Atapuerca
La semana pasada se presentaron en la Residencia de Estudiantes de Madrid algunos de los hallazgos realizados en los yacimientos f¨®siles de la sierra de Atapuerca, cerca de Burgos. Por m¨¢s seca y austera que sea la descripci¨®n de los restos encontrados, o de las hip¨®tesis avanzadas acerca del poblamiento humano m¨¢s antiguo de Europa conocido hasta el momento, no deja de resultar emocionante imaginar a nuestros lejanos antepasados luchando por sobrevivir en los cerros burgaleses y perpetuar as¨ª un linaje que ha llegado hasta nosotros.Y es que nuestra especie se desenvolvi¨® en la m¨¢s completa fragilidad durante cientos de miles de a?os. Sin estar particularmente dotada de fuerza f¨ªsica, de agilidad o de velocidad, ni de una especial agudeza en los sentidos, pero disponiendo, a cambio de una peque?a ventaja, su capacidad de pensamiento racional, aunque en un estado tan balbuceante, durante la mayor parte de su existencia como especie independiente, que parece una exageraci¨®n calificarlo con tan pomposo nombre.
Esa diferencia, emergente y con frecuencia poco eficaz para contrarrestar las debilidades de la especie, fue la que consigui¨® mantener con vida, siempre en peligro de extinci¨®n, a peque?os grupos, continuamente amenazados por el hambre, la enfermedad y los predadores, que habr¨ªan de ser el origen del hombre moderno. Una peque?a diferencia a que ha sido utilizada a fondo por los humanos para dominar sin discusi¨®n el planeta que tard¨ªamente los vio nacer, incluidas el resto de las especies animales, aparentemente mejor dotadas para desenvolverse en la naturaleza.
En Atapuerca se ha encontrado mucho m¨¢s que un trozo de hueso o unos pocos trozos aislados, por muy valiosos que sean ¨¦stos, como suele ser frecuente. Se trata de una ingente cantidad de restos humanos, junto a restos de animales y con los primitivos instrumentos que empezaban a fabricar, apenas unos guijarros afilados. Todo ello de una riqueza, en cantidad y variedad, sin parang¨®n en el mundo para la ¨¦poca de referencia, que comprende entre los 700.000 y los 100.000 a?os de antig¨¹edad, aproximadamente.
Durante cerca de veinte a?os se ha venido trabajando pacientemente para desvelar los tesoros paleo-antropol¨®gicos enterrados en las grutas de Atapuerca. Se ha acumulado as¨ª un material de gran valor cient¨ªfico que est¨¢ siendo cuidadosamente estudiado, especialmente en los ¨²ltimos, tiempos, con ayuda de todos los medios tecnol¨®gicos a nuestro alcance, a fin de extraer el m¨¢ximo de informaci¨®n sobre los individuos cuyos ¨²ltimos restos desenterramos hoy.
La obligada prudencia en la publicidad de las conclusiones m¨¢s novedosas, a la espera de que las evidencias encontradas sean exhaustivamente contrastadas, nos priva de saber, por el momento, si estamos ante una verdadera revoluci¨®n en nuestra visi¨®n de esa incierta etapa de la evoluci¨®n humana, o una verificaci¨®n de teor¨ªas ya aceptadas, aunque sin suficiente apoyatura emp¨ªrica.
En todo caso, parece haber datos suficientes como para establecer sobre bases s¨®lidas un esquema de la evoluci¨®n humana en el periodo en que se forj¨® el hombre moderno, muy anterior a aqu¨¦l en el que vivieron los ya evolucionados habitantes de Altamira, por ejemplo, pero ya plenamente extendidos por el mundo a partir de formas de vida humana todav¨ªa m¨¢s primitivas, seguramente procedentes de ?frica.
Ah, se me olvidaba. Esta apasionante rama de la investigaci¨®n cient¨ªfica es de las que no sirven para nada; enti¨¦ndaseme, para nada que d¨¦ lugar a objetos o mercanc¨ªas. Sirve ¨²nicamente para satisfacer nuestra curiosidad acerca del mundo en que vivimos, en este caso de esa del parte del mundo que es nuestra propia especie. O sea, ¨²nicamente para actuar seg¨²n una de sus caracter¨ªsticas b¨¢sicas, que la diferencia, despu¨¦s de una trabajosa evoluci¨®n, del resto de las especies vivientes.
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