"Mi sue?o es una favela"
En Rio, tener una chabola es hoy un lujo para el indigente
En R¨ªo de Janeiro, la ciudad brasile?a de las playas paradisiacas, m¨¢s de una tercera parte de la poblaci¨®n, unos cinco millones, vive hacinada en 700 favelas o villas miseria, donde cada noche disparan las ametralladoras creando p¨¢nico y muerte. Y, sin embargo, las favelas, que han sido el s¨ªmbolo m¨¢s tangible de los parias urbanos, peque?os infiernos de violencia, analfabetismo y pobreza extrema, ya no son la ¨²ltima miseria de este fin de siglo.Han pasado a ser un lujo, algo deseado para miles de indigentes que viven en la calle. Las heces de aquella humanidad m¨¢s abandonada y sola viven hoy en la calle, se cobijan entre cartones acurrucados bajo los puentes o alineados como condenados a una muerte inminente a lo largo de las aceras.
De ah¨ª que la canci¨®n de moda de un grupo de rap sea la que dice: "Mi sue?o es vivir en una favela". Y a?ade: "Soy un mendigo, un indigente, un indigesto, un ni?o vagabundo. No soy nadie. No tengo dignidad ni techo donde cobijarme. Para el turismo soy s¨®lo contaminaci¨®n. No tengo honra ni chabola. Mi sue?o es una favela".
Cuando el equipo de periodistas invitado por Manos Unidas para visitar un proyecto de dicha organizaci¨®n en favor de los ni?os de las favelas, a¨²n descarga las maletas, se oyen de repente cercan¨ªsimas r¨¢fagas de ametralladora bajo la favela Morro S¨¢o Jo¨¢o, en la Rua Barrao de Bon Retiro.
El superior de la parroquia, Anisio Febrito, sonr¨ªe. "Tienen que acostumbrarse. Aqu¨ª, al caer de la noche, los disparos en las favelas son normales. Cada noche hay muertos", en efecto, los periodistas oyen por la noche un constante tiroteo.
Anisio explica que hoy las favelas est¨¢n controladas por los narcos. Que nadie entra all¨ª sin su consentimiento. Que ellos son los due?os absolutos de cada chamizo. Y que los tiroteos se producen entre los enfrentamientos con la polic¨ªa, o por arreglos de cuentas entre ellos. Y los que acaban pagando son los ni?os, a los que se cargan como moscas, acusados de connivencia con los narcotraficantes, que cuentan con armas mejores que el mismo Ej¨¦rcito. El jefe que controla la favela del Morro le dijo un d¨ªa a Anisio: "No tengo alternativa: o mato o me matan".
Hoy, ni siquiera un polic¨ªa armado se atreve a entrar solo en una favela porque no sale con vida. Para poder visitar una de esas villas miseria es necesario ir bien protegido, no por las armas, sino por gente estimada y respetada por el barrio donde se conocen todos. Y as¨ª, en la favela de Santa Marta, los periodistas, conducidos por Manos Unidas, pudimos entrar protegidos por el l¨ªder negro de dicha favela, Itamar Souz¨¢, padre de siete hijos, considerado el Martin Luter King de las favelas de R¨ªo. Itamar, que era un ni?o m¨¢s de aquella favela, consigui¨® superarse, estudiar y encontrar trabajo en un banco, y acab¨® siendo el l¨ªder del movimiento Viva R¨ªo, que lucha por la recuperaci¨®n de los ni?os m¨¢s pobres para evitar que acaben en la calle como perros abandonados. Hoy sigue viviendo en la misma favela que lo vio nacer. Y es respetado y temido al mismo tiempo. Sabe que su vida est¨¢ siempre en peligro, pero no por ello deja de denunciar las cosas en todos los foros que se lo permiten.
Itamar abre la cabecera de la min¨²scula comitiva y la cierra una catedr¨¢tica de Pedagog¨ªa de la Universidad de R¨ªo, la teresiana Margarida de Souza Neves, alma, junto con Itamar, del movimiento Viva R¨ªo. "No se aparten ni un metro de nosotros", nos piden. Algunos a nuestro paso se cubren el rostro. Un hombre maduro pasa sin saludar llevando en su mano una ametralladora.
Itamar y los j¨®venes que desde hace a?os trabajan por el dif¨ªcil rescate de los m¨¢s peque?os forman un ej¨¦rcito de gente en su mayor¨ªa an¨®nima, que no se resignan a la fatalidad, que se juegan el tipo cada d¨ªa luchando contra la desesperaci¨®n, y que intentan llegar donde el Gobierno se detiene.
A la favela de Itamar lleg¨® un d¨ªa la polic¨ªa acusando a seis ni?os de haber advertido con se?as desde las ventanas estrechas de sus casuchas a los narcos de la llegada de las fuerzas del orden. Los sacaron de sus casas y los ejecutaron all¨ª mismo.
Y, sin embargo, all¨ª no se respira desesperaci¨®n ni impotencia. Saben que est¨¢n llevando a cabo un trabajo largo y dif¨ªcil, pero que el rescate, aunque sea de pocos de esos ni?os, es como una semilla que acabar¨¢ fructificando. "Nuestra lucha ha tra¨ªdo agua y luz, cosas de las que carecimos durante tantos a?os' comenta Itamar. Algunos de esos j¨®venes acaban participando en el movimiento de rescate.
En esta l¨ªnea se ha insertado la labor de Manos Unidas, que acaba de financiar en R¨ªo un centro para salvar a los llamados "ni?os de la calle". En realidad se trata de recoger a los ni?os de las favelas, comprometi¨¦ndose con sus familias a darles una formaci¨®n que les permita prepararse para un futuro m¨¢s digno.
Entre estos "¨¢ngeles de la miseria" hay quien, como un sacerdote espa?ol, se las arregla recorriendo restaurantes y mercados para preparar cada d¨ªa un guiso caliente para 400 mendigos. Otros se encargan de darles sepultura. Hay tambi¨¦n quien se encarga cada noche de buscarles techo seguro, para evitar que sean v¨ªctima de los pistoleros. Y hay quien les defiende con la pluma como la poetisa Roseana Murray, entregada a la literatura infantil, que escribe: "El coraz¨®n de la ni?a / ilumina la noche oscura / como si fuera un farol. / Es un coraz¨®n como los demas, / a veces dice que s¨ª, / a veces dice que no, / y tiene siempre una inmensa hambre de sol".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.