"Una campa?a imaginativa"
El ¨²nico elogio p¨²blico y oficial que se conoce de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberaci¨®n), responsables de 26 asesinatos, lo pronunci¨® el general Andr¨¦s Casinello, entonces jefe de Estado Mayor de la Guardia Civil. Ante un congreso de Sociolog¨ªa Militar Iberoamericana, en Madrid, en septiembre de 1985, Casinello present¨® una ponencia titulada Hablemos de terrorismo.Estudioso y te¨®rico de la contrainsurgencia, Casinello proclam¨® que prefer¨ªa "la guerra a la independencia de Euskadi" e insisti¨® en considerar el enfrentamiento con ETA como una guerra. "No es una guerra militar. Es una guerra limitada, esquizofr¨¦nica, ideol¨®gica e interna. Pero guerra...". Lo m¨¢s revelador, en un discurso con pretensiones interpretativas, fue una referencia breve a la pr¨¢ctica reciente. El general sostuvo que "el punto m¨¢s bajo de ETA fue el verano de 1984". Al enumerar las razones (extradiciones, deserciones por reinserci¨®n, desarticulaci¨®n de comandos importantes, terroristas abatidos o apresados), Casinello no dud¨® en situar en primer lugar la siguiente: "El GAL golpeaba su santuario" [el de ETA]. "Fue una campa?a imaginativa conducida con ¨¦xito", concluy¨®.
Los GAL, desde la presentaci¨®n p¨²blica de su tarjeta de visita en diciembre de 1983 con el secuestro de Segundo Marey, no hicieron m¨¢s que continuar la guerra sucia en el Pa¨ªs Vasco franc¨¦s puesta en marcha por los servicios paralelos de los ¨²ltimos Gobiernos franquistas y mantenida con distintas siglas, m¨¢s o menos pintorescas -Triple A, Batall¨®n Vasco Espa?ol...-, en los primeros a?os de la transici¨®n.
Pero hab¨ªa una diferencia radical. La guerra sucia inicial trataba de golpear a ETA con atentados contra dirigentes o miembros destacados, al tiempo que abr¨ªa una v¨¢lvula, de escape para la irritaci¨®n y la sed de venganza de ciertos elementos de los aparatos de Estado. En cambio, los GAL obedecieron a una direcci¨®n pol¨ªtica desde el principio y tuvieron un objetivo preciso: forzar al Gobierno franc¨¦s a colaborar en la persecuci¨®n de ETA allende los Pirineos.
Para 1981, cuando el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero entr¨® en el Congreso de los Diputados pistola en mano e intent¨® un golpe de Estado, se hab¨ªa convertido en una evidencia que ETA no era s¨®lo un residuo an¨®malo de la lucha contra el franquismo. Tambi¨¦n estaba claro que no intentaba s¨®lo influir en el curso de la transici¨®n. ETA intentaba perpetuarse, instalada en. la situaci¨®n democr¨¢tica y decidida a combatirla hasta conseguir sus fines.
Fue entonces cuando algunos dirigentes socialistas vascos empezaron a manifestar sin recato su admiraci¨®n por la f¨®rmula con que el general De Gaulle hab¨ªa liquidado en Francia la OAS, un poderoso grupo terrorista que rechaz¨® la independencia de Argelia y cuyos principales dirigentes desaparecieron para siempre, pr¨¢cticamente en una noche. Toda Francia advirti¨® lo que hab¨ªa sucedido, pero nadie pregunt¨® nada.
Si no hab¨ªa forma de acabar con ETA y sus atentados, cada vez m¨¢s crueles e indiscriminados, sin la colaboraci¨®n de Francia, ?por qu¨¦ no llevar "la guerra" como la defin¨ªa Casinello a suelo franc¨¦s, hasta conseguir que las autoridades de Par¨ªs hicieran lo que deb¨ªan?
Los socialistas vascos dejaron de hablar de De Gaulle y la OAS. Cuando llevaban un a?o en el Gobierno y tras el asesinato del capit¨¢n Mart¨ªn Barrios, secuestrado por ETA pol¨ªtico-militar, aparecieron los GAL. Cayeron bajo sus balas miembros importantes de ETA y tambi¨¦n muchos ciudadanos inocentes, cogidos bajo el fuego cruzado.
Por encima de los mercenarios que disparaban a mansalva o colocaban bombas hubo una direcci¨®n pol¨ªtica evidente, y tambi¨¦n una direcci¨®n t¨¦cnica poderosa, la que movilizaba comandos ocasionalmente desde Madrid o Barcelona cuando los fichajes de Jos¨¦ Amedo no bastaban para mantener la tensi¨®n.
Francia acept¨® colaborar en serio, por fin, a principios de 1986. Las pistolas de los mercenarios de los GAL callaron. Terminada su misi¨®n, Amedo olfate¨® el peligro. Miguel Planchuelo debe recordar ahora en la celda de Guadalajara aquella noche en que Pepe Amedo, delante de una copa, le advirti¨® muy en serio. "Diles a los de arriba que a m¨ª no me dejan tirado".
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