"Retratos del artista antes de 1956"
Hay muertes que, si bien temidas, nos pillan inermes. Si en algunos casos reaccionamos r¨¢pidamente y somos capaces de redactar en unas horas la semblanza y recuerdos del desaparecido, en otros tardamos meses y aun a?os en digerir la noticia, asimolar el hecho de su p¨¦rdida definitiva, de su brutal ausencia. La enfermedad de Jaime Gil de Biedma, susurrada por amigos comunes o aves de mal ag¨¹ero, deber¨ªa haberme apercibido para enfrentarme a ella. No obstante, no fue as¨ª. Quise esbozar un retrato, la evocaci¨®n de una amistad espaciada y a saltos, y, no lo consegu¨ª. La memoria dispersa, como zarandeada por r¨¢fagas, no lograba aunar sus retazos. A la separaci¨®n de casi tres d¨¦cadas, interrumpida a veces por encuentros breves, se agregaba un distanciamiento de otro orden: el que las mutaciones de la edad interponen entre viejos conocidos. Pocas amistades de juventud sobreviven a esta prueba y ¨²nicamente el autoenga?o nos oculta la evidencia: acercarse a la cincuentena y penetrar en ella es internarse en un territorio ¨¢spero y solitario en el que el desencanto, precariedad y deterioro de cosas, personas e ideas nos alejan paulatinamente de la vida social y los amigos. Nos aproximamos a la tumba sin necesidad de movernos y nos aproximamos solos. El condenado -sobre todo el condenado a plazo fijo- sabe en su fuero interior que no puede contar con nadie, aunque por piedad de los cercanos sostenga lo contrario. La agon¨ªa del ser humano es el reino de la compasi¨®n trocada en disimulo.En mi af¨¢sia respecto a Jaime hubo una parte de remordimiento. Nuestras ¨²ltimas conversaciones en Par¨ªs, Barcelona y Santander fueron superficiales: yo manten¨ªa la habitual reserva tocante a mi vida privada, y sus venturas y aventuras amatorias en sus viajes a Grecia, Hong Kong y Filipinas-, referidas anteriormente por ¨¦l a otros, ha b¨ªan llegado ya a mis o¨ªdos. Pero era sobre todo el ensayo consagrado a su poes¨ªa, destinado a un n¨²mero de homenaje de una revista malague?a, el que hab¨ªa abierto entre nosotros una brecha dif¨ªcil de colmar: aun reconoci¨¦ndole la primac¨ªa dentro de su grupo generacional, le reprochaba no haber roto las amarras con ¨¦l como Cernuda hizo con el suyo. En otras palabras: el ha berse convertido en modelo y no en anomal¨ªa. No s¨¦ si acert¨¦ a expresar del todo, al apuntar a los l¨ªmites de su obra, la admiraci¨®n que sent¨ªa y siento por ella. Lo cierto es que, despu¨¦s de su hermosa lectura po¨¦tica en los cursos de verano de Santander -adonde yo hab¨ªa ido invitado a hablar del Arcipreste de Hita por Francisco Rico-, le dej¨¦ un ejemplar mecanografiado del texto que acababa de enviar a la revista. Recib¨ª alg¨²n tiempo despu¨¦s carta suya: en un tono agridulce, formulaba reparos a mis juicios. Mi respuesta amistosa no suscit¨® el di¨¢logo: nuestra correspondencia de a?os acab¨® all¨ª. Al enterarme de su infecci¨®n por el virus del. sida, no trat¨¦ de imponer mi presencia. Como con Jean Genet y su c¨¢ncer, prefer¨ª aguardar una se?al que tampoco vino. Les dej¨¦ as¨ª a los dos en su digno y silencioso enfrentamiento al destino: en soledad, la gloria m¨¢s profunda.
Muerto Jaime incapaz de asociarme al dolor p¨²blico con palabras de circunstancia, me refugi¨¦ en el mutismo y la busca de un reencuentro fecundo a trav¨¦s de la lectura y recuerdo. Pasado un a?o, so?¨¦ con ¨¦l. Sub¨ªa las escaleras de un gran hotel o palazzo, del brazo de una joven bell¨ªsima (?la belle Bal de su esproncediano poema?), elegante, sereno, con su barba esmerada y el rostro consumido por la enfermedad. Me abraz¨® brevemente y comprend¨ª que se hab¨ªa reconciliado conmigo. Al despertar, anot¨¦ conmovido la escena y la incorpor¨¦ despu¨¦s a un cap¨ªtulo. de mi novela La cuarentena, situado precisamente en un limbo o antesala del M¨¢s All¨¢.
El recibo azaroso -con varios meses de retraso- de un peque?o ¨¢lbum de fotograf¨ªas con citas de sus versos y pies mamiscritos, Retratos del artista antes de 1956-me devuelve de golpe la realidad perdida: la imagen de un Jaime juvenil, airoso y di¨¢fano, presto a apurar vorazmente el goce y amargor de la vida; del poeta que escribe "hasta la idea de morir parece bella y tranquila"; del universitario brillante, se?orito y ramblero, del que hab¨ªa hablado elogiosamente Fabi¨¢n Estap¨¦ entonces joven profesor adjunto- a mi peque?o n¨²cleo de amigos el a?o de nuestro ingreso en la universidad. ?l frecuentaba ya los bares de Escudillers, la Bodega Bohemia, el hotel Cosmos. Quer¨ªa ser diplom¨¢tico y escrib¨ªa versos.
Sus primeros poemas -a causa del titulado Amistad a, lo largo- causaron escandalo en la sociedad asfixiante y pacata en la que viv¨ªamos. Todos busc¨¢bamos un ox¨ªgeno que nos llegaba de fuera: el "milagro de la canci¨®n francesa", los libros editaclos en-Buenos Aires, un peque?o salto a Par¨ªs. Jaime se hab¨ªa establecido entretanto en Madrid, inscrito en la nueva Facultad de Ciencias Pol¨ªticas y Econ¨®micas. Yo le segu¨ª dos a?os m¨¢s tarde, corriendo tambi¨¦n, como Blanco White, tras una "pobre sombra de libertad". All¨ª descubr¨ª, por mi cuenta, los bares e incursiones nocturnas, un mundo distinto y m¨¢s f¨¦rtil que el de m¨ª entorno educativo y familiar.
De vuelta a Barcelona, encontr¨¦ a Jaime. Hab¨ªa renunciado como yo a la diplomacia y trabajaba, conforme a los deseos paternos, en la Compa?¨ªa de Tabacos de Filipinas. La reputaci¨®n sulfurosa que le envolv¨ªa realzaba su frescor, independencia y originalidad. Eran los tiempos de Panam's, la Venta Andaluza y los encuentros m¨¢s serios con el grupo de la revista Laye y el seminario de literatura de Castellet. Jaime y yo -explor¨¢bamos el mundo de las Ramblas, Barrio Chino y el puerto, pero nuestras imantaciones no coincid¨ªan. Sus gustos eran m¨¢s burgueses y cl¨¢sicos que los m¨ªos y mi rastreo de los barrios bajos pecaba a sus ojos de "malditismo excesivo". La sociedad espa?ola de los cincuenta era mucho m¨¢s homog¨¦nea que la de hoy: los marginados de entonces no ven¨ªan de fuera. En la grisura y monoton¨ªa reinantes, s¨®lo los charnegos y gitanos, estigmatizados por el racismo ambiente, pon¨ªan una nota de color. Como expliqu¨¦ en Coto vedado, un brujuleo indeciso me conduce poco a poco a otro mundo para m¨ª infinitamente mas c¨¢lido y aguijador.
"Nosotros, los m¨¢s j¨®venes, como siempre, esper¨¢bamos algo definitivo y general", evoca Gil de Biedma en su ¨¢lbum. Y este algo nos lleg¨®, mediada la d¨¦cada, a trav¨¦s de las revistas clandestinas del PC franc¨¦s y Manuel Sacrist¨¢n: la panacea universal del comunismo. El n¨²mero especial de Les temps modernes sobre la izquierda nos impresion¨® Jaime y yo no discut¨ªamos exclusivamente de literatura: habl¨¢bamos de compromiso y de la eventual adhesi¨®n al partido. La complejidad del mundo de Jaime compartimentado entre su vida de joven empresario, poeta, buscador de ligues nocturnos e ideales marxistas- se cifrar¨ªa m¨¢s tarde en la an¨¦cdota no s¨¦ si verdadera o falsa de la visita de un comisario de polic¨ªa al lujoso domicilio familiar de la calle de Arag¨®n. El anuncio por el mayordomo de: "Se?orito, la Brigada Pol¨ªtico-Social". Pero la gravitaci¨®n del partido respecto a nuestro grupo -con la excepci¨®n notable de Gabriel Ferrater concluy¨® para Jaime de modo abrupto. Su solicitud de ingreso flie tajantemente rechazada por Sacrist¨¢n. El PC no admit¨ªa en su feudo a los homosexuales.
Con m¨ª partida a Par¨ªs, nuestros encuentros se redujeron. Jaime segu¨ªa siendo el joven entregado con. ardor a la vida y a la poes¨ªa, sin m¨¢s trabas que las impuestas por el trabajo y jerarqu¨ªa social. Esta fachada de respetabilidad -m¨¢s constri?ente a¨²n que el franquismo- le forz¨® a autocensuras y cautelas. Su vida en el s¨®tano de la calle de Muntaner, "m¨¢s negro que (su) reputaci¨®n", reaparece en filigrana en sus poemas; no obstante, cualquier referencia impresa a la misma le alarmaba. Como los poetas y escritores ingleses que tanto admir¨® -Auden, Spender, Is
herwood y, sobre todo, E. M. Forster-, Gil de Biedma se vedaba la expresi¨®n abierta de sus sentimientos y emociones en una sociedad que, como comprob¨® a su costa Oscar Wilde, no los admit¨ªa. La mudez de Forster despu¨¦s de Pasage to India la explic¨® ¨¦l mismo por dicha raz¨®n (la novela Maurice se public¨® post mortem y su lectura me decepcion¨®). Tal vez el cargo silencio de Jaime tenga que ver tambi¨¦n con esto. Aunque sigui¨® escribiendo notas y ensayos, y su obra in¨¦dita nos depare quiz¨¢ alguna sorpresa, la llegada de la democracia, y con ella la posibilidad expresarse sin m¨¢scara, no rompi¨® el dique de su expresi¨®n ¨¦tica. Quiz¨¢ la ausencia de b¨²es no conven¨ªa a su escritura.
Su escaso aprecio por la obra de Genet muestra en cualquier caso que su recato y discreci¨®n se inscrib¨ªan en una tradici¨®n m¨¢s cl¨¢sica: la de los sonetos de Shakespeare. En contrapartida, Su contacto directo con, el mundo de los negocios le permiti¨® captar antes que nadie la profunda transformaci¨®n de nuestra sociedad por la acci¨®n combinada del turismo masivo, la emigraci¨®n de dos millones de trabajadores a Europa y la llegada de los tecn¨®cratas del Opus De¨ª al Gobierno. Espa?a cambiaba, los espa?oles cambiaban, y s¨®lo los marxistas permanec¨ªan id¨¦nticos, aferrados a sus consignas. Lo ocurrido en 1976 era previsible desde 15 a?os antes. Cuanlo en abril de 1964 publiqu¨¦ un controvertido art¨ªculo en L'Exress en el que pronosticaba el arrinconamiento del r¨¦gimen futuro franquista en virtud de la din¨¢mica engendrada por la modernizaci¨®n, movilidad social y conversi¨®n del pa¨ªs a la ¨¦tica calvinista con relaci¨®n al dinero, la primera carta de apoyo, en medio de una avalancha de cr¨ªticas, me vino de Jaime.
En la pasada d¨¦cada, apenas puse los pies en Barcelona y me comunicaba con ¨¦l por tel¨¦fono. Su imagen hab¨ªa ido enturbi¨¢ndose conforme pasaba tiempo y mi memoria se confund¨ªa con la escritura: lo que de refiero en mis p¨¢ginas autogr¨¢ficas. El ?lbum, con sus versos y pies manuscritos, fotograf¨ªas de la Nava, el campamento de milicias universitarias e Robledo, Orense, Oxford y Salamanca, me enfrenta desperadamente al poeta y amigo que quise y admir¨¦ y de quien mucho he aprendido: belleza y me ancol¨ªa entremezcladas que triunfan del desarrimo y devasaci¨®n, lo rescatan intacto y mi lagrosamente lo resucitan.
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