En el centenario del general Rojo
La figura del general republicano Vicente Rojo Lluch (1894-1966), cuyo centenario se celebra este a?o, posee un relieve hist¨®rico muy superior al que normalmente se le atribuye. No s¨®lo fue, en efecto, el m¨¢s cuafificado protagonista de la defensa de Madrid, considerada por R. Carr como "Ia epopeya central de la guerra" (civil), y quien m¨¢s tarde dirigir¨ªa dignamente las operaciones del Ej¨¦rcito republicano frente a un adversario mejor organizado y pertrechado: Vicente Rojo merece ser incluido entre los intelectuales patriotas que, ya en la d¨¦cada de los veinte, se fijaron como meta inaplazable la modernizaci¨®n de Espa?a, y cuya labor se ver¨ªa truncada con la derrota del 39. Dedicar¨ªa sus inquietudes y esfuerzos a la reforma del Ej¨¦rcito y su tarea estar¨ªa a punto de verse culminada, en dram¨¢ticas circunstancias, durante la contienda iniciada en 1936.Concluidos sus estudios en la Academia de Infanier¨ªa (en 1914), Vicente Rojo no tardar¨ªa mucho en comprobar que el panorama militar hispano estaba dominado por un grupo de ambiciosos sin escr¨²pulos, los africanistas, producto d¨¦ la insensata guerra colonial emprendida en ?frica. Expertos en las rudimentarias acciones de la guerra irregular, representaban lo m¨¢s puro de la opci¨®n reaccionaria en el seno del Ej¨¦rcito; pero, a la vez, gracias a los ascensos obtenidos con el favor real en un ambiente marcado por la corrupci¨®n, constitu¨ªan la ¨¦lite.
Tal estado de cosas, ciertamente, no dejaba demasiado margen a los militares que, como Vicente Rojo, hab¨ªan apostado por la rectitud moral, el estudio, el progreso, el perfeccionamiento profesional. Un hecho resulta bastante ilustrativo al respecto: pese a su prestigio y experiencia como profesor, no se tomar¨ªa en consideraci¨®n la propuesta de Rojo para la reforma de la ense?anza militar..., y, mientras tanto, se colocaba la reci¨¦n inaugurada Academia General bajo la tutela de un equipo de africanistas capitaneado por el general Franco (!). Estos reveses, sin embargo, no debilitar¨ªan las convicciones de Rojo y su empe?o en la promoci¨®n de la cultura castrense; en 1928 se convertir¨ªa, con su compa?ero Emilio Alam¨¢n, en editor de la publicaci¨®n mensual Colecci¨®n Bibliogr¨¢fica Militar.
En 1931 arriba la Rep¨²blica, patrocinada por importantes personajes de la cultura; Rojo saluda al nuevo r¨¦gimen con la natural simpat¨ªa y esperanza. Precisamente uno de aquellos personajes, Manuel Aza?a, inicia de inmediato la necesaria reforma militar... mas ¨¦sa reforma, bien planeada,en l¨ªneas generales, terminar¨¢ fracasando en su fase de ejecuci¨®n por diversas razones. Aza?a se quejar¨ªa de la falta de buenos colaboradores militares... y resulta muy significativo que, a?os m¨¢s tarde (en julio del 37), hiciera este comentario: ."La opini¨®n de Rojo tiene para m¨ª gran autoridad. Apenas le conozco personalmente; pero todo lo que s¨¦ de ¨¦l me hace pensar muy bien de su competencia. Muchos militares como ¨¦l hubiese yo querido conocer en otro tiempo".
Verdaderamente, la val¨ªa de Vicente Rojo le deber¨ªa haber proyectado a un puesto relevante en la Espa?a democr¨¢tica y sumida en las reformas, pero su hora no sonar¨ªa hasta noviembre del 36, en plena guerra civil, con ocasi¨®n de la defensa de Madrid. Volver¨¢ entonces a situarse, aunque esta vez con las armas en la mano, frente a los africanistas.
"A la batalla de Madrid", ha escrito el general Rojo, "se llega despu¨¦s de tres meses y medio de significado, m¨¢s que revolucionario, ca¨®tico". Tal es la realidad. La indisciplina social, patente antes del 18 de julio, se elevar¨ªa en la Espa?a republicana hasta cotas alarmantes con la rebeli¨®n militar. En las clases obreras se acent¨²a la desconfianza hacia el gobierno burgu¨¦s, y hacia los militares no manifiestamente izquierdistas, aunque sean apol¨ªticos, como Vicente Rojo, y se muestren dispuestos a aceptar sin reparos la supremac¨ªa del poder civil. Los obreros y campesinos est¨¢n. convencidos de que son ellos quienes han aplastado la sublevaci¨®n, all¨ª donde ha fracasado, y recorren las calles clamando: "?Armas para el pueblo!". Se establecen comit¨¦s, que a su vez organizan unidades milicianas..., pero ese "ej¨¦rcito del pueblo", sin direcci¨®n, sin disciplina, va a ser presa f¨¢cil de las severamente controladas y disciplinadas tropas africanas que han cruzado el Estrecho. Y, en los primeros d¨ªas de noviembre del 36, la capital de Espa?a se halla a merced del brutal empuje de esas tropas.
La moral de derrota republicana ha llegado a su cenit. Las desbandadas de los milicianos se generalizan; todos corren alocados hacia Madrid... mientras los miembros del Gobierno y otros altos cargos abandonan la ciudad; muchos oficiales del Ministerio de la Guerra aprovechan la oportunidad para pasarse al bando adversario; esca sean las armas, las municiones, los alimentos... ?qu¨¦ podr¨ªa esperarse de aquel inmenso caos?; ?cu¨¢l ser¨ªa el destino, de los defensores de la capital? El d¨ªa 6 de noviembre, el corresponsal del New York Herald Tribune com unica a su peri¨®dico que Madrid es "una ciudad conde nada", presta a rendirse cuando lo decida Franco, el cual, por lo dem¨¢s, se muestra "preparado .para la matanza"... Y ese mis mo d¨ªa 6, Vicente Rojo ver¨ªa por primera vez reconocidos sus m¨¦ritos al ser designado para un cargo importante: el Gobierno ha encomendado al general Miaja la defensa de Madrid y Rojo es nombrado jefe de su Estado Mayor. El panorama al que se enfrentan ambos militares, en verdad, no puede ser m¨¢s sombr¨ªo... Mas, de repente, entre los desesperados defensores de la Villa se produce una inesperada y saludable explosi¨®n de entusiasmo, una reacci¨®n que Vicente Rojo ha explicado as¨ª: "En las horas dif¨ªciles, cuando todo se derrumba en torno nuestro, si la voluntad no se ha abatido, el hombre encuentra en su fe el m¨¢s firme punto de apoyo, y en su propia conciencia la luz que alumbra su camino (...). Llegado al punto cr¨ªtico en el que la lucha nos anuncia la muerte implacable de lo que nacional y humanamente es m¨¢s querido, el patrimonio y la libertad, la confusi¨®n y los convencionalismos se esfuman y el hombre reaparece en toda su grandeza...". El saludable entusiasmo de los madrile?os, empero, exige la presencia de una persona capaz de canalizarlo; tan delicada y vital tarea va a, recaer, porque Miaja as¨ª lo ha decidido, sobre los hombros de Vicente Rojo. Este hecho, sobradamente documentado, quedar¨ªa reflejado de forma muy gr¨¢fica en la cr¨®nica enviada por el corresponsal de Pravda el d¨ªa 10 de noviembre: "Miaja interviene muy poco en los detalles operacionales (...): lo deja en manos del jefe del Estado Mayor y de los jefes de columnas y sectores. Rojo cuenta con la simpat¨ªa de la gente por su modestia, tras la que se ocultan grandes conocimientos concretos y una extraordinaria capacidad de trabajo. Lleva cuatro d¨ªas ante el mapa de Madrid sin levantarse. Una cola ininterrumpida de jefes y comisarios viene a consultar con ¨¦l, y ¨¦l, sin alzar la voz, tranquilo, como desde la ventanilla de informaci¨®n de una estaci¨®n, explica, hace comprender, apunta en papeletas, a veces dibuja".
Los d¨ªas de la desconfianza han quedado atr¨¢s. El important¨ªsimo "f¨¢ctor moral" ha hecho acto de presencia entre los desahuciados defensores de la capital.., que ahora apelan al militar apol¨ªtico para que les gu¨ªe. Ellos pretenden romper con todo vestigio del pasado, y Rojo, alertado del trascendental momento que se vive, parece responder: "De acuerdo, empecemos desde cero. Recojamos el eslab¨®n perdido en la guerra de la Independencia. Hagamos el cambio radical, es decir, la revoluci¨®n".
Y as¨ª va a nacer el Ej¨¦rcito Popular de la Rep¨²blica, que aspira a ser la r¨¦plica del Ej¨¦rcito surgido con la Revoluci¨®n Francesa. Porque el Ej¨¦rcito Popular (a cuya formaci¨®n contribuyen notablemente los comunistas... si bien asumiendo los esquemas burgueses) no es otra cosa que el Ej¨¦rcito del Nuevo R¨¦gimen, el Ej¨¦rcito de Ciudadanos, el Ej¨¦rcito Nacional. Clausewitz se harta de proclamar que el rasgo esencial del nuevo Ej¨¦rcito lo constituyen Ias fuerzas morales" ...Con la Revoluci¨®n, los soldados abandonan su condici¨®n de siervos y mercenarios para convertirse en soldadosciudadanos que defienden el interes general, nacional. Fuller sit¨²a este cambio en la batalla de Valmy (1792).
Rojo, y el propio Aza?a, al contemplar la heroica defensa de Madrid, creen hallarse ante el Valmy espa?ol: ah¨ª se ha producido la revoluci¨®n militar que tanto ansiaban. Don Manuel, al referirse a la gesta madrile?a en un discurso pronunciado en julio del 37, comentar¨ªa: "El milagro de hacer un ej¨¦rcito no consiste en escribir unos decretos y hacer unas plantillas El milagro de hacer un ej¨¦rcito es infundirle moral". Rojo comparte plenamente estas ideas. Desde su puesto de jefe del Estado Mayor Central (alcanzado en mayo del 37) continuar¨¢ la labor iniciada en Madrid; aceptar¨¢, pues, el dif¨ªcil reto de combatir al adversario, teniendo que fabricar al mismo tiempo el instrumento de combate. El Ej¨¦rcito Popular se ir¨¢ forjando a lo largo de la contienda, de acuerdo con el modelo que Rojo lleva en la mente, y que, a?os m¨¢s tarde, tendr¨ªa ocasi¨®n de plasmar en las p¨¢ginas de su obra Espa?a heroica. Por lo dem¨¢s, el nuevo ej¨¦rcito recibir¨ªa su bautismo de fuego en la batalla del Jarama, y seguir¨ªa luchando con el mismo sorprendente rendimiento en las de Guadalajar¨¢, Brunete, Belchite, Teruel y elEbro. Muchas fueron las dificultades que encontr¨® en su camino, pero bien podemos suscribir las palabras de Michael Alpert y proclamar que el Ej¨¦rcito Popular de la Rep¨²blica constituye "un episodio fascinador e importante de la historia contempor¨¢nea de Espa?a y de Europa". Tal es el hecho que he querido resaltar en este a?o en que se conmemora el centenario del general espa?ol Vicente Rojo Lluch.
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