El efecto Redondo
Despu¨¦s de sacudirse los ¨²ltimos vapores de cloroformo, Fernando Redondo se entrena intensamente para volver. Ha vivido los meses interminables del desaparecido en combate, y en la sorda lucha por reaparecer ha intimado con el fisioterapeuta, se ha familiarizado con los remedios de la medicina electr¨®nica ha padecido los ingenios de la ortopedia, y en sus largas fases de estrella crespuscular ha tenido una sola pesadilla: un bosque de agujas hipod¨¦rmicas guardado por un defensa central. Pero sobre todo ha debido soportar la m¨¢s dolorosa de las situaciones posibles en un hombre con reputaci¨®n de tipo duro. Junto a una sensaci¨®n de lejan¨ªa ha experimentado un ¨ªntimo reconocimiento de la fragilidad.Sin duda, tambi¨¦n habr¨¢ podido reafirmarse en sus m¨¢s profundas convicciones. Seguir¨¢ considerando el partido como una compleja operaci¨®n militar en la que la agresividad, la prudencia, la propaganda y la diplomacia deben sucederse y alternarse seg¨²n convenga al ¨²nico de los objetivos posibles: la victoria final. As¨ª, es preciso mostrar la m¨¢xima resoluci¨®n para atacar o contraatacar cuando el frente se rompe pero tambi¨¦n la m¨¢xima paciencia cuando hay que sostener un asedio Fiel al viejo estilo porte?o, interpreta todas estas opciones como aplicaci¨®n de un mismo manual del ganador. Luego las ejecuta con una naturalidad casi quir¨²rgica, sin olvidar que no son un asunto personal, sino la estricta expresi¨®n de las necesidades estrat¨¦gicas.
Este modo de entender el juego no ha sido bien considerado por varios comentaristas ni por algunos colegas. Pero, si se medita durante un minuto sobre la cuesti¨®n, ese no es un problema tan suyo como de aqu¨¦llos que dicen no comprenderle. Son ellos quienes deben explicar por qu¨¦ consideran m¨¢s grave un ca?o que una patada en la rodilla. Porque a primera vista parece que un recorte burl¨®n o una palabra de desaliento pueden costar un partido, pero est¨¢ claro que una coz perpetrada por la espalda puede costar indistintamente un ligamento y una carrera.
Quienes mejor le conocen est¨¢n convencidos de que se fue con piel de lobo y volver¨¢ con piel de tigre. Como su antepasado Afredo Di St¨¦fano lleva en la memoria gen¨¦tica algunos de los principios irrenunciables de Mart¨ªn Fierro, y sabe muy bien que un hombre tan comprometido como ¨¦l con las interioridades del juego vive atado a su destino. Definitivamente no tiene elecci¨®n.
As¨ª, pues, deber¨¢ seguir siendo toro en corral propio/ torazo en corral ajeno.
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