La petulancia del gal¨¢n
Cualquiera puede tomarse un a?o sab¨¢tico. Caramba, todo el mundo deber¨ªa tener la oportunidad de romper su l¨ªnea y darse capricho. Harry Connick, Jr. lo ha hecho con su disco She y a sus ¨²ltimos conciertos, centrados en el glorioso rhythm an blues, de Nueva Orleans, su ciudad de origen.La sutilidad no es lo suyo. Harry ha fichado a un equipo de eficientes machacas negros que aportan los requeridos sabores criollos y que est¨¢n obligados -?por contrato?- a re¨ªrle las gracias y celebrar con aspavientos todas sus exhibiciones. Harry deja los teclados y toca el bajo, la guitarra, la percusi¨®n, la bater¨ªa; por un momento, cuando desplaza la banqueta del piano, uno teme que se prepare para hacer el pino u otra pirueta gimn¨¢stica.
Harry Connick, Jr
and his new funk band.Harry Connick, Jr. (teclados y voz), Jonathan Dubose (guitarra), Tony Ball (bajo), Raymond Weber (bater¨ªa), Michael Ward (percusi¨®n), Leroy Jones (trompeta) y Lucien Barbarin (tromb¨®n). Palacio de Congresos, Madrid. 18 de noviembre.
-Pero no. Harry cuenta que su padre intent¨® ser torero en Madrid, que se siente inmensamente feliz de estar en la ciudad y que lo que hab¨ªa dicho al principio, de que este ser¨ªa el mejor concierto de su vida, le sal¨ªa del coraz¨®n. La noche anterior, ha pasado por la experiencia tur¨ªstica madrile?a -flamenco, restaurante t¨ªpico, la tuna- y hoy, se ha comprado una bandurria. En dos horas se ha familiarizado con el reci¨¦n adquirido instrumento y compuesto algo que presenta como Canci¨®n de cuna de Casa Bot¨ªn.
Para entonces, Harry se ha metido a todo el p¨²blico en el bolsillo. Y es que, en Harry Connick se funde el ¨ªdolo de pantalla grande (fuera, se venden fotos autograrfiadas por 2.000 pesetas) con el m¨²sico que no sabe qu¨¦ hacer con sus muchas dotes, aparte de apabullar. Adem¨¢s, cae bien, m¨¢s all¨¢ de su simpat¨ªa profesional de showman.
As¨ª que, el cronista se va quedando encogido en su asiento, abrumado ante el fervor que despierta un espect¨¢culo que resulta tan deslumbrante como hueco. Cuesta vibrar con Junko partner o St. James Infirmary, temas con tanta historia y dramatismo, recreados con suficiencia de yo-me-atrevo-con-todo.
?nicamente al final del concierto, cuando se suman los vientos, el escenario alcanza la temperatura de Tipitina u otro local del Nueva Orleans genuino. Por unos minutos, el circo de Harry Connick, Jr. ha vuelto a casa y el cuerpo se pone bail¨®n. Del resto, mejor olvidarse piadosamente.
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