Adios a Estonia
El Ej¨¦rcito ruso abandona el B¨¢ltico ex sovi¨¦tico camino de un incierto futuro en la 'madre patria'
El Ej¨¦rcito ruso se va de Estonia. Los convoyes que transportan carros de combate, veh¨ªculos, equipos de comunicaci¨®n y enseres dom¨¦sticos cruzan activamente los puestos fronterizos estos d¨ªas camino de las guarniciones militares de Rusia. Para el 31 de agosto, las tropas rusas -que ya abandonaron Lituania en 1993-, dejar¨¢n Estonia y Letonia y cerrar¨¢n as¨ª una ¨¦poca que comenz¨® en 1940 con la ocupaci¨®n de las rep¨²blicas b¨¢lticas a ra¨ªz del pacto entre la Alemania nazi y la Uni¨®n Sovi¨¦tica de Stalin.En el antiguo B¨¢ltico sovi¨¦tico, Rusia mantendr¨¢ ¨²nicamente los reactores nucleares de la antigua base de submarinos de Paldiski, al noroeste de Estonia, hasta septiembre de 1995 y la estaci¨®n de radar antimisiles de Skundra (Letonia) durante cinco a?os.
Quienes se quedan en Estonia llevan minuciosamente la cuenta de los hombres y pertrechos que han dejado la rep¨²blica b¨¢ltica y de las viviendas militares entregadas a la autoridad civil; los estonios, que obtuvieron su independencia en agosto de 1991, se alegran por la marcha de los ocupantes. Los rusohablantes de Estonia, que mayoritariamente llegaron aqu¨ª en la ¨¦poca sovi¨¦tica, est¨¢n preocupados por sus derechos y el futuro que Mosc¨² ya no les puede garantizar.
En Klooga, a medio camino entre Tallin y Paldiski, la Divis¨®n Motorizada n¨²mero 144 recoge sus b¨¢rtulos. Al atardecer, cuatro oficiales del Ej¨¦rcito ruso descansan en la desolada estaci¨®n de ferrocarril local. Frente a ellos, enfundados en lona, est¨¢n los carros de combate que ellos mismos han cargado en uno de los convoyes a punto de partir hacia Rusia. Al firmar el acuerdo que da garant¨ªas sociales a los militares jubilados rusos, el presidente de Estonia, Lennart Meri, y el de Rusia, Bor¨ªs Yeltsin, dieron luz verde a fines de julio a la retirada definitiva de las tropas.
Los oficiales expresan frustraci¨®n. La inminencia de la partida ha pillado por sorpresa a estos militares, que procuran vestir de paisano para no llamar la atenci¨®n y prefieren no dar sus nombres. Todos ellos ir¨¢n a la provincia de Sinolensk (Rusia occidental), aunque todos proceden de la periferia de la ex URSS. Uno es de Azerbaiy¨¢n; otro, un capit¨¢n, que es el ¨²nico vestido de uniforme, procede de Kazajst¨¢n; y los otros dos, ambos tenientes coroneles, son de Ucrania, pero opinan que ya es tarde para declarar su lealtad al Ej¨¦rcito de aquel pa¨ªs, que tampoco tiene pisos para repartir entre reci¨¦n llegados.
Nada une a estos militares a las tierras de Smolensk, donde se hacinar¨¢n en residencias juveniles de ¨ªnfima construcci¨®n hasta que se resuelva su problema de vivienda. Comprarse un piso en Rusia es un sue?o incluso para quienes ten¨ªan piso en el B¨¢ltico y han podido venderlo. El mercado inmobiliario ha reaccionado ante el ¨¦xodo masivo y por los 7.000 d¨®lares que vale un apartamento de tres habitaciones en Estonia apenas se puede adquirir una mala habitaci¨®n en Rusia. "Gorbachov nos traicion¨®. Yeltsin nos ha traicionado. Rusia nos ha traicionado otra vez", dice uno de los tenientes coronoles que lleg¨® a Estonia hace 10 a?os.
"Deber¨ªamos estar muy satisfechos, pero no lo celebraremos. A nosotros nos queda a¨²n la guarnici¨®n civil, es decir, los sovi¨¦ticos jubilados que vinieron como representantes de las fuerzas de ocupaci¨®n", dice Tunne Kelan, vicepresidente del Parlamento estonio. Kelan, que en tiempos sovi¨¦ticos impuls¨® el registro de ciudadanos y la elecci¨®n de un congreso en paralelo al antiguo Parlamento sovi¨¦tico republicano, se refiere al grupo humano afectado por el acuerdo firmado por Yeltsin y Meri.
Este documento, pendiente de ratificaci¨®n parlamentaria, prev¨¦ que los militares rusos jubilados y sus familiares, en total unas 40.000 personas, puedan seguir viviendo como residentes en Estonia con derechos y propiedades, pero deja abierta a las autoridades locales la posibilidad de negar este permiso a quienes representan "una amenaza para la seguridad del Estado estonio". Esto hace sentirse inseguros a los j¨®venes jubilados del Ej¨¦rcito ruso, cuarentones e incluso treinta?eros, que tras veinte a?os de servicio adquieren un derecho a retirarse que Estonia no reconoce en sus leyes.
"Los estonios temen que nos convirtamos en una quinta columna, pero son ellos los que la crean con las humillaciones a las que nos someten", se?ala Nikol¨¢i, que pas¨¦ dos d¨¦cadas en submarinos nucleares y que hoy conduce un taxi en Keila, cerca de la antigua base de Paldiski. Nikol¨¢i tiene 47 a?os, y en 1973 trajo a su familia desde Ucrania. Su hija se ha naturalizado como ciudadana estonia y ¨¦l recurre a la hipnosis para aprender deprisa el estonio.
"La evacuaci¨®n de las tropas rusas es un mensaje importante para los que vinieron aqu¨ª bajo el r¨¦gimen sovi¨¦tico; tienen que tomarse en serio la ciudadan¨ªa estonia. Hasta ahora ha prevalecido la idea de que m¨¢s pronto o m¨¢s tarde volveremos a estar bajo el yugo ruso. Decenas de miles de personas parecen estar esperando despertarse de una pesadilla y tener privilegios como en el pasado", se?ala Kelan.
Naturalizarse para sobrevivir
De la poblaci¨®n de algo m¨¢s de mill¨®n y medio que Estonia ten¨ªa al obtener la independencia, un tercio era rusohablante. Hoy esa cantidad se ha reducido. Seg¨²n el servicio de emigraci¨®n estonio, unas 120.000 personas se convirtieron autom¨¢ticamente en ciudadanos; 100.000 emigraron -principalmente a Rusia, siendo 1992 el a?o de mayor ¨¦xodo-; unas 42.000 se han naturalizado como estonios; otras 40.000 han elegido la ciudadan¨ªa rusa y el resto dispone de un plazo para definirse.En la estaci¨®n de Keila, Natalia, una rusa, e Irina, una bielorrusa, han captado ya el nuevo mensaje. Ambas son empleadas de la compa?¨ªa de ferrocarriles y ambas han decidido naturalizarse como ciudadanas estonias, para lo cual han pasado su examen de idioma, despu¨¦s de que fuera rebajado el list¨®n en el dominio de esta lengua ugrofinesa. Natalia e Irina viven mejor de lo que vivir¨ªan en Rusia como emigrantes, aunque no saben por cu¨¢nto tiempo, dado el paro creciente y la competencia por puestos de trabajo que los estonios antes no quer¨ªan.
Natalia e Irina se quedar¨¢n, dicen, aunque a?oren la televisi¨®n rusa, cuyas transmisiones han sido cortadas por Estonia alegando la falta de pago del canal interestatal moscovita. Se quedar¨¢n, aunque no acaben de acostumbrarse a las reservadas actitudes n¨®rdicas, tan distintas de las eslavas.
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