Cortes descorteses
La ampliaci¨®n del Congreso es pecadora; y a un peor, descort¨¦s. Se levanta sobre un pecado original urban¨ªstico, comete un pecado mortal pol¨ªtico y est¨¢ salpicada, de innumerables pecados veniales arquitect¨®nicos; pero su mayor falta es la descortes¨ªa infinita hacia sus invisibles electores.El pecado original fue la demolici¨®n de la manzana de edificios protegidos que se llev¨® a cabo para liberar el solar, circunstancia que oblig¨® a modificar el Plan General por entonces reci¨¦n aprobado y manifest¨® elocuentemente la condici¨®n privilegiada de una instituci¨®n que hubiera debido mostrar una disciplina urbana ejemplar. El pecado mortal residi¨® en la decisi¨®n de no someter al conocimiento y debate p¨²blico una construcci¨®n de tal importancia simb¨®lica -la primera ocasi¨®n para dar forma visible a la democracia espa?ola que se produce en nuestro siglo-, como si los ciudadanos no tuvieran capacidad para expresar m¨¢s opini¨®n que un voto peri¨®dico a una lista cerrada. Los pecados veniales, de ¨ªndole arquitect¨®nica, por ¨²ltimo, son numerosos y disculpables, producto tanto de la, joven inexperiencia de sus autores como del clima c¨ªnico y conformista de los a?os ochenta, que propici¨® un clasicismo amable y fatigado, la trivialidad contextual de la fachada que evoca la del viejo palacio y la fragmentaci¨®n manierista que superpone sin convicci¨®n el z¨®calo de piedra y la montera de vidrio.
Con todo, lo m¨¢s reprochable de la ampliaci¨®n del Congreso es la ausencia de cortes¨ªa hacia los electores, al sustituir la representaci¨®n de su car¨¢cter formal de sede de la soberan¨ªa popular por la descuidada expresi¨®n de su genuina naturaleza de oficinas c¨¦ntricas y confortables para funcionarios de partidos pol¨ªticos. Las Cortes fueron corteses al fingir una esforzada continuidad con nuestro epis¨®dico pasado constitucionalista, que cristaliz¨® en la localizaci¨®n de las c¨¢maras en los palacios del Congreso y del !Senado; pero han perdido las formas al ampliarlos con oficinas que s¨®lo la hipocres¨ªa puede describir como instrumentos de comunicaci¨®n entre legisladores y representados. La sociedad del espect¨¢culo y la ley electoral han creado una democracia medi¨¢tica que ha vaciado de contenido las tradicionales instituciones legislativas, hoy ab¨²licas y rutinarias. La falta de entusiasmo de los parlamentarios ha contagiado a los arquitectos y, al rehusar simular una funci¨®n m¨¢s alta, estas Cortes decre¨ªdas han terminado siendo inevitablemente descorteses.
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