Dudas y reservas
La intervenci¨®n de Estados Unidos en Hait¨ª suscita m¨²ltiples dudas y reservas para cualquier antiintervencionista convencido, pero que a un tiempo pretende reconocer los nuevos contornos del mundo en el que vivimos. Desde el punto de vista latinoamericano tradicional -y se trata de una tradici¨®n noble, justa y que le ha rendido un gran servicio a las mejores causas del hemisferio- la injerencia norteamericana ni se justifica ni puede condonarse.?Hubo un golpe militar que derrib¨® a un presidente democr¨¢tica y leg¨ªtimamente electo? Sin duda, pero no ser¨¢ ni la primera ni la ¨²ltima vez. ?Las Naciones Unidas y la Organizaci¨®n de Estados Americanos aprobaron -m¨¢s a¨²n, instaron- la medida? Tambi¨¦n lo hicieron, en uno u otro caso, con Corea en los a?os cincuenta, en la Rep¨²blica Dominicana en 1965, y en ocasi¨®n de la guerra del Golfo: ninguno de estos casos bast¨® para derribar la doctrina de la no-intervenci¨®n. ?Lo solicit¨® y aprob¨® el interesado, a saber el defenestrado presidente Aristide? Tal vez, pero los principios no dependen de la identidad de sus defensores o transgresores, y la posici¨®n del padre Aristide era por lo menos inc¨®moda. Una vez que se permite la violaci¨®n del sacrosanto principio de la no-intervenci¨®n en los asuntos internos de las naciones latinoamericanas por parte de EE UU (para darle una concreci¨®n hist¨®rica mayor al apotegma abstracto), se abren las compuertas a un caudaloso r¨ªo de injerencias futuras, unas afines a la actual, otras radicalmente distintas. Por ¨²ltimo, las intenciones s¨ª cuentan: de no ser por las dificultades internas del presidente Clinton, por la cercan¨ªa de las elecciones legislativas de noviembre y por la importancia en su coalici¨®n de la fracci¨®n parlamentaria negra, todo el sufrimiento caribe?o del mundo no hubiera bastado para que Washington se decidiera a actuar.
Una argumentaci¨®n de esta naturaleza subyace a las posturas contrarias o dubitativas ante el desembarco norteamericano en Puerto Pr¨ªncipe por parte de pa¨ªses como M¨¦xico y Brasil, que casi siempre han respetado las veneradas tradiciones de las que habl¨¢bamos. Son de peso, y no deben ser descartadas a la ligera, sobre todo a prop¨®sito de una regi¨®n que vivir¨¢ a¨²n por muchos a?os bajo la ¨¦gida de una asimetr¨ªa avasalladora. En el Golfo, en ?frica, en los Balcanes, intervienen muchas potencias, desde tiempos inmemoriales. No es siempre la misma la que interviene, los objetos de la intervenci¨®n pueden apelar a una contra otra, la presencia indefinida o repetida de una irrita u hostiliza a las dem¨¢s. En Am¨¦rica Latina, d¨ªgaselo que se diga sobre las supuestas aventuras sovi¨¦ticas, la injerencia es de un solo signo: el de Washington. Cuba ha intervenido en repetidas oportunidades en la vida interna de varias hermanas rep¨²blicas, a veces con el apoyo t¨¢cito de lo que fue la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pero no puede ser tachada de "potencia" m¨¢s que en los delirios anticomunistas de la ¨¦poca m¨¢s g¨¦lida de la guerra fr¨ªa.
Y sin embargo, falta convicci¨®n y certeza en el raciocinio, por lo menos de parte del antiintervencionista que escribe estas l¨ªneas. No es s¨®lo un problema de restauraci¨®n de la democracia, aunque dicho motivo de la intervenci¨®n, de ser realmente satisfecho, no carece de valor justificativo. Si bien el restablecimiento del r¨¦gimen legal se ha demorado en volver a Hait¨ª, y la resistencia de los esbirros comandados por Raoul C¨¦dras ha sido mayor de la esperada, exist¨ªan otros instrumentos, incluyendo la paciencia, para alcanzar esa meta. La tragedia de Hait¨ª reside m¨¢s bien en el grado de violencia y de desintegraci¨®n de la sociedad isle?a, y la escasa probabilidad de que amaine con el tiempo el amargo sufrimiento de la poblaci¨®n haitiana. Sin fortalecer el embargo e incrementar la presi¨®n internacional era imposible desterrar del poder o del pa¨ªs a los golpistas. Pero al hacerlo, aumentaban tambi¨¦n las privaciones de los habitantes.
Cada vuelta de tuerca elevaba las posibilidades de que el da?o fuera irreparable y que resultara despu¨¦s inviable la reconstrucci¨®n de una naci¨®n antigua pero tan fracturada que viera comprometido su futuro de manera definitiva. La dificultad de las propias fuerzas norteamericanas para proteger a los partidarios de Aristide de la violencia generalizada y de la represi¨®n de los attach¨¦s muestra hoy ante la Prensa lo que era sin duda una realidad cotidiana desde antes. La intervenci¨®n no garantiza el retorno supuesto de la democracia -si en Hait¨ª nunca la ha habido, ?c¨®mo se puede volver a ella?-, ni tampoco la salvaci¨®n de vidas que de otro modo se hubieran perdido. Pero la no intervenci¨®n equival¨ªa seguramente a la perpetuaci¨®n del calvario haitiano, a la represi¨®n y sangr¨ªa de una poblaci¨®n cuyo tormento remonta a las peores horas de la conquista y la esclavitud.
El dilema ¨¦tico de la intervenci¨®n en Hait¨ª no tiene soluci¨®n en sus propios t¨¦rminos. Conviene tal vez entonces remitirse a los resultados. Si los militares se van puntualmente, si Aristide puede volver en el lapso convenido, si las tropas estadounidenses se retiran m¨¢s temprano que tarde y si empieza un proceso de reconstrucci¨®n de una sociedad devastada por todos los males imaginables, la intervenci¨®n se habr¨¢ justificado. Los pruritos de los latinoamericanistas de cepa tendr¨¢n que quedar a un lado, aunque s¨®lo fuera por esta ocasi¨®n. Pero si no se cumplen estas condiciones, el anti-intervencionismo habr¨¢ demostrado su vigencia de nuevo en Am¨¦rica Latina y el derecho de injerencia seguir¨¢ siendo, en este continente por lo menos, un eufemismo.
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