Curioso lo de Colubi
Curioso lo de Colubi, el empresario del Marquina: no dej¨® que el cr¨ªtico Eduardo Haro Tecglen viera Los bellos, durmientes de Antonio Gala en su teatro y demostr¨® as¨ª que ¨¦l tampoco ha visto la obra. No invit¨® a Haro,. ha dicho, porque asegura que el veterano escritor-"no ama el teatro", como si Colubi hubiera patentado una vara para medir esa clase del amor esc¨¦nico.Si Colubi hubiera visto la obra de Gala y ¨¦sta le hubiera penetrado en las meninges de su propia intransigencia no s¨®lo,le hubiera franqueado las puertas de su coliseo, sino que hubiera recibido al cr¨ªtico con los brazos abiertos, pues, como bien dec¨ªa ayer en El Mundo Javier Vill¨¢n en un inteligente relato, lo que la obra de Gala defiende -en esta obra y en toda.su clar¨ªsima trayectoria de defensor de la tolerancia y la ternura- es el amor por los otros, y la transparencia, la generosidad y la pureza en el desarrollo de ese amor.
El entusiasmo de los actores -y su propio amor por el teatro; Gala dijo al final de la representaci¨®n que el amor al teatro es grande aunque no pese: el de Colub¨ª parece depender de sus propio sistema de pesar- no merec¨ªa una actitud como la de este, empresario que dej¨® que constara en acta que un cr¨ªtico como Haro no resulta bienvenido en un sitio donde se representa lo que ¨¦l dice que ama.
Como Haro no ama seg¨²n la teor¨ªa de Colubi, Colubi no le invit¨®: perpetr¨® su castigo: el castigo de Colubi. Lo anunci¨® de modo suficiente y le hizo llegar la amenaza, como el Clint Eastwood de los escenarios: Gary Cooper, te vas a enterar. Como Haro es sospechoso de no querer, pues no le quiero, y adem¨¢s le echar¨¦ a patadas. Dice que no dijo esto, ¨²ltimo, pero trascendi¨® la frase, tan de exabrupto espa?ol.
Si se aplicara en Espa?a el que ya puede ser conocido como "castigo de Colubi", muchos cr¨ªticos literarios no podr¨ªan salir a la calle, Angel Fern¨¢ndez-Santos no podr¨ªa pisar una sala de cine -ni de aqu¨ª ni de Hollywood, donde ser¨ªa especialmente vetado-, Antonio Mu?oz Molina no hubiera vuelto jam¨¢s al escenario de Mar¨ªa Corral, la Renfe viajar¨ªa vac¨ªa porque los innumerables cr¨ªticos de sus servicios tendr¨ªan que quedarse en tierra, e igualmente Iberia viajar¨ªa sin pasajeros espa?oles. Habr¨ªa periodistas que no podr¨ªan pisar las Cortes y, en general, este pa¨ªs de intransigentes paralelos vivir¨ªa en un estado tal de intolerancia que habr¨ªa que pensar en nuevas formas de exilio o de silencio. Ser¨ªa muy poco divertido vivir, o a lo mejor esto es lo divertido.
El castigo de Colubi ha tenido la desgracia de manifestarse en Espa?a; esa intransigencia, aplicada en Nueva York, Par¨ªs o Londres, hubiera merecido honores de primera p¨¢gina en todos los peri¨®dicos, porque no es moneda corriente en esas capitales tan teatrales que un cr¨ªtico de un peri¨®dico importante -o de cualquier peri¨®dico, claro est¨¢- sea t¨¢citamente vetado de un estreno de la trascendencia que supone una obra deAntonio Gala. Pero en Espa?a como bien escen¨ªfic¨® La Fura dels Baus esta misma semana en Madrid- no salen en primera las noticias de la cultura, a no ser que te maten o te mueras o te den un premio de m¨¢s de diez millones de pesetas. A lo mejor, si Colubi hubiera cumplido su supuesta amenaza de echar a Haro a patadas, este curioso incidente hubiera merecido aquellos dudosos honores de la primera p¨¢gina. Pero ni los ata¨²des ir¨®nicos de La Fura salieron en primera: compitieron ese d¨ªa con la reconciliaci¨®n UGT-Guerra, y donde manda.hermana miento no manda marinero. Fue incre¨ªble. Una periodista, ¨¢vida de obtener declaraciones de pol¨ªticos que pudieran secundar a Jaime Lissavetzky, el consejero de Cultura de Madrid, que hab¨ªa roto su entrada como protesta ante Colubi, le preguntaba en el entreacto a Carmen Alborch que opinaba del incidente:
-Me parece incre¨ªble, dec¨ªa la ministra de Cultura.
-No, pregunto qu¨¦ te parece la decisi¨®n de Colubi de echar a Haro.
-Que me parece incre¨ªble. ?No es suficiente?
Colubi ha hecho historia en la peque?a historia de la intransigencia patria. Para reprenderle, la Comunidad de Madrid, que patrocina el teatro dentro del Festival de Oto?o, le retira la subvenci¨®n; no debe hacerlo; debe obligarle a ver la obra que no ha visto para reformar sus particulares convicciones acerca de los baremos del amor. Y debe indicarle que tenga m¨¢s cuidado con los tocayos de Marquina, que nunca hubiera dejado fuera de sus puertas a un tipo llamado Eduardo.
Y ahora, unas palabras sobre Eduardo: la gente le vio el d¨ªa despu¨¦s -fue una peque?a guerra: tuvo d¨ªa despu¨¦s- en la tele, rodeado de libros, hablando con la mano izquierda abierta hacia arriba y explicando que ¨¦l no se merec¨ªa eso, estar en medio de un esc¨¢ndalo. Ha sido cronista de todos los esc¨¢ndalos, a lo largo de los a?os que cumple al rev¨¦s, y a¨²n no se acostumbra a ser ¨¦l mismo piedra de tal: le llaman momia, le descalifican airadamente, le cierran las'puertas, y ¨¦l sigue enhiesto, creyendo en las viejas convicciones que se le han ido derrumbando como las ganas de andar. De pronto viene Colubi y le despierta con su c¨¢stigo, el castigo de Colubi. Eso quedar¨¢ en la peque?a historia, pero la. dignidad de Haro va mucho m¨¢s all¨¢ que ese subrayado verdaderamente incre¨ªble que el empresario del, Marquina ha querido imprimir en las impenetrables primeras p¨¢ginas de los medios informativos espa?oles.
Fall¨® Colubi: no apareci¨® en primera. Fue el castigo de Colubi.
Babelia
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