El evento
Con la boda de la infanta Elena -primer enlace real de nuestra joven democracia-, los espa?oles con edad y memoria tendremos la oportunidad de quitarnos el recuerdo de aquellos siniestros bodorrios de la hija y nietas de Franco en la capilla del Pardo, entonces capital espiritual de la finca que era nuestro pa¨ªs para la familia del dictador. La sobriedad y el saber estar que caracterizan a nuestra Monarqu¨ªa parlamentaria nos inclinan z esperar una ceremonia tan digna de Europa como, por lo menos, lo son nuestros esfuerzos para dar la talla en la UE.Est¨¢, por otra parte, el factor romance. Desde que los Reyes se casaron -siendo pr¨ªncipes y tras haberse enamorado en un crucero-, en 1962, no nos hab¨ªamos echado al coleto una boda nacional de gran calado. Dos a?os antes, en el 60, saboreamos parte de sus mieles, al entregar solemnemente a Fabiola de Mora y Arag¨®n a B¨¦lgica, para que compartiera el trono con Balduino. En cualquier caso, ambos enlaces los vimos en blanco y negro, y en televisores que, todav¨ªa, salpicaban escasamente nuestros hogares.
Lo de ahora lo re¨²ne todo. De un lado, una infanta hecha y derecha, y capaz de detalles entra?ables, como lo fue su llanto de hermana feliz cuando el pr¨ªncipe Felipe desfil¨® en la inauguraci¨®n de los Juegos Ol¨ªmpicos; y un futuro esposo de impecable ascendencia, tanto en la vertiente aristocr¨¢tica como en la militar, y a quien, como a do?a Elena, le encanta la h¨ªpica, lo cual dar¨¢ mucho de s¨ª, pues es deporte que combina la elegancia con el amor a los animales propio de las nuevas generaciones, que son m¨¢s ecol¨®gicas.
Las preguntas que ahora el pueblo se hace no son otras que "?Se aman? ?Aman tambi¨¦n ellos?". La respuesta es s¨ª. Sabemos, por sus propias declaraciones, que, ni don Juan Carlos ni do?a Sof¨ªa embarcar¨ªan a ninguno de sus hijos en un matrimonio desdichado, por muy adecuado que resultara, pues, como reyes modernos que son, no ignoran que la conveniencia conduce m¨¢s f¨¢cilmente a la felicidad si los contrayentes se hacen til¨ªn. As¨ª que el pueblo tambi¨¦n debe sentirse contento, satisfecho el romanticismo que hay en el fondo de todo hombre y mujer de bien, y que le lleva a preferir el final feliz de Sissi a la amarga conclusi¨®n de Vacaciones en Roma.
De aqu¨ª a la venturosa primavera nos aguardan, sin embargo, un aluvi¨®n de parip¨¦s que pueden empalagar incluso a los propios contrayentes, de cuya discreci¨®n y sencillez tenemos ya pruebas. Siendo este pa¨ªs m¨¢s papista que el Papa en algunos asuntos, y siendo algunos m¨¢s dados a batir el merengue que lo que al propio Palacio le agrada, algunas carnes pueden empezar a abrirse ante la perspectiva de que cierta prensa diaria le haga la competencia en este aspecto a la del coraz¨®n.
Pero ¨¦sa es una cruz que todos llevaremos con resignaci¨®n, en aras de la trascendental importancia del evento y pensando que peor lo tienen en Inglaterra.
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