Una historia inmortal
Paz Alicia Garciadiego, escritora de La reina de la noche y mujer del director de la versi¨®n cinematogr¨¢fica, el mexicano Arturo Ripstein, que el a?o pasado gan¨® el gran premio de este festival con Principio y fin, comenz¨® el gui¨®n de aquella pel¨ªcula por la dur¨ªsima y hermosa escena final, que desde su proyecci¨®n en mayo pasado en Cannes se ha convertido en un instante cumbre del cine actual.Todo converge, en esta obra desmedida y no obstante transparente e incluso pudorosa, sobre esta escena. Todo va hacia ella, como todo en la vida va hacia la muerte. Mediante un estilo y una cadencia casi opuestos, Ripstein conduce el tr¨¢nsito de la cantante mexicana Lucha Reyes -personaje ver¨ªdico que se mat¨® hace cosa de medio siglo- desde la construcci¨®n de su rota identidad hacia la autodestrucci¨®n de esa identidad, a trav¨¦s del cauce abierto por Orson Welles en Una historia inmortal: la recuperaci¨®n para el cine -en medio de la plaga de cuestiones ef¨ªmeras que hoy infesta laspantallas- de las cuestiones mayores de la existencia, del pu?ado de verdades y realidades no ef¨ªmeras, sino permanentes o, si se quiere, inmortales que palpitan bajo la muerte humana, y que, en palabras talladas por William Faulkner, son las ¨²nicas que merecen ser reconstruidas por la imaginaci¨®n.
La reina de la noche fue arrinconada en el Festival de Cannes y reconfort¨® entonces leer en los peri¨®dicos franceses Liberation y Le Monde palabras de indignaci¨®n, de coraje y de verg¨¹enza ante este acto de racismo cultural, destinado a premiar el espect¨¢culo del tiro en la nuca, hoy tan de moda, mientras se encerraba en el gueto de las salas marginales a esta obra, acompa?ada de Entre los olivares, de Abbas Kiarostami; Caro diario, de Nanni Moretti, y Rojo, de Kryzstof Kieslowski, que fueron las cuatro cumbres de aquel festival y que significativamente son monumentos de paz y de reconciliaci¨®n de los hombres con los hombres, los ¨²nicos que en medio del aluvi¨®n de muerte violenta exploraron la destrucci¨®n de la vida desde el punto de vista de esa vida destruida y no desde el de sus destructores, que se hicieron due?os de la escena.
No es casual, por tanto, que el proceso de creaci¨®n de este monumento mexicano del cine moderno comenzase por el final. Es por el contrario una consecuencia del rigor moral con que el suceso de la destrucci¨®n de una vida es abordado en ¨¦l por Garcia-diego y Ripstein. Es m¨¢s, este ¨²ltimo cuenta que el ¨²nico debate que mantuvo a lo largo del rodaje con el director de fotograf¨ªa fue precisamente el destinado a acordar qu¨¦ tipo de iluminaci¨®n requer¨ªa esa crucial escena, por lo que la tensi¨®n ¨¦tica creadora contagi¨® a la propia mec¨¢nica de filmaci¨®n, que as¨ª se convirti¨® tambi¨¦n en tensi¨®n creadora. Y esto se percibe f¨ªsicamente. en la imagen, apacible y dolorida, de esta obra generosa y solidaria, que asume desde dentro el estremecimiento de la muerte, neg¨¢ndose a verla desde fuera y convertirla en el gozoso espect¨¢culo circense que algunos mercaderes de carro?a montan con ella.
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