Jueces como pol¨ªticos
De pronto, el lugar tradicionalmente ocupado en la pol¨ªtica espa?ola por los abogados se nos ha llenado de jueces. Pero no de jueces en el desempe?o de una funci¨®n judicial, como titulares de ese poder temible del Estado que consiste en condenar y privar de libertad a los ciudadanos, sino en el ejercicio del poder legislativo, como parlamentarios, o del ejecutivo, como miembros del Gobierno. Gracias a una disposici¨®n introducida por los socialistas, los jueces pueden ser hoy titulares del poder judicial, ma?ana del legislativo, pasado del ejecutivo vuelta al judicial, sin m¨¢s soluci¨®n de continuidad que la. exigida para vestir o desvestir la toga.El problema que plantea esta saturaci¨®n de jueces, titulares de por vida de un poder fundamental del Estado, consiste en que act¨²an como pol¨ªticos, movidos por la misma l¨®gica, aunque invulnerables en su independencia y libres de todos los peajes. que el pol¨ªtico debe pagar a sus electores. Pol¨ªtico es Belloch, de forma eminente; pero no lo es menos Garz¨®n, que por ser un juez estrella salt¨® al segundo puesto de la lista presentada por el PSOE en Madrid; ni P¨¦rez Mari?o, singular portavoz de un grupo parlamentario. Y como son pol¨ªticos y act¨²an como tales, hemos podido ver a un juez ministro cortar desde el Gobierno, olvidando el gracianesco consejo de "nunca llegar a rompimiento" pues "no anida segura el ¨¢guila en el mismo seno de J¨²piter el d¨ªa que rompe con un escarabajo", la
carrera pol¨ªtica de juez secretario de Estado, dej¨¢ndole un campo de retirada suficiente para recomponer su maltrecha figura y pasar a la ofensiva desde el poder judicial al que fue devuelto.
Lo cual, adem¨¢s de ense?amos algo sobre la condici¨®n humana, confirma la antigua sabidur¨ªa, brit¨¢nica m¨¢s que francesa, de desconfiar radicalmente de las personas y de los motivos trascendentales que esgrimen para entrar en pol¨ªtica. Estos jueces que ocupan hoy la primera l¨ªnea del escenario, como ministros, parlamentarios o titulares de juzgado, hacen lo que hacen y dicen lo que dicen no porque sean m¨¢s o menos ingenuos o traidores, honestos o felones, veraces o mendaces, esto es, por alg¨²n motivo trivialmente moralista o psicol¨®gico, sino porque ocupan diferentes posiciones en el aparato del Estado y ven por obligaci¨®n las cosas de distinta manera. Si el juez Garz¨®n hubiera avanzado en su carrera pol¨ªtica, si hubiera conseguido hablar con el presidente del Gobierno la tarde de su defenestraci¨®n y se hubiera visto confiarle el Ministerio de Justicia, hoy dir¨ªa exactamente lo que diez el juez Belloch que, por ser titular de dos ministerios, no puede decir ni hacer lo mismo que dec¨ªa y hac¨ªa cuando era presidente de la Audiencia de Bilbao.
Porque, seamos claros: cuando los tres jueces se incorporaron al "proyecto socialista" sab¨ªan acerca de los GAL y de los manejos del Ministerio de Interior lo mismo que todos nosotros, esto es, que ah¨ª se hab¨ªa producido una quiebra del Estado de derecho. Sab¨ªan algo m¨¢s, desde luego, y barruntaban al menos qui¨¦n podr¨ªa ser el misterioso se?or X. Si a pesar de todo, no dudaron en aparecer junto a Felipe Gonz¨¢lez era porque pensaban iniciar -y por arriba, sin el engorro de enzarzarse en disputas locales- una carrera pol¨ªtica. Que uno de ellos instruya ahora una causa contra los mismos pol¨ªticos para los que pidi¨® el voto, no constituye ning¨²n punto a su favor. M¨¢s bien todo lo contrario: si no la ley, s¨ª ese decoro que exig¨ªa a la mujer del C¨¦sar ser honesta y parecerlo, le aconsejaba abstenerse y dejar que fuera otro el juez que se encargara del asunto.
Por eso, no estar¨ªa mal retomar al viejo Montesquieu, de quien los socialistas, creyendo ser perversos, se mofaron, y distinguir n¨ªtidamente los tres poderes: si un juez quiere ser diputado o ministro, que renuncie al ejercicio del poder judicial. Cualquier otra cosa redundar¨¢ en confusi¨®n y desprestigio de todos los poderes del Estado.
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