Los muertos y el tr¨¢fico
Volv¨ªa de comer con unos amigos, cuando en la avenida de la Hispanidad vimos el taxista y yo un grupo de guardias civiles intentando ordenar el tr¨¢fico. "Ah¨ª ha pasado algo", pens¨¦.-Ah¨ª ha pasado algo-dijoel taxista.
Unos metros m¨¢s all¨¢, hab¨ªa junto a la acera un bulto envuelto en papel de aluminio. Para ser un bocadillo de mortadelo, era muy grande, pero para ser un cad¨¢ver resultaba peque?o. Creo que eso es lo que impresionaba de ¨¦l: que aun sabiendo que se trataba de un cad¨¢ver, la primera imagen que te viniera a la cabeza fuera la de un bocadillo de mortadela.
-Parece un bocadillo de mortadela -se?al¨® el taxista.
-Vaya m¨¢s despacio, por favor.
De pie, junto al bulto, hab¨ªa un guardia civil muy joven haciendo se?as a los conductores para que se separaran un poco, no fueran a pisarle el bocadillo. Todos los ocupantes de los veh¨ªculos, sin excepci¨®n, asomaban la cabeza con una mirada de avaricia: contemplaban esa muerte como si fuera un anticipo de la propia. La polic¨ªa hac¨ªa gestos a los conductores para que no se detuvieran. "Parece que lo ¨²nico importante es que no se interrumpa el tr¨¢fico", pens¨¦.
-Qu¨¦ vida, lo ¨²nico que importa es que no se interrumpa el tr¨¢fico -apunt¨® el taxista como un eco.
Junto al cad¨¢ver hab¨ªa una chaqueta arrugada, y un zapato negro con la puntera cuadrada: parec¨ªa un ata¨²d peque?o.
-F¨ªjese en el zapato, parece un ata¨²d -se?al¨® el taxista.
En esto, un guardia civil se acerc¨® a nuestro autom¨®vil para indicarnos que aceler¨¢ramos. Enseguida, entramos en una zona de normalidad, pero yo me sent¨ª mal, como si hubiera dejado de hacer algo que, en conciencia, tendr¨ªa que haber hecho, aunque no sab¨ªa qu¨¦ era. Pens¨¦ que si hubiera sido creyente, habr¨ªa inusitado una oraci¨®n, y si hubiera sido fot¨®grafo, le habr¨ªa sacado una foto.
-Yo tendr¨ªa que llevar una m¨¢quina de fotos en el coche -dijo el taxista-, porque estando todo el d¨ªa en la calle siempre ves algo raro. Un compa?ero m¨ªo que se acaba de jubilar llevaba siempre una c¨¢mara, y ahora va a hacer una exposici¨®n en el centro de la tercera edad del barrio con todas las fotograf¨ªas que ha sacado a lo largo de su vida. A los muertos, antes, los tapaban con una manta.
-La manta es m¨¢s caliente -dije yo.
-Me lo ha quitado de la punta de la lengua, es lo que le iba a decir ahora mismo, que el papel de aluminio ser¨¢ muy higi¨¦nico, pero resulta fr¨ªo, ?no?
Yo continuaba con un malestar difuso; estaba por decirle al taxista que diera la vuelta para pasar otra vez junto al cad¨¢ver y rezarle una oraci¨®n, aunque se tratara de una oraci¨®n atea. Pero me daba verg¨¹enza, qu¨¦ iba a pensar de m¨ª.
-?Quiere usted que demos la vuelta? -pregunt¨®.
?Para qu¨¦ vamos a dar la vuelta? -gru?¨ª francamente molesto ya por esta invasi¨®n continua de mi intimidad.
-Para rezar una oraci¨®n -dijo-; no soy creyente, pero me da no s¨¦ qu¨¦ pasar junto A un muerto de ese modo.
-Bueno -conced¨ª, pero al ver lo que marcaba el tax¨ªmetro tuve un pensamiento ruin que intent¨¦ tapar tarareando mentalmente una canci¨®n, para que el taxista no lo oyera. De todos modos, debi¨® de o¨ªrlo, porque en ese momento estir¨® el brazo y lo desconect¨®. Entonces me sent¨ª muy mezquino, y me puse a llorar justo cuando pas¨¢bamos junto al fiambre. Esa noche dorm¨ª de un tir¨®n, como si se hubiera diluido en el llanto un nudo antiguo que entre el taxista y el muerto hab¨ªan logrado desatar.
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