El honor de la pobreza
A mi llegada a Par¨ªs a fines de 1956, el eco de la c¨¦lebre pol¨¦mica Sartre-Camus a prop¨®sito de la rese?a mordaz de El hombre rebelde publicada en Les Temps Modernes no se hab¨ªa extinguido a¨²n y el mundillo intelectual al que me asomaba aparec¨ªa dividido en dos bandos inconciliables. Ser tildado de camusiano equival¨ªa a una descalificaci¨®n rotunda. Toda la izquierda -comunista o no- hab¨ªa asumido en bloque las aceradas impugnaciones de Sartre al autor de La peste. Camus, denigrado por sus viejos compa?eros de lucha, se hab¨ªa encerrado en un mutismo distante que en los pasillos y despachos de la editorial Gallimard calific¨¢bamos de desde?oso y altivo. Su actitud ambigua durante la guerra de independencia de Argelia a?ad¨ªa nueva le?a a la cr¨ªtica. Quienes de una manera u otra apoy¨¢bamos al FLN lo acus¨¢bamos de reaccionario y colonialista. El discurso de recepci¨®n del Nobel, con la sentencia de que entre su madre y la justicia escoger¨ªa a su madre, aument¨® nuestra virtuosa indignaci¨®n al m¨¢ximo. Su muerte absurda en un accidente de autom¨®vil le salv¨®, seg¨²n o¨ª comentar despu¨¦s a uno de sus detractores, de "abrazar la causa de la OAS" (organizaci¨®n militar secreta de los pied noirs que prefiri¨® incendiar y destruir Argelia antes que compartirla equitativamente con los musulmanes).Diez a?os m¨¢s tarde, mi conocimiento directo del socialismo real en Cuba y la URSS me hizo revisar algunos supuestos de la condena inapelable de Camus. Sus cr¨ªticas al totalitarismo estaliniano daban en el blanco y revelaban una honestidad y lucidez inexistentes en la respuesta contundente de Sartre: El hombre rebelde desnudaba la opresi¨®n y mentira de un sistema que cuatro d¨¦cadas despu¨¦s se desplomar¨ªa como un castillo de naipes. Pero la figura esquiva del autor -la de quien se sit¨²a au dessus de la mel¨¦e y evita mancharse las manos en la violencia de una guerra como la de Argelia- me sigui¨® irritando. La renuencia de Camus a denunciar p¨²blicamente el recurso a la tortura por Massu, Big¨¦ard y los jefes militares franceses; su negativa a testimoniar a petici¨®n de la defensa en el proceso de Yacef Saadi, el chaval callejero de la kasbah propulsado por los acontecimientos al mando de una guerrilla urbana tan similar a la creada hoy por el FIS, ?no contradec¨ªan su imagen serena de portavoz de los humildes, de denunciador inflexible de todos los abusos? Si a ello se a?ad¨ªa la sequedad y endeblez de sus ¨²ltimas obras -La ca¨ªda, El exilio y el reino-, en las que la prosa elegante y ce?ida, de un clasicismo huero, ocultaba a duras penas su falta de enjundia y necesidad interna, el sentimiento de hallarme ante un escritor que hab¨ªa agotado sus posibilidades expresivas y dicho cuanto ten¨ªa por decir, me separaban de ¨¦l e induc¨ªan a juzgarle sin indulgencia: Camus, el argelino, hab¨ªa abandonado el Sur por el Norte, escogido la sociedad europea pr¨®spera y culta frente a un Tercer Mundo convulso y pobre.
Si errar es propio de los hombres, tambi¨¦n lo es su aptitud para enmendarse. Escribo esto emocionado a¨²n por la lectura de Le premier homme, libro redactado por Camus en los ¨²ltimos meses de su vida y que la muerte dej¨® incompleto.
Pocas obras han logrado describir la pobreza vivida desde dentro, sin condescender en demagogia y afeites, como esta autobiograf¨ªa disfrazada editada hoy; ninguna ha transformado a mis ojos de modo tan radical la imagen de su autor; el Camus fr¨ªo, distante, percibido a trav¨¦s de la lectura de sus libros y los encuentros mudos, fugaces en el sancta sanctorum de Gallimard, era una construcci¨®n m¨ªa. Las prevenciones y apriorismos respecto a su persona y obra me hab¨ªan velado por desdicha, seg¨²n compruebo ahora, la percepci¨®n de la realidad.
El desgarro provocado en Camus por la guerra de Argelia se comprende mejor, si no se justifica, con la lectura de Le premier homme. No porque ignor¨¢ramos del todo su juventud y anterior militancia pol¨ªtica; a los 20 a?os se hab¨ªa adherido al PCF de Argelia, aunque pronto se separar¨ªa de ¨¦l frustrado por la incapacidad de sus camaradas de integrar en el partido a los musulmanes y aceptar las reivindicaciones nacionalistas de Mesali Hach. A diferencia de la gran mayor¨ªa de intelectuales que gravitar¨ªan durante d¨¦cadas en tomo a los diferentes partidos comunistas, el futuro autor de El hombre rebelde hab¨ªa aprendido el significado de la explotaci¨®n y la libertad por experiencia, no en la lectura de Marx. Su denuncia de la miseria en Kabilia muestra su despierta sensibilidad a la injusticia y opresi¨®n vividas por los colonizados. En 1945 hab¨ªa expresado su convicci¨®n de que la democracia en Argelia valdr¨ªa m¨¢s que "cien Ej¨¦rcitos y mil pozos de petr¨®leo". Pero exist¨ªa un hiato entre el joven escritor comprometido y el que, influyente y famoso, parece apartarse de los sucesos que sacuden su tierra natal.
La insurrecci¨®n armada del FLN en noviembre de 1954 que deb¨ªa conducir a la independencia coincide con su alejamiento de toda actividad pol¨ªtica. Sus art¨ªculos posteriores en L'Express eluden una posici¨®n neta respecto al conflicto. En 1956, Camus viaja a Argelia. Toda la izquierda aguardaba una condena de la ciega represi¨®n colonial. Su llamamiento a una tregua decepcion¨® e irrit¨®. En realidad, como nos informa Le premier homme, Camus hab¨ªa ido a su tierra en busca de la desva¨ªda e ignota figura paterna, a revivir melanc¨®licamente su infancia en el modesto apartamento de su madre en el barrio popular de Belcourt. Vista desde la perspectiva de hoy, esta cala en el mundo de la pobreza pied noir es infinitamente m¨¢s esclarecedora del drama pasado, presente y futuro de Argelia que todas las proclamas y denuncias de los intelectuales franceses de su tiempo. S¨®lo la literatura -en la que Camus cre¨ªa con fervor, aun en sus periodos de esterilidad- pod¨ªa mostrar cabalmente su desdicha: la imposibilidad de arrancar a su familia del destino de los pobres, el de desaparecer de la historia sin dejar huellas.
La miseria, nos dice Camus, es "una fortaleza sin puente levadizo". Salvar el recuerdo de sus antepasados mahoneses y alsacianos, arrastrados como ganado a las guerras coloniales y a una muerte in¨²til en las trincheras -al anonimato definitivo y p¨¦rdida de los ¨²ltimos vestigios de su paso por la tierra-, constituye una empresa ardua: "La memoria de los pobres no ha sido alimentada como la de los ricos, tiene menos hitos espaciales, ya que se mueven raras veces del lugar en el que viven y menos marcas temporales de una vida uniforme y gris... El tiempo perdido no se recobra sino entre los ricos".
Le premier homme nos sumerge en la intrahistoria de la que hablaba Unamuno, en esa masa informe de desarraigados y humildes, arrojados por el destino a una aventura no decidida por ellos y vivida a contrapelo con resignaci¨®n animal. La existencia oscura del padre, muerto en la ni?ez del autor, para quien la patria fue una abstracci¨®n -una Francia remota de la que hab¨ªa crecido alejado y a la que volvi¨® movilizado, con decenas de millares de argelinos franceses y ¨¢rabes para fundirse colectivamente en una pira como "mu?ecos multicolores" en la "misteriosa regi¨®n del Mame"-, no celaba a la postre ning¨²n secreto: ¨²nicamente el de la pobreza, que dir¨¢ Camus, "crea a los seres sin nombre y sin pasado y los empuja a la cohorte de muertos an¨®nimos que hacen el mundo y en ¨¦l y para siempre se deshacen". El padre -sacrificado en el altar de una raz¨®n desconocida, lejos de su tierra y los suyos, devuelto al inmenso olvido que es "la patria perdurable de los hombres de su raza"- hab¨ªa sido consumido en una hoguera universal, ajena e incomprensible: las preguntas del autor a quienes le conocieron suscitan respuestas balbucientes y vagas. No queda de ¨¦l sino "un recuerdo impalpable de las cenizas de un ala de mariposa abrasada en un incendio del bosque". La evocaci¨®n del mundo en el que se cri¨® el autor, rodeado de seres entra?ables, pero ignorantes y toscos, es inolvidable. La vida junto a una madre "tierna, amable, indulgente, in
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El honor de la pobreza
Viene de la p¨¢gina anteriorcluso pasiva [...] aislada en su semisordera y dificultades de lenguaje"; una abuela mahonesa, tocada del pa?uelo negro com¨²n a las espa?olas, aguerrida en las vicisitudes crueles de la vida, dura con los dem¨¢s y consigo misma; del t¨ªo Ernesto, incapaz de expresar con palabras su indomable energ¨ªa y cari?o animal, nos descubre a un nuevo Camus, ya no envarado y seco, sino carnal, humano, soterradamente fiel al universo de oscuridad del que proven¨ªa y fuera del cual se sent¨ªa, en lo m¨¢s hondo de s¨ª mismo, irremediablemente extra?o.
En la humilde vivienda del barrio de Belcourt -recorrido por m¨ª hace unos meses con el corazon en vilo, testigo de esa Argelia premonitoriamente descrita por ¨¦l "sacudida por crisis de violencia y crimen, llamaradas de odio, torrentes de sangre pronto desmadrados y pronto secos, como los ueds del pa¨ªs"-, la experiencia se prolongaba vac¨ªa de recuerdos, tenazmente aferrada a costumbres y ritos insondables. La promiscuidad, olores rancios, griter¨ªo y peleas de los vecinos configuraban un paisaje menos f¨ªsico que moral.
Jacques -el alter ego del autor- redescubrir¨¢ al volver la penuria y desnudez de su infancia para sentir de s¨²bito una incurable a?oranza del n¨²cleo atemporal e intacto de los suyos: "Ni la imagen, ni lo escrito, ni la informaci¨®n hablada, ni la cultura superficial surgida de la conversaci¨®n vulgar, hab¨ªan calado en ellos". En una casa sin peri¨®dicos ni libros, ni siquiera radio, su educaci¨®n en el instituto -ese saber tan duramente ganado hab¨ªa creado nolens, volens, una distancia que el adulto, impotente, no pod¨ªa salvar.
Las rid¨ªculas prendas de una talla mayor y zapatos de suela claveteada impuestos por la abuela tanto por razones de econom¨ªa como para controlar sus escapadas para jugar al f¨²tbol, la obligaci¨®n de cantar Ramona o Nuits de Chine a las t¨ªas, las sesiones de cine mudo en las que deb¨ªa explicar en voz alta los textos intercalados en las pel¨ªculas, la entrada en la escuela y descubrimiento de los libros, las l¨¢grimas causadas por la lectura de la novela de Dargel¨¨s sobre la Gran Guerra y el bello gesto del maestro de regal¨¢rsela, la visita de ¨¦ste a la abuela para convencerla de la necesidad de que prosiga los estudios secundarios en el instituto, todos los sucesos min¨²sculos cuyo engranaje cimentar¨¢ su car¨¢cter y marcar¨¢ su destino, son revividos por Camus con aquietado dolor y remansada nostalgia. Pero son los pasajes referentes a su madre -esa madre que miraba los manuales escolares de su hijo, "respiraba su olor y a veces pasaba por las p¨¢ginas sus dedos entumecidos y arrugados por el agua de la colada, como si intentara conocer lo que era un libro, arrimarse un poco m¨¢s a aquellos signos misteriosos, incomprensibles para ella"- los que confieren a la obra mayor luminosidad y belleza.
Le premier homme es un texto desdichadamente inconcluso. Las notas y esquemas del autor publicados a continuaci¨®n del relato permiten adivinar sus prop¨®sitos y ulterior desenvolvimiento, pero nos dejan con ganas de saber algo m¨¢s de ese lado espa?ol de Camus -sobriedad y sensualidad, energ¨ªa y nada-, de su descubrimiento precoz de la pol¨ªtica y literatura, de toda la evoluci¨®n que deb¨ªa conducirle a escribir a los 30 a?os un libro tan enigm¨¢tico, ambiguo y a su modo perfecto como El extranjero. La aproximaci¨®n a Le premier homme incita a releer ¨¦ste e incluso a interpretarlo de otra manera: a la luz de una ignorancia de los valores ¨¦ticos producto de la indigencia, de una posible atrofia de los sentimientos causada por ella, de la incapacidad de un hombre sin suelo ni ra¨ªces de reaccionar a unos acontecimientos impuestos, portadores de iniprevisibles desgracias.
Pero no es ¨¦sta la lecci¨®n esencial que extraigo del libro, sino la parad¨®jica profesi¨®n de fe del autor en el "mundo c¨¢lido e inocente" de los pobres, la reivindicaci¨®n -m¨¢s necesaria hoy que nunca en un universo en el que a la explotaci¨®n del trabajo ha sucedido la exclusi¨®n a¨²n m¨¢s cruel del mismo- de la pobreza como ¨²nico honor.
Asocio los dos t¨¦rminos sin ning¨²n embarazo. Pobreza, s¨ª, concebida como la utilizaci¨®n m¨¢s eficaz del m¨ªnimo de bienes, dentro de la idea del bienser social que el personaje ¨¢crata de mi ¨²ltima novela defiende en solitario. Y honor, s¨ª -hablo aqu¨ª en nombre, propio-, de ser adoptado, verbigracia, por los vecinos del barrio de La Chanca en contraposici¨®n al medalleo vacuo, a las legiones de honor a veces tintas en sangre. Escuchemos la voz del narrador en unas notas redactadas quiz¨¢ a vuela pluma, pero cuya belleza y verdad, en su fulguraci¨®n, transubstancian en materia po¨¦tica:
"Devolved la tierra. Dad toda la tierra a los pobres, a quienes no tienen nada y que son tan pobres que no han deseado siquiera tener ni poseer [...], el inmenso tropel de los miserables, la mayor¨ªa ¨¢rabes y algunos franceses, y que viven o sobreviven aqu¨ª por obstinaci¨®n y aguante, en el ¨²nico honor que vale en el mundo, el de los pobres; dadles la tierra como se da lo sagrado a lo que es sagrado...".
Hemos evacuado los conceptos de solidaridad, compasi¨®n, bondad, de nuestro vocabulario y de nuestras vidas para transformamos en atesoradores insaciables de objetos nocivos e im¨¢genes hueras, a costa de un reduccionismo asolador de la dimensi¨®n integral del ser humano. ?No ser¨¢ ¨¦sta, a la postre, la aut¨¦ntica y deshonrosa pobreza?
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