Cabras

Sacaron cabras y las cortaron tres orejas, ?oh, qu¨¦ cicl¨®pea proeza! ?Conoce alguien el m¨¦rito de cortarle una oreja a una cabra? ?Se lo imagina? Uno no lo har¨ªa ni por todos los puros de la Habana. Bueno, por todos s¨ª, pero no por menos. Se coge la cabra por la oreja, se blande el acero y ?ojo! porque lo probable es que la cabra pegue furioso bocado y se lleve la mano de souvenir.Menudas son las cabras... Algo debi¨® suceder, sin embargo, con las que sacaron en Guadalajara, pues no pegaban bocados ni nada. Antes bien, desfallec¨ªan. Se pon¨ªa delante de ellas un torero, dec¨ªa ?j¨¦!, y las daba un deliquio. "Es que las cabras son hoy en d¨ªa un poco mariquitas", comentaba alguien entre el p¨²blico, con evidente falta de delicadeza.

La cuarta cabra volvi¨® al corral, porque no se ten¨ªa en pie y sali¨® en su lugar un torazo corpudo, que no asust¨® a V¨ªctor Mendes. Antes al contrario lo banderille¨® -bastante mal, por cierto-, le ci?¨® valentones derechazos, soport¨® una colada peligrosa al marcar el pase de pecho, a?adi¨® molinetes a la tarea, mat¨® pronto. Y se le reconoci¨® el m¨¦rito. Al rev¨¦s que en su primera cabra, a la que estuvo pegando derechazos hasta dejarla turulata, mientras el personal hac¨ªa esfuerzos -en algunos casos, infructuosos- para no roncar.

Le dieron la oreja, de todos modos, porque en las corridas sean de toros o de cabras, la oreja hay que darla siempre Curiosa fiesta: es la ¨²nica del mundo en que el p¨²blico va a aplaudir, y en efecto se pasa la tarde aplaudiendo, no importa que el espect¨¢culo sea bueno o malo, que salgan toros o cabras. Aplaude los puyazos traseros con carioca, las banderillas en el costillar, los pases embarcando desde la lejan¨ªa, los desarmes, los pinchazos, los bajonazos; hasta una montera que caiga boca abajo tiene su aplauso. Y luego ha de pedir la oreja, con desaforados gritos y grandes aspavientos.

La vocaci¨®n aplaudidora y orejista explica, de un lado, que a Chamaco le dieran tambi¨¦n una oreja, y de otra, que la gente no quemara la plaza. S¨®lo unos a?os atr¨¢s, torea lo que tore¨® Chamaco, y hay un mot¨ªn. Su primera cabra, berrendita y ordezuela, se pon¨ªa a morir cada vez que pretend¨ªa darla un pase; a la otra, cariavacada, fam¨¦lica y despitorrada, la peg¨® derechazos de rodillas, de pie se los peg¨® peores, los naturales le salieron zarapastrosos por dejarle la muleta en los ojos a la cabrita -y la cabrita se la quitaba de en medio pues le imped¨ªa contempla el panorama-, volvi¨®se a arrodillar. Y cay¨® la oreja, faltar¨ªa m¨¢s.

C¨¦sar Rinc¨®n no se llev¨® oreja alguna y deber¨ªa rendir cuentas por eso. Torp¨®n, ventajista y con la torer¨ªa perdida, ni siquiera las cabritas le inspiraban confianza y las despen¨® tras desordenados trapaceos.

Fue, en fin, una corrida de tantas: ese montaje fraudulento, hortera, surrealista e infame en que han convertido la fiesta brava.