxilio de sangre de chivo o de gallo decapitados, que vienen a ser como el Mister Propper del animismo. Los oficiantes se asean frot¨¢ndose un gallo por todo el cuerpo.
-Pero hay que meterle la cabeza debajo del ala para que no vea los esp¨ªritus malignos del famb¨¢. Si no, se vuelve loco.
-?Y se bebe la sangre?
-S¨ª, pero no sola. Se le agrega m¨¢s sangre, del chivo degollado, jugo de ca?a, ron y p¨®lvora.
Una vez fortalecido por el c¨®ctel, el novicio escuchar¨¢ por fin la voz del eku¨¦ que condensa el misterio abaku¨¢. A trav¨¦s de los ronquidos del tambor sagrado se manifiesta Abas¨ª, el Dios supremo. Para producir este mugido que el converso escucha despavorido con los ojos vendados, apoyan una ca?a en el centro del cuero, deslizan los dedos empapados en sangre de gallo por la ca?a, el parche vibra y un zumbido sobrenatural invade el famb¨¢. Abas¨ª habla, con voz de zambomba.
El origen de la secta abaku¨¢ se remonta a las sociedades Leopardo, constituidas por nobles y cabecillas africanos que colaboraban con los traficantes de esclavos. Ya en la colonia, los mandatarios blancos fomentaron la creaci¨®n de cabildos de naci¨®n, cofrad¨ªas cat¨®licas de esclavos que atizaban las rivalidades tribales. En 1836 se constituy¨® la primera potencia, una especie de sociedad de apoyo mutuo integrada por estibadores de origen carabal¨ª que trabajaban en los muelles de Regla.
Los abaku¨¢s mantuvieron sus mitos africanos. Uno de ellos, acaso el central, es el de Sik¨¢n: Abas¨ª, m¨¢xima deidad carabal¨ª, reg¨ªa los destinos de los hombres y se expresaba a trav¨¦s de un pez. Su voz, Tanz¨¦, se manifestaba cuando el brujo, Nasak¨®, lo interpelaba. Una ma?ana, la princesa Sik¨¢n fue a buscar agua al r¨ªo e involuntariamente captur¨® al pez en su j¨ªcara. Nasak¨®, tras buscar desesperadamente al pez, descubri¨® su muerte y acab¨® por imitar su voz con un tambor fabricado con la piel de Sik¨¢n.
El mito es oscuro; pero la ense?anza es clara: las mujeres son culpables; deben expiar la falta de Sik¨¢n y, en consecuencia, tienen vetado el acceso a la sociedad secreta. S¨®lo caben hombres que todav¨ªa hoy se ci?en a tres reglas b¨¢sicas: ser hombre-hombre, ser buen hijo y comportarse como un buen amigo de sus ekobios. Los preceptos son tan laxos en las materias recogidas en los c¨®digos civil, mercantil o penal ("un ekobio puede matar a mil, siempre ser¨¢ acogido por los suyos como un hermano") como estrictos en lo referente a los secretos y la hombr¨ªa. En estos asuntos no caben ambig¨¹edades:
-Qui¨¦n revela el secreto est¨¢ perdido, afirma H¨¦ctor.
-?Cuales la pena?
-Lo ?ampian, lo ripian. Se te cuelan en casa y no queda nadie.
El abaku¨¢ jura no dejarse dar ni por hombre ni por mujer. Y debe velar por proteger su bien m¨¢s preciado, el punto d¨¦bil de su masculinidad: el trasero. Por supuesto, al hacer el amor sobra casi todo el Kamasutra, siempre debe estar encima, pues lo contrario podr¨ªa interpretarse como ambig¨¹edad o, peor, como sumisi¨®n. Buen hijo, el ?a?igo debe ser respetuoso con la madre, "la pura, las dem¨¢s son pinga y cepillo". A la esposa debe respetarla, lo que no excluye alguna que otra paliza ni comporta algo parecido a la fidelidad.
Un asere, un hermano, debe proteger a sus ekobios por encima de todo. Este precepto fue aprovechado hist¨®ricamente por los maleantes para infiltrarse en sus filas consiguiendo c¨®mplices y encubridores y acarre¨® a los abaku¨¢s la mala fama de delincuentes que a¨²n perdura.
La traici¨®n a un ekobio acarrea con seguridad la muerte. Los jefes de la potencia reciben afables al transgresor y le invitan a tomar ron, pero de botella diferente de la suya. El veneno de la pendejera surte efecto a las pocas horas y no deja rastro. Peor es el polvo de sapo, porque quien lo prueba se hincha hasta reventar. Los castigos pueden revestir tambi¨¦n un car¨¢cter m¨¢gico y se ejercen a trav¨¦s de la vela que el transgresor utiliz¨® en el rito de iniciaci¨®n. El brujo atraviesa con alfileres la vela para causar dolores, lesiones, ceguera o la muerte, seg¨²n el lugar, el n¨²mero y la profundidad de las incisiones.
-?Y qu¨¦ sucede si la magia no hace efecto?
Estamos participando en un festejo abaku¨¢, un toque de tambor. Se improvisan guaguanc¨®s y todos trasiegan chispa de tren, un ron pirata sumamente parecido a un combinado de keroseno de aviaci¨®n con l¨ªquido de frenos. Replica Le¨®n, el brujo:
-Ah¨ª no acaba el castigo. Luego se le abre un nyoro, un funeral, se le llora en vida. Escriben tu nombre en un papel y lo amarran a una vela. Cuando arde, ya no existes, caminas por caminar.
"Esta religi¨®n", reflexiona un jerarca ?¨¢?igo, "no trae ventajas, pero te pasa la cuenta". Claro que, como afirma un dicho abaku¨¢, "Guanaloriponsa empom¨¢ aserend¨¦: Quien no mira hac¨ªa adelante, atr¨¢s se queda".
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