La confianza
Cualquier empresario sabe que la inmensa mayor¨ªa de sus relaciones con proveedores, clientes, bancos, etc¨¦tera, est¨¢n basadas en la mutua confianza. De hecho, toda la vida social, las relaciones con familiares, amigos, compa?eros, est¨¢n basadas en la, confianza., Incluso la guerra se basa en la confianza de que el enemigo no har¨¢ ciertas cosas. Y por supuesto, tambi¨¦n la vida pol¨ªtica se- basa en la confianza.Se dice por ello que la gente es confiada. Es cierto. Lo normal es confiar, porque, como han demostrado los te¨®ricos de la acci¨®n racional, el coste en que se incurre como consecuencia de desconfiar es mucho mayor que el riesgo usual que deriva de confiar.
Y por ello tambi¨¦n no es f¨¢cil perder la confianza. Normalmente pasamos por alto muchos peque?os enga?os o trampas sin darle importancia, pues sabemos que la gente, los otros, tambi¨¦n est¨¢n interesados en conservar nuestra confianza y, aunque nos la jueguen un d¨ªa, no insistir¨¢n excesivamente. Hace falta, pues, una quiebra seria, una falta grave. Pero cuando se pillan bastantes peque?as o una sola grande, la confianza se desvanece. Y la confianza no se tiene poco o mucho. Se tiene o no. Es, como decimos los soci¨®logos, una variable discreta. Est¨¢ o no est¨¢.
El Problema es que cuando se pierde la confianza la vida social se hace extremadamente dif¨ªcil. Lo que antes se daba por supuesto requiere laboriosas explicaciones y justificaciones; es necesario garantizarlo todo; hay que mostrar una y otra vez la buena voluntad. Y aunque se pongan todas las cartas sobre la mesa, el otro pensar¨¢ que siempre guardaremos otra en la manga, o, debajo de la mesa, o que las cartas est¨¢n marcadas, o que la trampa viene despu¨¦s. Las posibilidades de enga?ar son infinitas, pero las de decir la verdad s¨®lo una; de modo que, cuando se pierde Ia confianza, todas las garant¨ªas son pocas. Y as¨ª, los mismos te¨®ricos de la acci¨®n racional y la estrategia nos dicen que cuando se ha roto la confianza pues ha habido un serio enga?o, lo racional es no confiar. Pues ahora el riesgo de confiar es mayor que el coste de desconfiar.
Y quien ha perdido credibilidad descubre, de pronto que nada funciona correctamente. Sus palabras suenan a hueco. Si desea aproximarse, eso prueba alguna otra artima?a. Si se aleja es poque desea huir. Si est¨¢ quieto es porque quiere pasar desapercibido. Si se mueve es porque trata de embarullarnos de nuevo. Al igual que antes de todo estaba a favor, ahora todo se vuelve en contra.
En pol¨ªtica, es entonces cuando el esc¨¢ndalo se por completo de la corrupci¨®n del poder d¨¦ lugar a esc¨¢ndalos entre los ciudadanos. Puede pensarse que acabada la corrupci¨®n se acabar¨¢n los esc¨¢ndalos. Nada m¨¢s falso que esto. Pues llega un momento en que, perdida la confianza, los esc¨¢ndalos se alimentan solos. Todo es cre¨ªble. Cuando se ha cre¨ªdo una vez, s¨®lo una vez, lo incre¨ªble, lo incre¨ªble deviene perfectamente posible.
Desde el ya olvidado asunto Juan Guerra, los espa?oles hemos visto c¨®mo nos carcom¨ªa la confianza un caso tras otro de corrupci¨®n. Hemos visto lo incre¨ªble: en palabras de Leguina, hemos visto al jefe de los guardias huir con el dinero y al jefe del dinero marchar entre guardias. Hemos visto c¨®mo nuestros dos principales estrellas financieras entraban en la c¨¢rcel. Hemos visto tanto que la noticia de que. un cu?ado del presidente se ha enriquecido a su sombra nos parece lo m¨¢s normal? nos parece lo cre¨ªble. Lo m¨¢s probable es que no sea cierto. Pero se ha enriquecido y lo cierto no es ya cre¨ªble.
Nada hay m¨¢s complejo que lograr recobrar la confianza perdida. Usualmente las palabras no sirven, pues ellas fueron el instrumento de la mentira, de modo que acumular desmentidos suena a confirmaci¨®n. Por ello hay que recurrir a otro tipo de lenguaje, a los gestos, que muestran y dicen lo que no se puede decir. Cu¨¢les puedan ser esos gestos no lo s¨¦.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.