La peligrosa opini¨®n
Uno cre¨ªa que exageraban. Por ejemplo, Khaled. La figura m¨¢s internacional del rai siempre explica que reside en Par¨ªs por motivos de seguridad, que su vida no valdr¨ªa nada en las calles argelinas. Pero Khaled ama la historias fabulosas. Luego, lleg¨® aquel comunicado del Ej¨¦rcito Isl¨¢mico de Salvaci¨®n. Iba dirigido a "quienes propaguen la fornicaci¨®n por medio de la venta de casetes de canciones profanas". Una amenaza gradual: en primera instancia, el vendedor ser¨ªa apaleado; si persist¨ªa, su comercio arder¨ªa; para los recalcitrantes, s¨®lo quedaba la muerte. Una forma diab¨®licamente perversa de estrangular el mercado del rai, pens¨¦.El rai ha crecido al amparo de la nocturnidad, aprovech¨¢ndose de los bandazos de pol¨ªticos del r¨¦gimen argelino: en los a?os setenta, el presidente Bumedian pon¨ªa en marcha la Operation Anti-Draguer, contentando a los sectores m¨¢s puritanos con la prohibici¨®n de los locales donde los j¨®venes se desahogaban. En ¨¦pocas posteriores, los funcionarios organizaron festivales de rai, que aportaban una imagen laica y tolerante al Gobierno de Argel.
Sin embargo, el rai nunca goz¨® de la aprobaci¨®n de la sociedad argelina. En los a?os treinta, los discos de antecesoras del g¨¦nero como Cheika Rimitti El Ghilizania, se vend¨ªan y se escuchaban clandestinamente. La Rimitti defini¨® la tem¨¢tica del rai con un estilo de vida considerado libertino y unas letras que dramatizaban los dilemas del amor en una sociedad represiva, los deleites del alcohol y el hach¨ªs, los tormentos de los celos y la traici¨®n. Ni siquiera respetaba el tab¨² de la virginidad: "?R¨®mpelo y Rimitti lo arreglar¨¢!". Sus versos desafiantes eran ratificados por coletillas como ha-er ra? o ya ra?, que significaban aproximadamente "esto es lo que yo pienso". Era la afirmaci¨®n de una opci¨®n personal, el reto orgulloso de alguien que se enfrentaba a la moral dominante.
Y prendi¨®. Prendi¨® en la zona portuaria de Or¨¢n, donde la m¨²sica beduina se fusionaba con elementos franceses, marroqu¨ªes o espa?oles. Or¨¢n, ciudad indulgente y hedonista, acept¨® que los instrumentos tradicionales fueran reforzados por guitarras el¨¦ctricas y bajos (y, m¨¢s adelante, sintetizadores y cajas de ritmo). Apareci¨® as¨ª el pop rai, que se aposent¨® en discotecas y cabar¨¦s que fue creciendo en seguridad e impacto. Difundido por las c¨®modas casetes, el nuevo rai dej¨® de ser un fen¨®meno regional para convertirse en fiebre juvenil, con conciertos masivos en estadios y grandes plazas p¨²blicas.
Como ocurre con las m¨²sicas que nacen en el arroyo, entre los despose¨ªdos, es mucho m¨¢s que un sonido de moda. Identificaba a buena parte de una generaci¨®n asfixiada, c¨ªnica ante las promesas de la revoluci¨®n y sin otra salida inmediata que la incierta huida a Europa. Los artistas se hac¨ªan llamar cheb (chaval o chico) o su equivalente femenino, chaba (los cantantes m¨¢s tradicionales prefer¨ªan denominarse cheikh, que se traduce por viejo y respetable).
Cheb Khaled, Cheb Mami, Ched Tati, Cheb llani, Cheb Abdelhak, Cheb Hamid, Chaba Fadela, Chaba Zahounia, una avalancha de artistas que fueron acogidos gozosamente en los barrios ¨¢rabes de Francia, llamando la atenci¨®n de los buscadores de nuevas propuestas. A finales de los ochenta, las multinacionales empezaron a invertir en rai, buscando v¨ªas para hacer m¨¢s internacional el sonido. Se encontraron con un mundo dominado por productores, que a veces grababan los fondos musicales antes de llamar al pobre vocalista.
Al igual que Bob Marley durante el boom del reggae, s¨®lo Khaled (ya sin Cheb) super¨® los traumas: sus discos, confeccionados parcialmente en California bajo la direcci¨®n de un admirador, el productor Don Was, han entrado en las emisoras m¨¢s abiertas y se han vendido en cantidades respetables. En directo, tambi¨¦n Khaled ha superado los problemas de presentar una m¨²sica que ha roto con sus ra¨ªces y debe ganarse un nuevo p¨²blico, m¨¢s all¨¢ de los beurs (la segunda generaci¨®n de emigrantes argelinos crecidos en Francia).
Para el resto de sus compa?eros, s¨®lo quedaba escaparse a Marsella o Par¨ªs y buscar su hueco en la estela de Khaled. Para los que no quisieron o no pudieron abandonar su pa¨ªs no hab¨ªa soluci¨®n: las autoridades ya no les defienden y los integristas no les perdonaban sus audacias. Como se acaba de comprobar, las amenazas no eran en vano. En Argelia, expresar el rai, la opini¨®n, puede ser mortal. A su modo siniestro, los asesinos han reconocido el poder liberador del rai.
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