Carlota Fainberg Cap¨ªtulo 5
Me despert¨¦ apenas a tiempo de tomar un taxi para el aeropuerto -continu¨® tras un suspiro, afloj¨¢ndose un poco m¨¢s la corbata-. Le confes¨¦ a Carlota que aunque no llevara alianza estaba casado. Me dijo que no importaba: ella tambi¨¦n estaba casada. Y saber eso me escoci¨® tanto como si me confesara una infidelidad. As¨ª somos los hombres, Claudio, no hay vuelta de hoja. Despu¨¦s de pasar la gran noche de amor de mi vida fui al aeropuerto de Eceiza a recoger a mi se?ora, que vino muy cansada y muy demacrada, l¨®gico, pero tan cari?osa como siempre, la pobre. Me da verg¨¹enza confes¨¢rtelo, pero cuando la vi aparecer entre los pasajeros la encontr¨¦ m¨¢s llenita y m¨¢s baja de lo que yo recordaba, y aunque no quena compararla con Carlota Fainberg tampoco pod¨ªa evitarlo, claro. Ya ver¨¢s que las mujeres argentinas tienen otro garbo, como m¨¢s mundo, ser¨¢ porque se psicoanalizan todas, o por esos nombres y esos apellidos que les ponen, no es lo mismo llamarse Mar? Luz Padilla Soto que llamarse Carlota, y adem¨¢s Carlota Fainberg...Lleg¨® de vuelta al hotel temiendo encontrarse con Carlota out of the blue y no tener los reflejos suficientes para que su mujer no empezara a sospechar. Como todo culpable, sent¨ªa un deseo compulsivo de agradar y se imaginaba rodeado de potenciales delatores: la mirada que le dirigi¨® el recepcionista jefe cuando lo vio entrar con Mar? Luz fue una mirada, dijo Abengoa, glacial, pero aquel hombre ya lo hab¨ªa mirado as¨ª la noche anterior, y esa ma?ana, cuando sal¨ªa a toda prisa hacia el aeropuerto ajust¨¢ndose la corbata y rogando que Mar? Luz no notara en su ropa o en su cara alg¨²n rastro de perfume.
-A mi se?ora el hotel le encant¨®, como te puedes imaginar, ya te he dicho que es una rom¨¢ntica, la pobre, de una sensibilidad tremenda. Lo que m¨¢s le gusta en el mundo es la m¨²sica cl¨¢sica. Fig¨²rate que est¨¢ empe?ada en que la lleve a Viena a ver en directo el concierto ¨¦se de a?o nuevo. Yo me asust¨¦ cuando nos subimos en el ascensor con todas sus maletas y el desaprensivo aquel empez¨® a manejar los botones y las manivelas, te juro que me miraba igual que el recepcionista, yo creo que hasta me gui?¨® un ojo, imag¨ªnate, con Mar? Luz delante, pero ella sub¨ªa encantada, sin que la importaran las sacudidas ni los crujidos de la maquinaria, dec¨ªa que era como uno de esos ascensores de las pel¨ªculas antiguas, y efectivamente lo era, para qu¨¦ vamos a enga?amos, de la ¨¦poca de las pel¨ªculas mudas, me parece a m¨ª. Suspiraba, me miraba con cara de felicidad, y yo le sonre¨ªa y cruzaba los dedos a la espalda, temiendo que al abrirse la puerta del ascensor apareciera Carlota, y que Mar? Luz, que no me quitaba ojo, lo descubriera todo. Llegamos al piso quince y a m¨ª se me par¨® el coraz¨®n al mismo tiempo que el ascensorista paraba aquella maquinaria, mir¨¢ndome muy fijo, el t¨ªo, como queriendo decirme que conoc¨ªa mi secreto, que pod¨ªa chantajearme, cualquiera se f¨ªa de esos sudamericanos. Abri¨® la puerta del ascensor, nos dej¨® pasar delante de ¨¦l, y en el pasillo no hab¨ªa nadie m¨¢s que la mucama vieja de la aspiradora, que era m¨¢s vieja todav¨ªa que ella. Parec¨ªa que ¨ªbamos a llegar a la habitaci¨®n sin problemas, y entonces...
-Apareci¨® Carlota.
-En efecto. Detr¨¢s de una columna. Con su traje de chaqueta y sus tacones, como la noche antes, y mirando las puertas del ascensor con una cara de miedo que no puedes imaginarte. En ese momento me puse colorado, Claudio, como si tuviera quince a?os, f¨ªjate, se me eriza el vello nada m¨¢s acordarme... Menos mal que el ascensorista, que tambi¨¦n era botones, estaba muy agobiado con las maletas de Mar? Luz y no se dio cuenta de nada. Carlota me miraba como queriendo decirme algo muy urgente, pero yo pas¨¦ a su lado sin mirarla siquiera. Me parec¨ªa que el pasillo era m¨¢s largo que el d¨ªa antes, que no lleg¨¢bamos nunca a la habitaci¨®n. Yo iba avis¨¢ndole a Mar? Luz de que no esperara una suite de lujo, pero ella no hac¨ªa caso, se hab¨ªa colgado de mi brazo y me echaba la cabeza sobre el hombro, y yo le dije, mientras el ascensorista abr¨ªa la puerta, que lo que le hac¨ªa falta ahora era darse una ducha muy caliente, tomar un tranquilizante y dormir. Ya sabes con qu¨¦ rapidez inventa uno sus planes en esas situaciones: yo la dejaba dormida, iba a la habitaci¨®n de Carlota, le ped¨ªa por favor que no me persiguiera, le explicaba que lo nuestro hab¨ªa sido muy bonito, pero que no pod¨ªa durar, y que en el fondo era mejor as¨ª, conservar el recuerdo como un tesoro, etc¨¦tera. Pero no contaba con un imprevisto. Ya sabes el refr¨¢n, que el hombre propone y Dios dispone y la mujer descompone...
Abengoa ten¨ªa la intrigante virtud de despertarme recuerdos impresentables: esta vez, el de esos stickers que hab¨ªa antes en las ventanillas traseras de los coches espa?oles con leyendas del tipo Zoi espa?¨®, Suegra a bordo, No me toques el pito que me irrito, etc¨¦tera. Pero yo, lo confieso en los t¨¦rminos formulados por Chatman, ten¨ªa mucho m¨¢s inter¨¦s en su story que en su discourse, lo cual, en un profesor universitario, no deja de ser un poco childish: atrapado en una fugaz suspension of disbelief quer¨ªa simplemente saber lo que pasaba a continuaci¨®n.
-Con lo que yo no contaba, Claudio, para serte sincero, era con la l¨ªbido de mi se?ora, que si ya en el taxi se me arrimaba tanto y parec¨ªa tan so?olienta no era por el cansancio del vuelo transoce¨¢nico, sino porque al verme, seg¨²n me dijo despu¨¦s, se hab¨ªa puesto muy caliente, cosa que jam¨¢s me dir¨ªa en nuestro domicilio conyugal. Pero en un hotel, y en Buenos Aires, a seis mil kil¨®metros de Madrid, ese romanticismo suyo se le convirti¨® en unas ganas incontenibles de hacer el acto, y cuando yo sal¨ª del cuarto de ba?o dici¨¦ndole que ya le ten¨ªa preparada la ducha y el valium descubr¨ª que hab¨ªa echado las cortinas, que se hab¨ªa quitado los zapatos y las medias y estaba tendida encima de la colcha. Imag¨ªnate, Claudio, qu¨¦ compromiso: despu¨¦s de la noche que hab¨ªa pasado con Carlota, temblaban las piernas al salir de su habitaci¨®n, ?iba yo a ser capaz de cumplirle a mi mujer? ?A ti qu¨¦ te parece?
No dije nada: yo creo que lo mir¨¦ con una sonrisa est¨²pida.
-Pues le cumpl¨ª -se ech¨® hacia atr¨¢s en el sill¨®n de pl¨¢stico y enseguida volvi¨® a incorporarse-. O casi. Me vine abajo al final, t¨² ya me entiendes, pero no fue culpa m¨ªa, porque a pesar de mi estr¨¦s yo iba respondiendo con toda dignidad a las caricias ardientes de Mar¨ª Luz, que estaba, te lo aseguro, desconocida, con una ganas de agradar, como dicen en la fiesta, muy superiores a las de nuestras noches en casa. Se hab¨ªa puesto encima de m¨ª, cosa que en ella no es nada habitual, y nos est¨¢bamos acercando, por as¨ª decirlo, al desenlace, ?y sabes lo que pas¨®?
Negu¨¦ con la cabeza: a¨²n me mir¨® unos instantes como para prolongar el suspense.
-Desde donde yo estaba, volviendo a un lado la cabeza, pod¨ªa ver la puerta. Y vi que se abr¨ªa poco a poco, mientras Mar? Luz, encima de m¨ª, sub¨ªa y bajaba temblando toda y respiraba muy fuerte, y en la puerta apareci¨® Carlota, y se nos qued¨® mirando a los dos, primero a Mar? Luz, que le daba la espalda, y luego a m¨ª, a los ojos, yo no s¨¦ si con cara de curiosidad o de pena, o a lo mejor de burla, como comparando el cuerpo de mi mujer con el suyo. Y claro, pas¨® lo que pas¨®, Mar? Luz primero insist¨ªa como si aquello a¨²n pudiera arreglarse, pero luego se qued¨® quieta, se limpi¨® el sudor de la cara y me pregunt¨® si me pasaba algo, y luego me dijo que no ten¨ªa importancia, que no me preocupara, lo normal, aunque a m¨ª eso tengo que decirte que no me ha ocurrido casi nunca...
-?Y Carlota? -Abengoa hablaba como si se hubiera olvidado de ella.
-Cuando volv¨ª a mirar hacia la puerta ya se hab¨ªa ido. Y ya no la vi nunca m¨¢s. ,
-?Se march¨® del hotel?
-Nos marchamos nosotros -Abengoa se frot¨® las manos con el gesto de quien ha cumplido una tarea-. Esa misma tarde tuvimos que cambiamos al Libertador, en C¨®rdoba y Maip¨². Gajes del oficio. Al rato de irse Carlota llamaron con muchos golpes a la puerta y era el recepcionista jefe, el tipo de pelo blanco y gafas. Estaba fuera de s¨ª, el t¨ªo, hecho una fiera, le temblaba la barbilla. Habr¨ªa descubierto que yo trabajaba para Worldwide Resorts, y nos dijo que nos march¨¢ramos inmediatamente de all¨ª, que el hotel no estaba en venta, que si nos cre¨ªamos los gallegos de mierda que pod¨ªamos comprar el pa¨ªs... Yo me conozco, Claudio: si Mar¨ª Luz no me sujeta le parto la cara.
No oculto que me decepcion¨® el final de la historia, o m¨¢s bien su falta de final. ?Carec¨ªa Abengoa de lo que Kermoinde ha llamado the sense of an ending o se inclinaba, sin saberlo, por esa predilecci¨®n hacia los finales abiertos que suele inculcarse ahora en los writing workshops? Una hora m¨¢s tarde fue anunciado inesperadamente el boarding para el vuelo hacia Miami. Acompa?¨¦ a Abengoa hasta la gate que le correspond¨ªa, y me dio algo de pena despedirme de ¨¦l. Viviendo en el extranjero hay veces en las que uno se siente inconfesablemente solo. En el ¨²ltimo momento, a¨²n estrech¨¢ndome largamente la mano, Abengoa me dijo:
-Claudio, ahora mismo te cambiar¨ªa ese billete tuyo a Buenos Aires.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.