Popper
Estuve fuera de juego a la muerte de Popper, pero pude observar c¨®mo emerg¨ªan popperistas a rendir homenaje a uno de los pensadores m¨¢s improbables de este siglo y de buena parte de los anteriores. El autor de La miseria del historicismo ha tenido su expiaci¨®n en esta vida y en la otra en las adoraciones nocturnas de un tipo de seguidores, chicos de buena familia que han llevado siempre encima un Popper de bolsillo, como una botella petaca de la que de vez en cuando se toman un latigazo para compensar las asechanzas de la realidad. Desde que se consum¨® la crisis del marxismo estatalizado, los popperistas se han puesto pesados cual moscas cojoneras, especialmente los que llevan pajarita y trabajan a la vez de broker y de funcionario del Estado, al tiempo que, con el ri?¨®n bien cubierto, jalean las reconversiones industriales, los contratos basura, las de sertizaciones del aparato improductivo, etc¨¦tera. Son Terminators tatcherianos que no practican la antropofagia social con los dedos como do?a Margaret, sino con cuberter¨ªa de plata como mister Popper. No recurren a la zafiedad del pensamiento de la dama de hierro, sino a sutilezas popperianas como la de que en la historia no hay nada inevitable porque es obra de personas individuales... "sin ninguna ley trascendente que las determine".La beata Gelsomina no se pronunci¨® sobre la utilidad de los se?oritos popperianos, aunque al decirnos que hasta las piedras son necesarias en el orden del universo, sin duda les inclu¨ªa. Pero previo uso del Tranxilium, porque en cuanto se les concede la condici¨®n de columnistas aficionados se ponen agresivos y van por la historia gritando "?de rodillas!" y contando los cr¨ªmenes que no ve el ojo del enemigo para no llenarse los ojos de cad¨¢veres propios. Y adem¨¢s, con una prepotencia dandista que no s¨¦, no s¨¦ de d¨®nde sacan pa tanto como destacan.
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