El toreo solemne
Si al toreo se le pudiera poner m¨²sica, el de Espartaco en la Malagueta, estar¨ªa acompa?ado por notas solemnes. Una m¨²sica envolvente, capaz de sobrecoger, de hacer so?ar, de gozar con una pura creaci¨®n art¨ªstica. Y lo sorprendente es que este toreo majestuoso lo hace un torero que no procede, precisamente, de la m¨²sica de altos vuelos. Espartaco ha cedido el trono de los r¨¦cords a j¨®venes impetuosos, pero, a cambio, ha entrado en el reducido c¨ªrculo de los elegidos que consiguen emocionar con la lentitud, el temple, la naturalidad y la ilusi¨®n.Ser¨¢ verdad que no lucha m¨¢s que por torear bien. En M¨¢laga, en su primer toro, lo consigui¨® sobradamente. El animal hab¨ªa sido manso en el caballo, cabece¨® feamente en banderillas y lleg¨® a la muleta con nobleza y recorrido, pero con soser¨ªa. Pero el torero hizo grande al toro con naturales sencillamente prodigiosos. Embebida la embestida en el cite largo, templada aqu¨¦lla, a c¨¢mara lenta, la muleta planchada, el trazo resultaba sobrecogedor y emocionante. Tres series as¨ª, con la plaza sorprendida, ensimismada, y dos trincherazos finales que fueron brillante corolario a una faena de belleza extraordinaria.
Osborne / Ortega, Ojeda, Espartaco
Cinco toros de Herederos de Jos¨¦ Luis Osborne, astifinos y mansos; el 2?, encastado; 4? y 6? deslucidos. 5?, de Boh¨®rquez, manso.Ortega Cano: palmas; silencio. Paco Ojeda: ovaci¨®n; silencio. Espartaco: dos orejas; oreja. Plaza de toros de M¨¢laga, 19 de agosto. 7? de feria. Casi lleno.
Pero el sexto no fue noble. Muy deslucido, con la cara por las nubes, con mirada penetrante... Un regalo para cualquier figura actual, menos para Espartaco. El torero artista dej¨® paso al poderoso, al t¨¦cnico, y, sobre todo, al torero de verg¨¹enza. El toro no quer¨ªa embestir y buscaba carne. Siempre encontr¨® una muleta poderosa y una mu?eca que lo dirig¨ªa. Como en el primero, mat¨® en todo lo alto.
Espartaco sali¨® a hombros, feliz como un joven que se ha ganado la siguiente corrida, con la satisfacci¨®n de haber dictado dos lecciones en una, la lecci¨®n de un torero grande.
Paco Ojeda y Ortega Cano quedaron muy desdibujados antes y despu¨¦s del triunfo de su compa?ero. La verdad es que el primero lo intent¨® ante un toro encastado y repetidor, pero no lo consigui¨®. Ciertamente, no es el Ojeda torpe de principios de temporada, pero no fue capaz de someter la codicia del animal. Su labor result¨® emocionante y, a veces, personal¨ªsima, pero desigual. El quinto fue un manso integral que corri¨® en estampida cada vez que lo acercaban al caballo; curiosamente, cuando Ojeda le puso la muleta, embisti¨®. Pero el torero, sin m¨¢s ni m¨¢s, lo mat¨® de un bajonazo infame. Un aut¨¦ntico abuso.
Ortega tuvo voluntad, pero no material para el triunfo. Su primero se raj¨® y se acobard¨® en toriles, y el otro, muy descompuesto, no le permiti¨® ni un pase.
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