El abrazo de las culturas
Texto ¨ªntegro del discurso con que el escritor mexicano agradece, en nombre de todos los galardonados, la entrega de los Premios Pr¨ªncipe de Asturias
Majestad, Alteza, se?oras y senores:Se me concede el gran honor de agradecer, en nombre de todos los que hemos sido distinguidos en 1994 con los premios que, en vuestro nombre y bajo vuestro patrocinio, Alteza, distinguen a?o con a?o a hombres, mujeres y grupos que trabajamos en las ¨¢reas de la comunicaci¨®n y de las humanidades, las artes, las ciencias, la investigaci¨®n, los deportes, la cooperaci¨®n Internacional y, coron¨¢ndolo todo, la concordia, que, nos dice Shakespeare, es la m¨²sica interior del ser humano.
Es tambi¨¦n esencia de la paz que, en su cantar, un gran rey y poeta que nos pertenece a todos, Salom¨®n, le ofrece por igual a los que est¨¢n cerca y a los que est¨¢n lejos: paz para todos, los pr¨®ximos y los lejanos, la humanidad visible pero tambi¨¦n la invisible, la olvidada, la marginada. Por eso, el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de la Concordia se le da este a?o al recuerdo necesario, al porvenir imprescindible, a la edad m¨¢s entra?able del ser humano: la ni?ez, pero la ni?ez amenazada hoy en demasiadas calles del planeta.
El tama?o del honor es comparable a la dificultad de hacerme voz de un grupo tan rico, diverso y, s¨ª, necesario, de talentos.
Nos diferencia la profesi¨®n, la nacionalidad, la edad, el sexo. Sin embargo, nos dej¨® un canto coral a los vencedores ol¨ªmpicos en el que se premiaba, conjuntamente, a los deportistas, a los m¨²sicos, a los poetas y a los estadistas.
Virtud, valent¨ªa, fuerza y justicia" el uso moderado del poder y la gloria que todo ello otorga, son los laureles que P¨ªndaro atribuye a los vencedores de las primeras olimpiadas.
Pero su poes¨ªa pertenece a un mundo que, desde la gesta hom¨¦rica, era consciente de qu¨¦; al lado de los triunfos de la paz, exist¨ªan los horrores de la guerra. Ambos se disputaban el nombre de la gloria. Pero la gloria de la guerra, al perder su m¨¢scara, revelaba su rostro verdadero: la muerte.
Qu¨¦ terribles palabras ¨¦stas de Aquiles a su v¨ªctima postrada: "Vamos, amigo, t¨² tambi¨¦n debes morir. Patroclo val¨ªa m¨¢s que t¨² y, sin embargo, ha muerto".
Simone Weil, la gran fil¨®sofa judeocristiana, se sirve de este ejemplo para recordamos lo que Homero ya sab¨ªa: el imperio de la violencia es infinito; puede ser tan grande como la naturaleza -imaginemos, lo ruego, este horror: una violencia tan grande que se vuelve sin¨®nimo de la naturaleza-.
S¨®lo pueden disiparlo tres consejos: no admires el poder, no detestes al enemigo y no desprecies a los que sufren.
Esta es la otra cara de la victoria ol¨ªmpica cantada por P¨ªndaro.
Nuestro tiempo, privado de una cultura tr¨¢gica, no ha sabido respetar estas advertencias.
El siglo XX ha idolatrado el poder, ha destruido al enemigo con alevos¨ªa premeditada y cuasi-cient¨ªfica, y ha acumulado dolor y m¨¢s dolor sobre los hombros de los seres sufrientes.
Hoy, al acercarnos al fin del siglo y del milenio, aprovechamos encomios tan exaltantes como ¨¦ste de Asturias para reflexionar sobre la necesidad de crear una civilizaci¨®n com¨²n, diversificada pero compartida, a fin de merecer nuestros premios y ser dignos de la gloria que nos dispensa la patria de Jovellanos y de Clar¨ªn, que con sus nombres nos indican cu¨¢n lejos puede llegar el esp¨ªritu humano cuando lo ilumina el deseo de a?adir belleza y verdad a la tierra.
Permitidrne, Alteza, que ampare mis palabras esta noche con esos dos nombres de asturianos ilustres: Gaspar Melchor de Jovellanos, el pensador y estadista que m¨¢s lejos nos llev¨® por el camino de la raz¨®n y el buen gobierno, y Leopoldo Alas, Clar¨ªn, el novelista que m¨¢s lejos nos condujo por el camino de la imaginaci¨®n y la sensualidad. Raz¨®n y sensualidad, complement¨¢ndose, sin sacrificio de la inteligencia o el placer humanos. Qu¨¦ gran lecci¨®n de humanidad y belleza para nuestra civilizaci¨®n plural y compartida nos dan los pensadores y artistas asturianos.
Una civilizaci¨®n com¨²n: desde este techo de Espa?a, Asturias, monta?a levantada sobre los hombros del patriota rebelde, Pelayo, podemos esta noche distinguir claramente algo que nos re¨²ne a todos.
Es la cultura del Mediterr¨¢neo, el Mar Nuestro, el gran abrazo que nos abarca desde Israel, Palestina y el Levante, pasando por Grecia e Italia hasta Iberia y m¨¢s all¨¢, pues las olas del Mediterr¨¢neo europeo llegan hasta el Mediterr¨¢neo americano, que es el Caribe y el golfo de M¨¦xico, y all¨ª fecundan una civilizaci¨®n de encuentros que habla castellano, ingl¨¦s, holand¨¦s, franc¨¦s y todos los cruces y mestizajes verbales nacidos en la plantaci¨®n y en el barco esclavista.
El abrazo del Mediterr¨¢neo se extiende hasta sus riberas sure?as, el Magreb y Egipto, y hasta sus l¨ªmites n¨®rdicos, tributarios tambi¨¦n, del Atl¨¢ntico hasta el B¨¢ltico, de la filosof¨ªa griega, el derecho romano, la ciencia ¨¢rabe y la religi¨®n jud¨ªa.
Hablo desde la tierra espa?ola donde todos estos valores se dan cita, otorg¨¢ndole a esta ceremonia el significado de una conmemoraci¨®n y un reencuentro de culturas.
No en balde coexistieron aqu¨ª, durante cinco siglos, cristianos, jud¨ªos y musulmanes.
No en balde se vio a s¨ª mismo san Fernando de Espa?a como descendiente de las tres culturas del libro: la hebrea, la isl¨¢mica y la cristiana: hijo de los tres monote¨ªsmos mediterr¨¢neos, el rey santo hizo inscribir su tumba en Sevilla, por los cuatro costados, con las lenguas de una cultura diversa pero compartida: lat¨ªn, espa?ol, ¨¢rabe y hebreo.
No en, balde Alfonso X de Castilla, el Sabio, trajo a su corte a los intelectuales ¨¢rabes y jud¨ªos que tradujeron al espa?ol la Biblia y el Cor¨¢n, la C¨¢bala y el Talmud.
La futura prosa de Espa?a, la que nos une a 400 millones de hombres y mujeres en Espa?a y las Am¨¦ricas, desde M¨¦xico hasta Chile y Argentina -sin olvidar los 30 millones de hispanohablantes en Estados Unidos- proviene de la corte de Alfonso y es, en esencia, el lenguaje de las tres culturas.
?Qu¨¦ gran ejemplo para los a?os de intolerancia, persecuci¨®n y exilio que siguieron!
?Qu¨¦ gran advertencia para que nunca m¨¢s degrademos nuestra humanidad en la barbarie del racismo y la xenofobia!
?Sabremos identificar de nuevo un destino com¨²n para la humanidad, sin sacrificio de los aportes singulares de cada pueblo?
A los pueblos de ambos Mediterr¨¢neos -el de ac¨¢ y el de all¨¢, el de Beirut, Tel Aviv y Jeric¨®, y el de Veracruz, Cartagena de Indias y Nueva, Orleans; el de Alejandr¨ªa, T¨²nez y Argelia, y el de Puerto Rico, Nicaragua y Panam¨¢; el de Palermo Barcelona y Venecia, y el de Puerto Cabello, Santo Domingo y Santiago de Cuba-, a todos nosotros nos corresponde comprobarlo: como los aqu¨ª premiados, debemos saber lo que nos distingue y decir lo que nos une.
Fueron esta lengua y esta cultura compartidas las que cruzaron el Atl¨¢ntico para llevar el. abrazo mediterr¨¢neo hasta las costas americanas y proseguir all¨ª, m¨¢s all¨¢ de los cr¨ªmenes de la conquista y los abusos de la colonizaci¨®n, una civilizaci¨®n activa y desafiante, una contraconquista y una descolonizaci¨®n hecha por criollos, indios, mestizos, negros y mulatos que unieron su propia palabra a la lengua de Espa?a y en ella descubrieron que una buena tercera parte de nuestro vocabulario es de origen ¨¢rabe -acequia, almohada alberca, azotea, aljibe, alc¨¢zar, alcachofa, lim¨®n, naranja y iol¨¦!- que la mitad de nuestra religi¨®n es israelita -del G¨¦nesis al Libro de Daniel- y que en nuestro pensamiento espa?ol e hispanoamericano no podemos separar al cristiano san Isidoro, al jud¨ªo Maim¨®nides y al ¨¢rabe Averroes.
No habr¨ªa Libro de buen amor del arcipreste Juan Ruiz sin El collar de la paloma de lbn Hazm de C¨®rdoba, y sin ambos, no habr¨ªa escrito el jud¨ªo converso Fernando de Rojas la obra auroral de la ciudad renacentista, La Celestina. Me cuenta Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez que un d¨ªa lleg¨® al aeropuerto de Teher¨¢n y los omnipresentes periodistas le preguntaron cu¨¢l era la influencia de la literatura persa en su obra.
Sorprendido por un instante, el autor de Cien a?os de soledad, iluminado por el Esp¨ªritu Santo, respondi¨®: "Las mil y una noches".
?Existe narrador que no sea hijo de Sherezade, es decir, de la mujer que cada noche cuenta un cuento m¨¢s para ver una ma?ana m¨¢s y aplazar, as¨ª, la muerte?
De igual modo, no podemos separar la obra de Jorge Luis Borges de las grandes construcciones morales e ideales del juda¨ªsmo: la C¨¢bala que rige los destinos entrelazados de Tlon, Uqbar y Orbis Tertius, y el Talmud, que es la gu¨ªa para extraviarse, delectablemente, en el jard¨ªn de senderos que se bifurcan.
Am¨¦rica env¨ªa de regreso a Espa?a, desde el siglo XVI, las carabelas verbales para surcar un nuevo Mare Nostrum: las cr¨®nicas espa?olas de Bernal D¨ªaz, las cr¨®nicas ind¨ªgenas de Guam¨¢n Poma de Ayala y las cr¨®nicas mestizas del Inca Garcilaso de la Vega, quien nos advierte a todos desde el Per¨² virreinal: "Mundo, s¨®lo hay uno".
A M¨¦xico vienen de Espa?a Gutierre de Cetina y Mateo Alem¨¢n, desde M¨¦xico llega a Espa?a Juan Ruiz de Alarc¨®n y desde entonces el flujo mediterr¨¢neo no ha cesado: tanto le debe Espa?a al nicarag¨¹erise Rub¨¦n Dar¨ªo como Am¨¦rica al granadino Federico Garc¨ªa Lorca, como Espa?a al chileno Pablo Neruda como Am¨¦rica, nuevamente, a los poetas del exilio espa?ol.
Basta esta memoria para entender que nuestra cultura es dos cosas: peregrina y mestiza.
Mezcla de muchas razas y culturas: ¨¦sta es la raz¨®n de su continuidad y, su fuerza.
Pero tambi¨¦n fruto de muchos exilios, migraciones trasiegos: ¨¦ste es el impulso de su dolor, su coraje y su virtud.
Cultura mestiza, cultura migratoria: hoy ambas cualidades est¨¢n en peligro y ello ocurre en el momento en que, despu¨¦s de cincuenta a?os de est¨¦ril guerra fr¨ªa, las ideolog¨ªas excluyentes le ceden el lugar a las culturas incluyentes, largo tiempo postergadas porque no cab¨ªan en el refrigerador bipolar del conflicto Este-Oeste.
Las culturas como protagonistas de la historia: no estamos acostumbrados a este desaf¨ªo, sobre todo cuando, hoy, las culturas son portadas no s¨®lo por sus escritores y artistas, no s¨®lo por sus empresarios y estadistas, sino por sus trabajadores, los obreros que emigran obedeciendo a la demanda del mercado y rompiendo la maldici¨®n de la pobreza.
Nuestras culturas peregrinas se han universalizado, se mueven ahora en vastas corrientes del Sur al Norte y del Este al Oeste: con ellas viajan los trabajadores y sus familias, sus oraciones, sus cocinas, sus memorias, sus maneras de saludar y cantar y re¨ªr y sonar y desear, desafiando prejuicios, reclamando la equidad junto con la identidad; mantener su propio perfil cultural para enriquecer las identidades nacionales a las que se integran en un mundo m¨®vil, determinado por la comunicaci¨®n instant¨¢nea, la velocidad tecnol¨®gica y el flujo de los mercados, tanto del capital como del trabajo.
?Podemos negarle, en un universo de tan r¨¢pida mutaci¨®n, el derecho de existir a herencias seculares que pueden convertirse en contribuciones esenciales, acaso salvadoras, para un futuro que
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El abrazo de las culturas
Viene de la p¨¢gina anteriora¨²n desconocemos, que se nos escapa todos los d¨ªas, tan complejo como imprevisible?
Vivimos hoy, como lo escribi¨® el poeta rom¨¢ntico franc¨¦s Alfred de Musset inclinado sobre el fin de la era napole¨®nica, con un pie sobre las cenizas y otro sobre las semillas. No sabemos separar el pasado del porvenir, ni debemos hacerlo: ambos nos acompa?an en el presente.
Entre la ruina y el surco nuestro brev¨ªsimo siglo XX -que se inici¨® en 1914 en Sarajevo- fue un siglo de progreso inigualable junto a una desigualdad incomparable.
El mayor avance cient¨ªfico y el m¨¢ximo retraso pol¨ªtico.
El viaje a la Luna y el viaje a Siberia.
La gloria de Einstein y el horror de Auschwitz.
La persecuci¨®n implacable contra razas enteras, la guerra no contra los ej¨¦rcitos, sino contra los civiles, seis millones de jud¨ªos asesinados por el nazismo, dos millones de vietnamitas muertos en guerras coloniales y cuarenta mil ni?os que mueren todos los d¨ªas en el Tercer Mundo, muertes innecesarias.
Autodeterminaci¨®n para algunos pueblos, pero no para otros, a veces vecinos de aqu¨¦llos, y una iron¨ªa digna de Orwell: todas las naciones son soberanas, pero algunas son m¨¢s soberanas que otras.
Hacen falta organizaciones internacionales renovadas que reflejen una nueva composici¨®n mundial: doscientos Estados independientes en 1994, no 44 como al fundarse la ONU en 1945; pugna de jurisdicciones transnacionales, nacionales, regionales, tribales; oposici¨®n entre la aldea global y la aldea local, entre la aldea tecnol¨®gica de Ted Turner y la aldea memoriosa de Emiliano Zapata, entre el alegre robot que vive en el Penthouse, y los ¨ªdolos de la tribu que sobreviven en el s¨®tano; tr¨¢nsito doloroso de una econom¨ªa de volumen a una econom¨ªa de valor, con el sacrificio de millones de trabajadores v¨ªctimas de la siguiente paradoja: productividad mayor con mayor desempleo; y una red mundial de informaci¨®n que informa muy poco porque hemos perdido la relaci¨®n org¨¢nica entre experiencia, informaci¨®n y conocimiento: explosi¨®n de la informaci¨®n, implosi¨®n del significado.
Todos estos conflictos son, al mismo tiempo, oportunidades, porque, al fin y al cabo, pueden ocasionar contacto, intercambio, di¨¢logo: concordia, imaginaci¨®n y humanidad para ese mundo ¨²nico que previ¨® el Inca Garcilaso y que hoy nos obliga a reconocemos en una problem¨¢tica com¨²n: hay mendigos en Birmingham, Bogot¨¢ y Boston. Hay gente sin hogar en Londres, Lima y Los ?ngeles.
Hay un Tercer Mundo dentro del Primer Mundo, pero los problemas de la mujer y del anciano, la educaci¨®n, el crimen, la violencia, la droga, el sida, no distinguen entre primer, segundo, tercero o cuarto mundos.
Igual mueren ni?os asesinados por vigilantes en las calles de R¨ªo de Janeiro que ni?os asesinados por otros ni?os en los guetos de Chicago, que ni?os asesinados al azar por el tiroteo entre pandillas en Nueva York.
S¨ª, mundo s¨®lo hay uno: esto nos dicen, con la esperanza y la voluntad, todos los artistas, estadistas, deportistas y cient¨ªficos hoy premiados. Pero sobre todo, Alteza, los tres premios de la Concordia: los Mensajeros de la Paz de Espa?a, el Movimiento brasile?o de los Meninos da Rua y la organizaci¨®n brit¨¢nica Save the Children.
La voluntad pol¨ªtica nos ha demostrado que es posible reducir el imperio de la violencia y darle un rostro actual al deseo hom¨¦rico de respetar al antiguo enemigo y de amar a quienes sufren la historia.
?fric¨¢ del Sur y Oriente Pr¨®ximo hoy, con suerte Irlanda y el Caribe ma?ana, son ejemplos de que las v¨ªas de la diplomacia y el di¨¢logo vuelven a ser transitables para evitar la violencia y establecer la fraternidad.
Celebramos esta noche a los hombres y mujeres del futuro, como nos ha pedido a todos Sim¨®n Peres que lo seamos.
Yasir Arafat e Isaac Rabin honran esta noche a nuestra humanidad diversa pero compartida: ensanchan a¨²n m¨¢s el abrazo del Mediterr¨¢neo y nos dan a todos ese reposo que Mois¨¦s encontr¨® al llegar a su suelo, dejando de ser "un, extranjero en tierra extra?a", o que el poeta palestino Mahmud Darvish, con gran emoci¨®n, explic¨® en su poema Reflexiones sobre el exilio: "S¨¦llame con tu mirada. / Ll¨¦vame donde quiera que est¨¦s... / Ll¨¦vame como un juguete, como un ladrillo / para que nuestros hijos no se olviden de regresar...".
Majestad, Alteza, se?oras y se?ores:
Quisiera introducir una muy breve nota personal para finalizar este discurso.
Interpreto todo premio que se me da como un premio para mi pa¨ªs, M¨¦xico, y la cultura de mi pa¨ªs, fluida, alerta, no ideol¨®gica, parte inseparable del dram¨¢tico proceso de transici¨®n democr¨¢tica y afirmaci¨®n de los valores de la sociedad civil, que vivimos hoy, con esperanza decidida, 90 millones de mexicanos.
A mi patria y a sus valores hago acreedores del Premio Pr¨ªncipe de Asturias de las Letras.
Pero a trav¨¦s de M¨¦xico y la civilizaci¨®n mexicana, me uno, con todos ustedes, a la civilizaci¨®n asturiana de Jovellanos y de Clar¨ªn, que son asturianos porque no le tuvieron miedo al riesgo de la creaci¨®n pol¨ªtica y art¨ªstica, econ¨®mica y moral. Seamos dignos de ellos y dignos de Asturias.
Y a partir de Asturias y M¨¦xico, me uno, con todos ustedes, a la celebraci¨®n de una cultura para el siglo nuevo: cultura de inclusiones, jam¨¢s de exclusiones; cultura que disminuya el imperio de la violencia y aumente el de la paz; cultura, en fin, al servicio del valor supremo que es la continuidad de la vida en este planeta.
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