Los VIPS
Hay m¨¢s literatura entre las hamburguesas y los helados de un VIPS que en todos los espejos y m¨¢rmoles del caf¨¦ Gij¨®n. Ni el cerillero del Gij¨®n, ni los camareros de, chaquetilla blanca y pelo cano, ni todos los actores, escritores, pintores y modelos que amueblan los sillones de los caf¨¦s evocan m¨¢s tertulias aut¨¦nticas que los personajes silenciosos que estrujan en los VIPS los botes de tomate l¨ªquido. Las pizzas pueden ser incombustibles y las tortitas con nata inmejorables, o al rev¨¦s. Lo mismo da que da lo mismo, porque el de la calidad culinaria ser¨ªa otro cantar.Pero lo que gusta de esos sitios es que uno puede sentirse tranquilamente un fracasado, un tontaina amarrado al ¨²ltimo libro o a las primeras ediciones de los peri¨®dicos, sin pensar que los dem¨¢s te pueden mirar como a un tontaina o a un desgraciado. Pagas a unos camareros con los que nunca llegas a familiarizar, te das un garbeo entre revistas y mu?ecos, le ense?as el tique al de la puerta y andando, a casita.
Puesto que circulamos sobre una ciudad inhumana, hab¨ªa que inventar el lugar d¨¦ asueto y comida m¨¢s inhumano. Puesto que todo produce ansiedad y el peri¨®dico del d¨ªa se queda antiguo en el mismo d¨ªa, hab¨ªa que importar una fuente donde saciar las ansiedades varias. Y de M¨¦xico llegaron los VIPS. Sem¨¢foros rojos dentro del caos. En todos los restaurantes a los que va. uno solo se siente m¨¢s solo a¨²n cuando la gente empieza a mirar la silla vac¨ªa que nunca falta enfrente Y no digamos cuando te acabas de comer el primer plato y esperas el segundo. Ni aunque te escondas detr¨¢s de un buen peri¨®dico, dejan de mirarte. Parejas de novios, 15 amiguetes en tres mesas contando chistes, oficinistas poniendo verde al jefe, todos como recre¨¢ndose en tu tedio. Y despu¨¦s esperas el postre, y despu¨¦s, con los cubiertos sucios en la mesa, esperas la cuenta. Ni deprimirte en paz puedes. Pero los VIPS est¨¢n tan concurridos de soledades, que uno se siente acompa?ado, dulcemente abandonado.
Los aspectos negativos tambi¨¦n abundan, claro. Asiste uno con impotencia a las broncas groseras y fuera de tono que los encargados -corbata y traje azul- arrojan sobre los camareros de vez en cuando. M¨¢s de una vez se entera uno sin querer de lo que hablan en la mesa de al lado, por la sencilla raz¨®n de que a veces s¨®lo las separa medio metro. M¨¢s de una vez sufre uno aut¨¦nticas avalanchas -viernes, s¨¢bados y domingos- de familias numerosas en las mesas aleda?as.
Pero est¨¢ claro que los 11 VIPS de Madrid est¨¢n dibujando el mapa nocturno de la ciudad. Barcelona ser¨ªa la misma sin su ¨²nico VIPS, lo mismo que Sevilla, Zaragoza o. Valencia. Pero aqu¨ª los quitan y trastocan toda una forma de moverse por la noche. La realidad, para bien o para mal, las maneras, los lenguajes, los andares de la ciudad, los calcetines y las met¨¢foras, para bien o para mal, digo, est¨¢n ah¨ª m¨¢s que en los caf¨¦s.
Cuando Manuel Vicent, uno de los tantos ilustres escritores que frecuentan el Gij¨®n, entrevist¨® a Mario Conde, se fij¨® en sus zapatos inmaculados y le pregunt¨® cu¨¢nto tiempo hac¨ªa que no pisaba la calle. El otro le respondi¨® que mucho, y que una vez que quiso entrar en un VIPS para comerse una tortilla, su jefe de seguridad se lo prohibi¨®. Un error. Si Mario Conde hubiese ojeado cualquiera de las revistas o los libros de ocasi¨®n que se ven por all¨ª, no habr¨ªa perpetrado el ladrillo que acaba de publicar.
Si acaeciera dentro de unos lustros una crisis como la del 98, no se escribir¨ªa en los caf¨¦s, sino en las mesas de un naranja horripilante de los VIPS. Entre la una y las tres de la madrugada. Al menos, ah¨ª es. donde se fraguan a menudo los grandes di¨¢logos entre magnates, periodistas y empresarios que luego salen publicados en libros que se colocan all¨ª mismo.
La misantrop¨ªa encontr¨® su sitio en los VIPS. Ya s¨®lo faltan escritores que la plasmen.
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