La desparramada desnudez
Pero las muchachas superaron el desd¨¦n inicial y lanzaron gemidos de alegr¨ªa y de llamada:-?Qui¨¦n tu amigo... cara de mel¨®n ...?
-Me llaman cara de mel¨®n y luego se ponen como locas.
Aclar¨® Rold¨¢n mientras se desnudaba del disfraz de Lawrence de Arabia para quedarse en calzoncillos y calcetines largos.
-F¨ªjate en mis calzoncillos. No son los que salieron en Intervi¨². De seda, t¨ªo, y me los env¨ªa Al Kassar por docenas, de su proveedor de Roma, casa Cenci... Es como no llevar nada... ?Quieres pon¨¦rtelos? ?No te despelotas?
Carvalho pareci¨® inapetente hasta que se le acerc¨®, reptando por los cojines, una morena oliv¨¢cea con las breves carnes desparramadas por aquella orograf¨ªa de sedas.
-Mi nombre es Judith.
-?Eres jud¨ªa?
Baj¨® la voz para, con la excusa de decirle algo que s¨®lo ¨¦l debiera escuchar, comerle la oreja delicadamente mientras sus manos registraban a Carvalho y se inmovilizaban ante la dureza de la pistola sobaquera.
-Soy jud¨ªa. Prisionera de guerra y obligada a prostituirme para salvar la vida. Mi pueblo me lo perdonar¨¢.
Ignoraba Carvalho si se refer¨ªa al pueblo concreto en el que hab¨ªa nacido o a pueblo en el sentido del folclorismo ¨¦tnico rom¨¢ntico decim¨®nico o pueblo seg¨²n la est¨¦tica del realismo locialista. Le expuso el trilema a la muchacha y aquellos ojos, almendras de continente y miel de contenido, se endurecieron cuando respondi¨®:
-Para m¨ª, pueblo responde a un ¨¢mbito ¨¦tnico, pol¨ªtico emocional, dentro de la Cosmogon¨ªa m¨¢s Total.
Rold¨¢n, ya en cueros, y enredado con las supuestas hur¨ªes, se llev¨® un dedo a la sien, en -evidente advertencia de que la compa?era de Carvalho no estaba en sus cabales...
-?Pero est¨¢ buen¨ªsima!
Y se dej¨® caer el fugitivo de todas las polic¨ªas del mundo, porque sobre ¨¦l se hab¨ªan precipitado las hur¨ªes gru?endo y d¨¢ndole bocaditos, besitos, aunque una -de ellas hab¨ªa aprovechado la m¨ºl¨¦e para pegarle un codazo en las partes que le arranc¨® gritos de dolor, mal interpretados.
-?Gozas, vida?
-Pregunt¨® una abundante odalisca con el cuerpo lleno de bancales, a cual m¨¢s atractivo, de carnes fuertes, aunque redondeadas por los excesos en los pasteles, como demostraba que mientras continuaba machacando con el codo los genitales del aullante Rold¨¢n, con la otra mano sostuviera un poderoso pastel rezumante de mieles y az¨²cares, mordisqueado en alternancia con una de las ore as del hombre aullante. Carvalho iba a acudir en su ayuda, percibidor del doble juego que se le estaba practicando, pero las ventosas de sat¨¦n moreno de Judith se le pegaron al cuerpo, su mano, como una paloma, vol¨®, bajo la camisa para pellizcarle los masculinos pezones hasta resucitarlos y luego se fue pl¨¢cidamente hacia el sobaco sin dar tiempo a que Carvalho le impidiera el movimiento. Y cuando quiso hacerlo, la pistola ya estaba en manos de Judith y Carvalho sent¨ªa el ca?¨®n en el parietal situado sobre la oreja que la muchacha unas veces le lam¨ªa o mord¨ªa y otras utilizaba cual embudo para filtrarle un mensaje.
-Pertenezco al Mosad... ya sabes con qui¨¦n te la juegas. Nos iremos retirando poquito a poquito,. como si quisi¨¦ramos un espacio ¨ªntimo.
Carvalho dud¨® entre darle un codazo en el pecho y desarmarla o secundarla y continuar su viaje entre la nada y la m¨¢s absoluta pobreza. El codazo podr¨ªa provocar una lesi¨®n en aquellos pechos violetas, breves, bonitos y qui¨¦n sabe si un c¨¢ncer de mama indeseable para aquella- espl¨¦ndida joven que a¨²n deb¨ªa ofrecer muchas sorpresas al g¨¦nero humano, incluidos los espa?oles. Carvalho se dej¨® secuestrar, pausadamente, siguiendo el retroceso sinuoso de Judith sobre los almohadones. Rold¨¢n hab¨ªa conseguido recuperar el resuello y su cabeza pepino emergi¨® debajo de las nalgas de su principal opresora.
-?Has encontrado tu chochito... eh... gallego?
Carvalho no le contest¨® y Rold¨¢n recibi¨® en pleno rostro el culazo de su torturadora, por lo que fue la ¨²ltima vez que Carvalho vio la cara de Rold¨¢n en Damasco. Y al salir del har¨¦n y toparse con los tres supuestos bailarines de flamenco o supuestos camareros y sommeliers y predisponerse a una situaci¨®n violenta, vio c¨®mo uno de ellos le entregaba un vestido a Judith para que se cubriera mientras hablaban en hebreo. Carvalho s¨®lo entendi¨®: Jerusal¨¦n...
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