El enterrador de Montesquieu
?Qu¨¦ razonable dulzura la del ex-vice-presidente del . Gobierno socialista, Alfonso Guerra, en su entrevista televisiva de Antena 3 sobre la dif¨ªcil situaci¨®n de Espa?a y su econom¨ªa, tra¨ªda por el pisoteo de ciertas reglas ¨¦ticas por el poder ejecutivo! Me refiero, claro est¨¢, al prepotente poder ejecutivo del Estado, de las Autonom¨ªas, de los partidos, del sindicato, en fin, todo lo que tiene que ver con el poder del se?or Guerra, sus amigos, sus aliados... incluso sus opositores. Todo eran apelaciones al mejor funcionamiento de la democracia para que la recuperaci¨®n econ¨®mica no se malograra.Los reci¨¦n llegados a la admiraci¨®n del sistema de la libertad econ¨®mica, que no han le¨ªdo con suficiente atenci¨®n a los autores cl¨¢sicos, no saben con qu¨¦ exactitud est¨¢ definido en sus obras el marco institucional que exige la econom¨ªa para traer la prosperidad sin corrupci¨®n: sin demasiada corrupci¨®n, se entiende, puesto que como bien dijo Guerra, en todas partes hay personas de mala ley.
Quienes no asimilan m¨¢s que una idea a la vez, la idea de que el sistema capitalista se basa en el libre juego del inter¨¦s personal, llegan a la conclusi¨®n de que el ego¨ªsmo rige soberano en las sociedades abiertas. De ah¨ª a concluir que hay que limitar la libertad econ¨®mica para controlar, los abusos, no hay m¨¢s que un paso. En realidad, los l¨ªmites han de enmarcar tambi¨¦n el poder pol¨ªtico.
Cuando los instalados en el techo ejecutivo quieren tener las manos totalmente libres, no s¨®lo tienen que olvidar las lecciones de Montesquieu, sino las de los fil¨®sofos Adam Smith y David Hume. Ni siquiera Guerra con todos los braceros del PER es capaz de enterrar tanto pensamiento vivo.
En 1764 (viejos tiempos que los modelnos creen poder olvidar) public¨® Smith La teor¨ªa de los sentimientos morales, en la que part¨ªa de dos impulsos b¨¢sicos de la naturale humana para explicar la aparici¨®n de la conciencia y reglas morales en los humanos; uno era el propio inter¨¦s, o el amor propio, como nos gusta llamarlo a mi colega Victoriano Mart¨ªn y a m¨ª; el otro es la capacidad imaginativa de meternos dentro del ¨¢nimo de los dem¨¢s y barruntar lo que piensan y sienten. El amor propio nos lleva a querer mejorar nuestra condici¨®n y la de nuestros seres pr¨®ximos; a simpat¨ªa o vibraci¨®n con los dem¨¢s nos lleva a buscar su aprecio y buena opini¨®n. Incluso llega un momento, si nuestras familias y escuelas nos han educado en la decencia, en que la opini¨®n de los dem¨¢s se convierte en nuestra conciencia, como si dentro de nosotros llev¨¢ramos un "espectador imparcial", un Pepito Grillo, que nos dijera lo que los dem¨¢s pensar¨ªan si nos viesen hacer lo que no deber¨ªamos.
As¨ª se moralizan los individuos y la sociedad, pero el sistema de la libertad necesita, adem¨¢s de una moral, una ¨¦tica. El amigo de Smith y gran Fil¨®sofo David Hume, resumi¨® en ese tiempo tambi¨¦n las reglas ¨¦ticas del sistema de la libertad econ¨®mica. Era indispensable el respeto de los derechos de propiedad, el cumplimiento de los contratos, y la prohibici¨®n de la violencia, la coacci¨®n y el enga?o. Para que se respetara esa ¨¦tica del sistema, dentro de la cual podr¨ªan florecer las morales de los individuos y la sociedad civil, resultaba indispensable un guardi¨¢n p¨²blico, el Estado libre y limitado.
Ahora saquemos de la tumba guerrista al gran Montesquieu, antecesor de los dos escoceses que he rememorado, pero tan vivo como ellos. Es necesario una organizaci¨®n con un grado de monopolio de la defensa y la represi¨®n de conductas violentas e invasoras: ?pero qui¨¦n custodia al custodio? El acertado pensamiento de Montesquieu fue proponer que unos se vigilasen a los otros, en vez de concentrarlo todo en un s¨®lo y peque?o grupo de personas, por muy democr¨¢ticamente que hubieran sido elegidas.
Cierto que Montesquieu le dio otros nombres a los diversos poderes del Estado que los que hoy corren de "legislativo". "ejecutivo" y "judicial", pero la idea de que no debe darse una potestad irrestricta La a ninguno de los miembros del soberano. Pero el ejemplo espa?ol evidencia que no podemos fiarnos de ninguno en exclusiva para mantener el sistema de reglas ¨¦ticas que. la moral del mercado necesita para subsistir.
Es que Guerra es perito en termodin¨¢mica.
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