Inquilinos del pasado
Un carbonero y una soldadora relatan sus apuros entre las paredes de desdentadas casas del centro
![Jan Mart¨ªnez Ahrens](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fa8d3d51b-63fb-4044-90fa-fc3e6fdae017.jpg?auth=71cb888c68a3f94c3df73f306ba94a01247a7b5ba098ef4cc58889f1128b4244&width=100&height=100&smart=true)
Alquileres bajos para gentes modestas. Los inquilinos de Centro habitan casas que suelen ser de renta antigua. Sus vidas transcurren sorteando las estrecheces y entre paredes centenarias.Los d¨ªas de Sergio Fern¨¢ndez, de 57 a?os, se oscurecen en el s¨®tano de su carboner¨ªa. All¨ª, el tiempo se cuela por una rejilla del techo, se enreda en las telara?as y queda petrificado sobre los montones de mineral negro. Es Cava Baja, 41.
Una estampa del pasado, a la que pertenece el propio Sergio, con su mono azul de trabajo y su renta antigua, congelada desde 1981 en 20.000 pesetas. Suponen un tercio de sus ganancias mensuales. El resto se va en mantener a su mujer y a sus dos hijos veintea?eros -ambos en paro- y en pagar el alquiler del piso donde viven. Son 14.000 pesetas -tambi¨¦n de renta antigua-, para 35 metros cuadrados y un balc¨®n engastado de geranios en la calle del Almendro, situado a apenas a 200 metros del despacho de carbones.
El hombre y su bigote han pasado tiempos mejores. Cuando en 1963 cruz¨® por vez primera los soportales del local -fundado antes de la guerra civil-, el due?o hac¨ªa sudar a cuatro chavales. Con los a?os, Sergio demostr¨® que sudaba m¨¢s que los otros cargando sacos.
En 1978 se qued¨® con la carboner¨ªa. Mal negocio. El ¨²ltimo empleado, tambi¨¦n con mono azul , se march¨® en 1990. Ahora, Sergio trabaja solo. Ha instalado un tel¨¦fono en el negocio. Con su Ducati sirve a domicilio capazos o sacos de carb¨®n -40 pesetas el kilo de piedra y 80 pesetas el de fino para barbacoa- Su horario: de siete de la ma?ana a una y media de la tarde y vuelta a abrir a las cuatro hasta las ocho de la tarde.
A verlas pasar
En espera de la llamada del cliente, se sienta en la puerta del establecimiento a verlas pasar o se arrebuja en el catre del s¨®tano, rodeado de serr¨ªn. Hoy llueve. La calle, dice, ha perdido sus colores.
Sergio no entiende nada de planes de rehabilitaci¨®n de viviendas, de ayudas, de rentas. Le suenan lejanas. Cree que no facilitan las ventas, como tampoco lo hacen las drogas, que asegura que han inundado el barrio. Las odia tanto como a las calefacciones centrales y de gas.
Para Sergio, los tiempos vienen cada d¨ªa m¨¢s fr¨ªos y, sin embargo, cada vez se usa menos carb¨®n. Esa es su queja.
No muy lejos de la carboner¨ªa de Sergio, la iglesia de San Andr¨¦s y el Museo de San Isidro nadan por la ma?ana en el balc¨®n del comedor de Remedios Garc¨ªa, de 49 a?os. Pero la mujer, acompa?ada de su vecina la viuda Consuelo Ballina, de 80 a?os, ha dado hoy la espalda al paisaje y se dedica a picar ajos para los filetes del mediod¨ªa.
Est¨¢ en la cocina, frente a un deslunado donde cuelga una pajarera vac¨ªa. Su delantal se agita. Remedios truena. Lo hace contra su arrendatario, el Ayuntamiento de Madrid. Asegura que le quiere quitar su piso de renta antigua -4.000 pesetas al mes- para d¨¢rselo a un "sinverg¨¹enza enchufado".
La vivienda, 85 metros cuadrados, sin calefacci¨®n central, se convirti¨® en su hogar en 1973, una ¨¦poca en que la gente hu¨ªa del centro hacia las entonces refulgentes urbes de la periferia. Remedios y su marido, Rufino Torrecilla, ambos trabajadores de la extinta Standard El¨¦ctrica, prefirieron, en cambio, aquel piso centenario. Se lo aconsej¨® su madre, portera del inmueble. Despu¨¦s de 21 a?os y con dos hijas, todav¨ªa se lo agradecen. Y ello pese a los pasillos ondulantes, el servicio de dimensiones cubistas y el agua de lluvia que se cuela por el balc¨®n.
"La vivienda est¨¢ muy mal", reconoce Remedios. Tan mal que el Ayuntamiento exigi¨® al casero que reparara la finca. Petici¨®n imposible para alguien que apenas ganaba dinero con unas viviendas arrendadas a precios irrisorios. Final: el Ayuntamiento se qued¨® por 50 millones de pesetas con las ocho puertas, el par de buhardillas y los dos bajos de la finca.
"Soy pobre"
El siguiente paso fue intentar echar a Remedios. "Y todo porque tenemos una segunda residencia en Ciempozuelos, y all¨ª alargamos los veraneos y los fines de sernana", se queja esta antigua soldadora. Jam¨¢s cambiar¨¢ de barrio. Le gustan demasiado el Mercado de la Cebada -"donde hay para ricos y para pobres"- y el sol que ba?a el empedrado de las calles. "Me quieren quitar la vista. Soy pobre", clama. Ha cruzado los brazos. Desde su comedor, decorado con libros de tapas doradas, se divisa una iglesia y un museo. Plaza de San Andr¨¦s, 4, segundo izquierda.
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