El arte de regar la historia
Las reflexiones sobre los ¨²ltimos cinco a?os podr¨ªan llenar todo un libro, aunque dudo que ninguno de los pol¨ªticos hoy en activo tenga tiempo para sentarse a escribirlo. Y cinco a?os es un periodo demasiado corto para evaluar el proceso desencadenado por la ca¨ªda del comunismo, que cambi¨® completamente la dicotom¨ªa del mundo bipolar y, sobre todo, dio un vuelco a la vida de millones de personas. Creo que nos ha alegrado olvidar r¨¢pidamente c¨®mo era nuestra sociedad antes de noviembre de 1989.El r¨¦gimen de entonces difer¨ªa sustancialmente de otros sistemas no democr¨¢ticos similares. No era la cl¨¢sica dictadura militar. Tambi¨¦n se diferenciaba del sistema nazi porque impregnaba de un modo especial todas las ¨¢reas de la vida social y manipulaba premeditadamente la sociedad mediante una serie de instrumentos indirectos. El comunismo conquist¨® o destruy¨® la estructura pol¨ªtica natural de la sociedad e incluso utiliz¨® un recurso econ¨®mico -la nacionalizaci¨®n completa de todos los bienes- para asegurarse la obediencia de la poblaci¨®n. Parad¨®jicamente, mientras, por un lado, el r¨¦gimen humillaba a las personas, por otro lado las compromet¨ªa, haciendo a los ciudadanos responsables del funcionamiento del sistema.
Es dif¨ªcil percibir desde fuera el mecanismo oculto de una sociedad as¨ª: las personas hacen su trabajo, votan, son miembros obedientes del partido en el poder; no se ven en ninguna parte expresiones abiertas de desacuerdo con el r¨¦gimen. Aunque el contenido del r¨¦gimen comunista basado en la ideolog¨ªa marxista no ten¨ªa significado real para el ciudadano normal, ¨¦ste aceptaba la forma de ese r¨¦gimen, porque hasta cierto punto le era c¨®modo. S¨®lo una combinaci¨®n hist¨®rica ¨²nica de circunstancias revel¨® repentinamente la maldad del r¨¦gimen, la incompetencia de sus l¨ªderes y del aparato de poder, as¨ª como la total falta de apoyo por parte de la poblaci¨®n. No ¨¦ramos muchos los que nos neg¨¢bamos a creer en la inmortalidad del r¨¦gimen comunista y sab¨ªamos que estaba destinado a venirse abajo antes o despu¨¦s. Por supuesto, no sab¨ªamos cu¨¢ndo. Personalmente, ten¨ªa la intensa sensaci¨®n de que, cuando ocurriera, el aparentemente engre¨ªdo r¨¦gimen se derrumbar¨ªa como un castillo de naipes, y una vez lo compar¨¦ con el efecto de bola de nieve.
Eso es lo que ocurri¨® el 17 de noviembre de 1989, cuando la brutal represi¨®n de la manifestaci¨®n de estudiantes en el centro de Praga desencaden¨® una reacci¨®n en masa entre la poblaci¨®n que arrastr¨® a cientos de miles de personas a los m¨ªtines de la plaza Wenceslao. El car¨¢cter masivo y espont¨¢neo de la oposici¨®n al r¨¦gimen tuvo como consecuencia la ca¨ªda de los l¨ªderes de entonces, que entregaron el poder al Foro C¨ªvico y a Opini¨®n P¨²blica contra la Violencia. Si dejamos a un lado el apoyo psicol¨®gico de las democracias occidentales, nos liberamos sin ayuda externa. No obstante, debo mencionar el contexto internacional, pues desempe?¨® un papel significativo al crear condiciones que llevaron a la ca¨ªda del comunismo. Checoslovaquia no estaba en medi¨® del vac¨ªo, formaba parte del bloque sovi¨¦tico, y los cambios en marcha en la principal superpotencia comunista fueron de gran importancia para los pa¨ªses de Europa Central, del Este.
La perestroika de Gorbachov permiti¨® reformas menores en los dem¨¢s pa¨ªses, aunque s¨®lo hasta el nivel aceptable para los reformadores comunistas sovi¨¦ticos. El tipo de democracia occidental era impensable, pero tambi¨¦n lo era una intervenci¨®n armada como la de agosto de 1968. La rigidez e inviabilidad del r¨¦gimen checoslovaco causaban indignaci¨®n hasta en el equipo de Gorbachov, que hubiera acogido de buen grado algunos cambios. Pero el r¨¦gimen representado por Husak y Jakes fue incapaz de poner nada en pr¨¢ctica, lo cual aceler¨® su ca¨ªda.
Pese al entusiasmo con que recibi¨® la ca¨ªda de un r¨¦gimen odiado -aunque soportado-, la poblaci¨®n probablemente no pod¨ªa darse cuenta en aquel momento de lo dif¨ªciles y prolongados que ser¨ªan los procesos necesarios para dar vida a la democracia y al libre mercado. Ello est¨¢ en el origen de la insatisfacci¨®n y la desilusi¨®n que hoy sienten algunos. Recientemente describ¨ª la causa de estos sentimientos; en mi opini¨®n, se deben a la desintegraci¨®n del sistema de valores de la gente que hab¨ªa vivido bajo el r¨¦gimen comunista. Dije que el comunismo no fue simplemente el dominio de un grupo sobre otro, sino un sistema totalitario omnipresente, que lo abarcaba todo y penetraba en todo y que no permit¨ªa que nadie escapase de sus cadenas.
Ese sistema se arrog¨® el derecho a dominar a los ciudadanos no s¨®lo, mediante restricciones f¨ªsicas, sino tambi¨¦n mediante una lucha persistente para dominar la mente de hombres y mujeres. De ese modo, todo lo que rodeaba a la gente en el sistema totalitario era invadido y distorsionado por la ideolog¨ªa comunista. El sistema de valores, que inclu¨ªa la coexistencia con otras personas, las normas ¨¦ticas y los v¨ªnculos con el mundo y la sociedad, se levantaba sobre unos cimientos antinaturales y perversos; pero no hab¨ªa otra opci¨®n. La sociedad, a trav¨¦s de la educaci¨®n y la propaganda de masas, fue obligada gradualmente a aceptarlo.
Con la ca¨ªda del poder y la ideolog¨ªa comunistas, esta es tructura se vino, l¨®gicamente, abajo. La gente, sin embargo, no pod¨ªa aceptar inmediatamente una nueva estructura basada en los principios de la sociedad civil y la democracia. La mente y, las costumbres no pueden cambiar de la noche a la ma?ana y se re quiere tiempo para construir y aceptar un sistema de valores completamente nuevo. Y cuando algo se ha derrumbado y todav¨ªa no ha sido sustituido, a mucha gente le asalta una sensaci¨®n de vac¨ªo o incluso de frustraci¨®n. La velocidad y la din¨¢mica que mar caron la construcci¨®n del nuevo Estado democr¨¢tico llevaron necesariamente a improvisaciones que s¨®lo pod¨ªan probarse en el transcurso de la b¨²squeda de pr¨¢cticas desconocidas, y lleva ron tambi¨¦n a la p¨¦rdida de viejas certidumbres. La escena pol¨ªtica estaba poblada de disidentes, reclutados de los c¨ªrculos de la Carta 77, que disfrutaban del m¨¢s alto prestigio gracias al arriesgado di¨¢logo abierto con el r¨¦gimen comunista, pero que ten¨ªan poca experiencia en la gesti¨®n de las estructuras de poder. Pasado un. tiempo, la mayor¨ªa de ellos dej¨¦, la pol¨ªtica al darse cuenta de que las cargas que se hab¨ªan impuesto eran temporales. Y muchos volvieron gradualmente a sus profesiones originarias de artistas, soci¨®logos, cient¨ªficos; otros echaron firmes ra¨ªces en la pol¨ªtica y confirmaron as¨ª mi convicci¨®n sobre el implacable papel de los intelectuales entre quienes est¨¢n cambiando el mundo.
Sin embargo, r¨¢pidamente se estableci¨® un sistema pluralista de partidos pol¨ªticos, un Parlamento y Gobierno funcionales, as¨ª como un Tribunal Constitucional. Algunas actividades internacionales iban encaminadas a un ¨²nico objetivo: desligar la Rep¨²blica, Checa del bloque sovi¨¦tico y establecer lo antes posible lazos con el Occidente democr¨¢tico. El problema clave de aquellos d¨ªas, la transformaci¨®n de la econom¨ªa planificada totalitaria en un sistema abierto de mercado, no habr¨ªa resultado f¨¢cil de resolver si no hubiera sido por un grupo de economistas que sol¨ªa reunirse en los oscuros d¨ªas del totalitarismo y examinar la tarea a la que debieron enfrentarse de repente, en 1989, debido al giro hist¨®rico de los acontecimientos. No se opon¨ªan abiertamente al poder, como el grupo de la Carta 77, pero eran excelentes expertos con una idea clara de c¨®mo restaurar un moderno tipo de econom¨ªa de mercado en Checoslovaquia tras 40 a?os de comunismo.
Es alentador ver lo r¨¢pidamente que la gente se ha adaptado a la nueva situaci¨®n. Pr¨¢cticamente de la noche a la ma?ana ha surgido un estrato de empresarios en la Rep¨²blica Checa, y el m¨¦todo de privatizaci¨®n por vales de activos estatales ha dado lugar a millones de accionistas, aunque s¨®lo unos pocos sab¨ªan en realidad lo que eran las acciones.
Los resultados internacionales del proceso de integraci¨®n en las estructuras democr¨¢ticas europeas han sido menos satisfactorios. Me temo que la desintegraci¨®n del mundo bipolar cogi¨® desprevenidas a ambas partes.
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Occidente hab¨ªa resistido el peligro del comunismo durante d¨¦cadas apoyando todos los intentos de democratizaci¨®n y todos los movimientos que luchaban por los derechos humanos en Europa Central y del Este. No es de extra?ar, que Occidente se hubiera acostumbrado a esa est¨¢tica polaridad y no estuviera preparado para la posibilidad del hundimiento del comunismo. Me atrevo a decir que muy pocos pod¨ªan imaginar el alcance de los problemas que iban a estallar en ese momento.
Nuestro primer cometido fue romper los viejos lazos: recuerdo que presid¨ª la reuni¨®n suicida de la asamblea del Pacto de Varsovia en el castillo de Praga. Las estructuras econ¨®micas comunistas murieron de forma natural. La liberalizaci¨®n de precios y la abolici¨®n del intercambio comercial dirigido por Mosc¨² hicieron ineficaces los medios destinados a controlar las econom¨ªas de los sat¨¦lites sovi¨¦ticos. El Consejo de Ayuda Econ¨®mica se vino abajo.
Al analizar estos cinco a?os desde la perspectiva de nuestras esperanzas y expectativas, tenemos que reconocer que cont¨¢bamos con que nuestra integraci¨®n en la familia de las democracias europeas ser¨ªa m¨¢s r¨¢pida. Tras la disoluci¨®n del Pacto de Varsovia, esper¨¢bamos que se fueran estableciendo gradualmente las estructuras de seguridad europeas, cuyo n¨²cleo ser¨ªa la OTAN. Da la impresi¨®n de que Europa Central est¨¢ en una curiosa situaci¨®n: tras la desintegraci¨®n de la Europa bipolar, los pa¨ªses que est¨¢n entre la Uni¨®n Europea y Rusia se sienten atrapados en un vac¨ªo. Los intentos para convertirse en miembros de pleno derecho de la OTAN y la UE no pod¨ªan tener un ¨¦xito in mediato. Eso hizo que algunos pa¨ªses se esforzaran en acelerar el proceso que habr¨ªa de llevar a su admisi¨®n en las estructuras europeas. Puede que esa impaciencia no se entienda del todo, pero es s¨®lo la expresi¨®n de una amarga experiencia hist¨®rica.
La Rep¨²blica Checa da la bienvenida a las etapas preliminares para convertirse en miembro de pleno derecho de ambas estructuras: el Acuerdo de Asociaci¨®n con la Uni¨®n Europea y tambi¨¦n el proyecto Asociaci¨®n para la Paz, ofrecido en Praga a los cuatro Estados centroeuropeos por el presidente estadounidense, Bill Clinton. Vemos la Asociaci¨®n para la Paz como una oportunidad, un reto y, al mismo tiempo, como el camino que lleva a la OTAN Todo depende de la forma en que esta idea se lleve a la pr¨¢ctica. Algunos pol¨ªticos temen que no se har¨¢ correctamente ni de una manera significativa. Yo considerar¨ªa significativo el proyecto si permitiera un planteamiento diferenciado para cada uno de os pa¨ªses involucrados. Teniendo en cuenta las cuestiones de seguridad, no podemos dejar al margen el papel de Rusia. La asociaci¨®n entre Occidente y esta superpotencia nuclear euroasi¨¢tica, que culturalmente tiene inclinaciones distintas a las de los pa¨ªses de Europa Central y que posee una estructura de seguridad en el seno de la CEI, debe ser de una naturaleza claramente diferente a la de la asociaci¨®n con una peque?a Rep¨²blica Checa que pertenece a la civilizaci¨®n occidental, que quiere formar parte de la comunidad occidental, y que no puede defenderse en caso de conflicto importante.
Despu¨¦s de todo, no se trata s¨®lo de la necesidad de un paraguas de seguridad para los pa¨ªses de Europa Central. El orden tradicional de Europa ya se derrumb¨® dos veces en este siglo. El sistema que se instaur¨® en Versalles y que termin¨® literalmente entre las ruinas de la II Guerra Mundial no era lo bastante fuerte. S¨®lo pasaron 20 a?os hasta que Europa volvi¨® a estar expuesta, a una nueva guerra. El acuerdo de Yalta de la posguerra era incluso m¨¢s injusto, ya que dividi¨® Europa, de forma antinatural y en contra de la voluntad de las naciones, en dos partes separadas por el tel¨®n de acero. Ese tel¨®n cay¨® hace cinco a?os, y ahora tenemos la oportunidad hist¨®rica de crear un nuevo orden en Europa justo y duradero.
Eso es lo que ten¨ªamos en mente en aquellos revolucionarios d¨ªas de 1989. Hoy sabemos incluso m¨¢s: si no son los dem¨®cratas quienes creen el nuevo orden europeo, ¨¦ste ser¨¢ creado por otros, por los populistas que ofrecen seudoseguridades o por los guerreros que ondean banderas nacionalistas. Hemos tenido y seguimos teniendo la oportunidad hist¨®rica de definir una nueva Europa. Al volver a examinar ahora esta oportunidad, tras un lapso de cinco a?os, tengo que decir que s¨®lo se ha materializado muy lentamente y en forma de palabras m¨¢s que de hechos. En el futuro, no me gustar¨ªa reflexionar sobre la idea de por qu¨¦ nuestra generaci¨®n no tuvo ¨¦xito. De todas formas, tengo que insistir en que no bastar¨¢ con seguir llamando a las puertas de Occidente y hacer hincapi¨¦ en que compartimos los mismos valores, en que tambi¨¦n somos Europa y en que esperamos mayor amplitud de miras, m¨¢s celeridad y valor de la Uni¨®n Europea. Es importante que no s¨®lo profesemos estos valores de palabra, sino que tambi¨¦n los reavivemos de verdad, los aceptemos como propios. Creo que nuestra participaci¨®n en Unprofor, as¨ª como nuestro papel como pa¨ªs miembro temporal del Consejo de Seguridad de la ONU, da prueba de este empe?o.
Y hay todav¨ªa otro principio que en cierto modo impregna todos los dem¨¢s: el sentido de responsabilidad compartida en los asuntos de este mundo, que evita que nos concentremos en nosotros mismos, en qui¨¦n nos ayudar¨¢ y nos defender¨¢, en qui¨¦n nos proteger¨¢, y que nos hace ofrecer nuestra participaci¨®n, aceptar, nuestra parte de responsabilidad tanto en los asuntos europeos como en los mundiales. Estos son los cimientos morales que deber¨ªan facilitar los asuntos concretos que he estado considerando aqu¨ª: la democracia, el imperio de la ley, la econom¨ªa de mercado, la sociedad civil.
Al analizar retrospectivamente estos cinco a?os, no puedo, naturalmente, pasar por alto lo que nuestra sociedad no ha logrado. Uno de los fallos; en m¨ª opini¨®n, es la divisi¨®n de nuestro Estado. Muy pocos se hab¨ªan percatado en los momentos de entusiasmo revolucionario, de que el latente anhelo de la naci¨®n eslovaca por convertirse en un Estado independiente era tan profundo que pronto har¨ªa peligrar la cohesi¨®n de Checoslovaquia. Mucha gente vivi¨® el final de un Estado com¨²n como un trauma, pero, al volver la vista atr¨¢s, tengo que valorar el tranquilo y pac¨ªfico proceso de divisi¨®n. Sabemos lo inusual que es para un Estado dividirse tan pac¨ªficamente rigi¨¦ndose por acuerdos, como fue nuestro caso. La divisi¨®n o desintegraci¨®n de Estados suele ir acompa?ada de malestar civil, si no de una guerra. En nuestro caso, fue el resultado, de elecciones libres y de diferentes programas electorales de nuestras respectivas fuerzas pol¨ªticas. Las complicadas negociaciones mantenidas por los representantes checos y eslovacos tuvieron como resultado el acuerdo para la divisi¨®n del Estado. Ambas rep¨²blicas est¨¢n conectadas por numerosos lazos familiares, v¨ªnculos econ¨®micos, uni¨®n aduanera, v¨ªnculos culturales tradicionales. Lo m¨¢s importante es la falta de animosidad entre las dos naciones. No quiero dar la impresi¨®n de que me alegra la divisi¨®n, y lo cierto es que he hecho todo lo que he podido por evitarla. Pero si no hab¨ªa m¨¢s remedio, no puedo sino sentirme satisfecho porque el Estado com¨²n se disolviera pac¨ªficamente.
Por otra parte, hay fen¨®menos perturbadores. Hace cinco a?os no podr¨ªamos haber previsto la tragedia que ocasionar¨ªan el nacionalismo militante, la xenofobia, el, racismo y la lucha criminal por la limpieza ¨¦tnica que se han manifestado de una forma tan perversa en Bosnia-Herzegovina. La explosi¨®n de estas siniestras caracter¨ªsticas humanas nos cogi¨® por sorpresa. Tambi¨¦n en esto podemos ver la relaci¨®n entre colectivismo comunista y colectivismo nacionalista, en los que an¨®nimas masas servir¨¢n de refugio a individuos frustrados y hu¨¦rfanos que no han hecho m¨¢s que cambiar sus banderas y esl¨®ganes. Esto est¨¢ relacionado con la desintegraci¨®n de los falsos valores y certidumbres del r¨¦gimen comunista. La nueva situaci¨®n incita a buscar otros culpables, alienta todo tipo de radicalismos, la necesidad de ocultarse en colectivos an¨®nimos ya sean de grupo o ¨¦tnicos, el odio al mundo, la necesidad de la confianza en uno mismo a cualquier precio, el ego¨ªsmo sin precedentes que brota de la sensaci¨®n de que ahora todo est¨¢ permitido, el extremismo, pol¨ªtico y el culto m¨¢s primitivo al consumo. Sin embargo, pese a la abrumadora lista de demonios que amenazan a la democracia, no veo raz¨®n para el pesimismo. La existencia de estos fen¨®menos s¨®lo nos pone frente a otro ret¨® m¨¢s. El balance de estos cinco a?os es muy notable.
Seguimos yendo en la direcci¨®n que valerosamente escogimos en 1989. Algunos de los objetivos que nos marcamos ya se han alcanzado, otros a¨²n nos aguardan. Nuestra visi¨®n del futuro no puede hacerse realidad sin una condici¨®n previa necesaria: el renacimiento de la ciudadan¨ªa, que es la base de una sociedad estratificada de forma natural. El comunismo hab¨ªa hecho un trato con los ciudadanos: no interfir¨¢is en los asuntos p¨²blicos y os dejaremos vivir en paz. Pasar¨¢n algunos a?os antes de que la gente aprenda a aceptar su responsabilidad en los asuntos p¨²blicos. La euforia por la ca¨ªda del comunismo pudo crear la ilusi¨®n de que las cosas progresar¨ªan r¨¢pidamente. En los cinco ¨²ltimos a?os hemos aprendido. que las cosas llevan su tiempo. No quiero decir que debamos esperar a que algo nos salve. S¨®lo quiero insistir en el hecho de que la impaciencia no nos conducir¨¢ a un progreso acelerado.
Hace exactamente dos a?os dije en la Academia Francesa de las Artes y las Ciencias Pol¨ªticas: Aunque acostumbrado a esperar con la paciencia caracter¨ªstica de los disidentes, y consciente del significado de mi espera, en los tres a?os siguientes a nuestra revoluci¨®n pac¨ªfica antitotalitaria he cedido una y otra vez ante la impaciencia desesperada. Me preocupaba que todo estuviera cambiando demasiado lentamente, el hecho de que mi pa¨ªs no tuviera todav¨ªa una nueva Constituci¨®n democr¨¢tica, de que los checos y los eslovacos no pudieran decidir si vivir¨ªan en uno o en dos Estados, de que no nos pusi¨¦ramos lo bastante r¨¢pido a la altura del mundo democr¨¢tico occidental y de sus estructuras, de que no fu¨¦ramos capaces de aceptar nuestro pasado, de que limpi¨¢ramos demasiado lentamente las ruinas y los desechos morales del viejo r¨¦gimen.
Deseaba desesperadamente que al menos hubi¨¦ramos conseguido algo. Deseaba poder tachar alguna cuesti¨®n como problema resuelto. Deseaba que mi trabajo como jefe del Estado hubiera dado finalmente alg¨²n resultado visible, indiscutible, tangible. Y s¨®lo con enorme dificultad acab¨¦ aceptando el hecho de que la pol¨ªtica es un proceso sin fin, como la historia misma, un proceso que, de hecho, nunca nos permite decir que algo ha sido completado, terminado, cerrado. Era como si se me hubiera olvidado esperar de una forma razonable. Y entonces me d1 cuenta con horror de que mi impaciencia por el renacimiento de la democracia era, de hecho, algo comunista. O, en t¨¦rminos m¨¢s generales, estaba marcada por la ilustraci¨®n racionalista. Quer¨ªa acelerar la historia de la misma forma en que un ni?o trata de hacer que una planta crezca m¨¢s r¨¢pidamente: tirando de ella. Creo que el arte de la espera tiene que aprenderse igual que el arte de la creaci¨®n. Hay que plantar pacientemente las semillas, regar la tierra y dar a las plantas el tiempo que necesitan para crecer. No se puede ser m¨¢s listo que la historia como no se puede ser m¨¢s listo que las plantas.
Pero tambi¨¦n se puede regar la historia. Todos los d¨ªas y con paciencia. No s¨®lo con comprensi¨®n, no s¨®lo con humildad, sino tambi¨¦n con amor.
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