Una acci¨®n discutible
La justificaci¨®n de la actual intervenci¨®n militar de Estados Unidos en Hait¨ª abre un interesante abanico de reflexiones. Por una parte, para quienes recuerdan la historia intervencionista de Washington en los Estados de su hemisferio, no deja de ser atractiva la idea de que, por una vez, los marines estadounidenses no desembarcan en un pa¨ªs americano para derrocar a un presidente democr¨¢ticamente elegido y apoyar una dictadura militar, sino precisamente para todo lo contrario. Pero si tal idea puede animar a los partidarios de la intervenci¨®n, muchos son los que dudan de que la democracia pueda establecerse en una sociedad desplegando en su seno un ej¨¦rcito de ocupaci¨®n. Anthony Lake, consejero de Seguridad Nacional del presidente Clinton, comentaba en mayo de 1994 que, con frecuencia, EE UU no podr¨ªa resolver los problemas de los dem¨¢s y "jam¨¢s construirles sus Estados". Parece que esto es lo que se quiere hacer en Hait¨ª.Pero dejando de lado ¨¦stas y otras impresiones subjetivas, conviene intentar aplicar a esta operaci¨®n militar los criterios que en la actualidad son de uso com¨²n para legitimar el recurso a la guerra. La justicia de la causa parece suficiente: poner fin a una brutal dictadura y reponer al presidente elegido por su pueblo. Que este criterio no se aplique en otras ocasiones y que se pueda hablar con raz¨®n de una doble medida, no lo hace aqu¨ª menos v¨¢lido. La rectitud de intenci¨®n es ya m¨¢s discutible. Muchos son los que consideran que esta operaci¨®n tiene m¨¢s que ver con la restauraci¨®n del prestigio del presidente Clinton que con el restablecimiento de los derechos humanos en Hait¨ª y la reposici¨®n del presidente Aristide. Valorar la legitimidad de la autoridad que ordena la intervenci¨®n es terreno todav¨ªa m¨¢s delicado. Conociendo el sistema cerrado en el que act¨²a el Consejo de Seguridad de la ONU y la forma en que en su seno se adoptan las resoluciones, es m¨¢s que evidente que la decisi¨®n relativa a esta intervenci¨®n reside exclusivamente en la Casa Blanca. La b¨²squeda de aliados que compongan una "coalici¨®n multinacional" parece confirmar la idea. Aunque en una segunda fase -de la que todav¨ªa apenas se sabe nada- entren en acci¨®n las fuerzas de pacificaci¨®n de la ONU, lo que hasta ahora ha ocurrido no se diferencia mucho de lo que Bush hizo en Panam¨¢ y Reagan en la isla de Granada. Si no es aceptable la autoridad que la ha desencadenado, lo que s¨ª parece m¨¢s que evidente es que esta operaci¨®n ha sido un ¨²ltimo recurso, agotadas otras v¨ªas. Incluso la sorprendente y pol¨¦mica intervenci¨®n del tr¨ªo de negociadores dirigido por el expresidente Carter dej¨® asentada la idea de que el recurso a la fuerza militar no se adoptaba precipitadamente.
Conviene tambi¨¦n analizar, tras los cuatro criterios anteriores, otros tres que afectan sobre todo a la praxis operativa y que configuran el cr¨ªtico eje donde se articulan pol¨ªtica y guerra, poniendo ¨¦sta al servicio de aqu¨¦lla. Las posibilidades de ¨¦xito de la operaci¨®n es el primero. Era imposible dudar del ¨¦xito militar de la operaci¨®n, tan descomunal es la diferencia entre las partes enfrentadas. La existencia de objetivos militares definidos parece, por el contrario, muy dudosa. El almirante jefe del mando del
Atl¨¢ntico de Estados Unidos, Paul Miller, lo ha recordado recientemente: "... hay que prever qu¨¦ se va a hacer el d¨ªa despu¨¦s, de la invasi¨®n, una semana despu¨¦s, un mes despu¨¦s, un a?o despu¨¦s...". En pocos d¨ªas, las ¨®rdenes t¨¢cticas cambiaron radicalmente. Los soldados norteamericanos, que inicialmente presenciaron pasivamente la brutal actuaci¨®n de la polic¨ªa haitiana contra los manifestantes pro-Aristide, pasaron despu¨¦s a intervenir directamente. Y ahora est¨¢n resbalando hacia un peligroso papel para un soldado profesional: actuar como un polic¨ªa. El derecho humanitario exige, en fin, que se puede intervenir sin producir da?os desproporcionados a la poblaci¨®n civil. Los cr¨ªticos d¨ªas en que coexisten las fuerzas de ocupaci¨®n y las que se hallan a disposici¨®n del actual Gobierno van a ser delicados a este respecto. Pero no parece que el nivel de intervenci¨®n militar pueda producir excesivas "v¨ªctimas colaterales".
Un criterio ¨²ltimo es el de que se obtenga un resultado final positivo, y que los da?os inherentes a toda intervencion militar no sean superiores al mal que con ella se pretende evitar, es decir, que no se agrave a¨²n m¨¢s la situaci¨®n anterior. Muchas dudas caben al respecto. Dada la historia pret¨¦rita y reciente de Hait¨ª (sobre la primera no viene mal releer El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, y Noam Chomsky en A?o 501, la conquista contin¨²a, repasa brevemente la segunda), uno se inclina a pensar que la suerte del pueblo haitiano (no la de sus minor¨ªas dirigentes) apenas podr¨ªa empeorar m¨¢s de lo que ya est¨¢ con cualquier tipo de intervenci¨®n militar. El hecho de que de los ocho criterios aplicados cuatro den respuesta afirmativa ? dos negativa y dos dudosa, confirma la percepci¨®n expresada en las primeras l¨ªneas de que la intervenci¨®n militar de Estados Unidos en Hait¨ª no puede apoyarse incondicionalmente ni rechazarse de forma rotunda.
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