Cautelas en contra de la ''legalizaci¨®n'
Con un sabor agridulce me veo en la arena con este mal toro del fallido debate nacional propuesto sobre la legalizaci¨®n de los derivados del c¨¢?amo ¨ªndico. Vaya por delante que soy un convencido de su inutilidad, y tambi¨¦n de que su planteamiento desde el Gobierno me ha dejado, m¨¢s que sorprendido, estupefacto. Respecto a la primera cautela, es obvio que cualquier planteamiento que modifique la situaci¨®n legal de una sustancia psicotr¨®pica sometida a fiscalizaci¨®n internacional, y el c¨¢?amo ¨ªndico lo es, supondr¨ªa la denuncia t¨¢cita de los acuerdos y compromisos previos ratificados por nuestros representantes estatales en diversos foros internacionales.El asunto de la legalizaci¨®n. -incluida la m¨¢s ingenua modificaci¨®n de su nivel de control, investigaci¨®n con fin m¨¦dico o uso terap¨¦utico- es hoy d¨ªa una competencia de ¨¢mbito mundial y, por ende, impensable a nivel regional, nacional o local. Adem¨¢s, si, por ejemplo, Holanda tiene hist¨®ricamente un modelo m¨¢s permisivo, no incurre en contradicci¨®n al no haber ratificado los acuerdos internacionales en contrario. Hay que a?adir que el modelo holand¨¦s, de exagerado "¨¦xito", es cada vez m¨¢s objeto de critica interna (externa siempre la tuvo) por relacionarse con el narcoturismo, tan poco grato para los holandeses.
Ampliando la segunda advertencia previa, no puedo explicarme, ni los res¨²menes de prensa me han ayudado a entender el por qu¨¦ de un tal debate promovido desde la autoridad, consciente de la impopularidad estad¨ªstica que comporta. El asunto est¨¢ en la calle de muchos pa¨ªses, incluido el m¨¢s poderoso de sus opositores, Estados Unidos, por cierto, con extensas ¨¢reas de plantaci¨®n de c¨¢?amo, tan perseguidas como inerradicables. Espa?a tiene las particularidades de tener una prolongada relaci¨®n hist¨®rico-cultural con los productos sin graves consecuencias objetivas y de contar con una minor¨ªa intelectual de brillante argumentaci¨®n en pro de la legalizaci¨®n que mantiene una envidiable audiencia en medios de comunicaci¨®n social, uniendo su moci¨®n a algo tan innegablemente excelso como la libertad, (individual). As¨ª las cosas, cualquier opini¨®n, aun moderada, sobre cautelas en contra es percibida como opresora, reaccionaria, inquisitorial o cosas peores, impidiendo un discurso normalizador, desdramatizador y productivo socialmente. Por si faltara poco, el debate se convierte en una contemplaci¨®n, por extensi¨®n, a todas las drogas posibles, y se convierte tambi¨¦n en un totum revolutum inmanejable y lejano de realidades t¨¦cnicas cient¨ªficas, pol¨ªticas, econ¨®micas y sociales, olvidando y ocultando que son diferentes todas las sustancias susceptibles de ser usadas o abusadas, con o sin dependencia, y que m¨¢s importantes que las propias sustancias son los estilos de vida en que se insertan.
Considero tareas prioritarias y espec¨ªficas de la autoridad nacional mejorar la ya aceptable coordinaci¨®n de los planes auton¨®micos, informar verazmente sobre los indicadores de consumo y sus consecuencias, dise?ar nuevos indicadores, promover investigaci¨®n cient¨ªfica y social sobre lo conocido, supervisar calidad y racionalidad de las intervenciones preventivas y terap¨¦uticas, intervenir en las propuestas legislativas con su perspectiva de observatorio nacional de amplio espectro y garantizar una m¨ªnima calidad y cobertura en los servicios de atenci¨®n para todo ciudadano que tenga problemas con cualquier sustancia de abuso. As¨ª pues, tiene que pensar en libertad (colectiva e individual), igualdad y fraternidad (solidaridad), y en explicitar. cuando se requiera, nacional e internacionalmente, su proyecto social o sus dudas respecto a los compromisos adquiridos.
El debate real, creo, no se puede desencadenar (?controlar?) desde el poder sin demanda social cuantitativamente significativa sin generar confusi¨®n. Me consta, sin embargo, que ni este Gobierno ni su delegado para el Plan Nacional sobre Drogas son sospechosos de legalizacionistas. Quiz¨¢s hasta haya que ver cierta valent¨ªa (algo temeraria) en su gesto. Muchos conocidos, y pr¨®jimos suyos y m¨ªos nos interpelan y afean nuestra actitud de prudencia en contra, y nos acusan de cobardes por ella cuando contestamos hablando de la complejidad extrema de este tema.
Cuando por fin intentamos ordenar y reducir los problemas derivados del uso de sustancias bien conocidas y habituales, no puedo ver m¨¢s que con desconfianza y recelo el dar carta de igual naturaleza a otro producto potencialmente peligroso; es contradictorio, cuando menos. No niego que el c¨¢?amo tiene en Espa?a una alta y estable tasa de consumo en los ¨²ltimos diez anos, sin que por ello se correlacione seriamente con delitos contra la persona ni la propiedad, y s¨¦ que s¨®lo el 1,5 por mil de las urgencias por uso de sustancias t¨®xicas hace referencia. a su consumo. No se me oculta que el consumo "sospechoso de adictivo" (tema por evaluar) puede rondar no mucho m¨¢s que el 6,8% del total de los consumidores. Pero he visto suficientes psicosis t¨®xicas relacionadas (quiz¨¢ no causadas) con consumos grandes y peque?os como para afirmar que no siempre es algo blando e inocuo como se dice. Incluso acepto que tiene algunos usos m¨¦dicos no suficientemente disponibles y f¨¢ciles de prescribir en casos seleccionados.
Por otra parte, su obtenci¨®n y consumo en Espa?a est¨¢ al alcance de quien lo desea, despenalizado en privado de iure y en p¨²blico de facto. Poca gente ha ido a la c¨¢rcel por ello; c¨ªnicamente, nuestra posmodernidad permite una posici¨®n liberal como ninguna que se conozca, aunque algo hip¨®crita e incoherente, pero defendible, dentro y fuera, sin graves complicaciones en el contexto mundial. La historia resolver¨¢ el debate, aceptando, incluso, que el futuro, visto desde ahora, parece contrario a mi tesis.
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