"Estoy escribiendo una novela sobre mi pueblo tras la guerra civil"
Gonzalo Torrente Ballester, de 84 a?os, escritor, catedr¨¢tico y acad¨¦mico, convaleciente de una crisis cardiaca aguda que le tuvo casi un mes hospitalizado, sigue escribiendo y prepara en su casa de Salamanca una novela de ambiente rural gallego que ya tiene muy avanzada.
Los m¨¦dicos le han prohibido salir de casa y procura recuperar en su piso de la Gran V¨ªa de Salamanca el ritmo de actividad intelectual que ha mantenido pr¨¢cticamente durante toda su vida. Su aspecto es excelente; su memoria, su ingenio y su sentido del humor, tambi¨¦n. "Yo creo que est¨¢ mejor que antes de la enfermedad", comenta su mujer, Fernanda, presente en la conversaci¨®n. Le acompa?a, asimismo, uno de sus 11 hijos, Jos¨¦, que escucha las manifestaciones del escritor con la atenci¨®n propia de un alumno aventajado.
Torrente Ballester fue un intelectual en ciernes, en su infancia. Al terminar el bachillerato ya hab¨ªa le¨ªdo lo principal de los cl¨¢sicos, al parecer por influencia de su propio padre, que era un marino ilustrado.
Pregunta. ?Se le¨ªa antes m¨¢s que ahora?
Respuesta. No creo. Era yo quien le¨ªa m¨¢s, que no es lo mismo. Un libro val¨ªa entonces cinco pesetas, y si se vend¨ªan mil ejemplares, estaba bien. Ahora el libro vale caro y si se venden s¨®lo mil ejemplares es un fracaso. En cuanto a los cl¨¢sicos, sin embargo, es distinto: hoy no se leen.
P. Acaso tengan algo que ver los planes de ense?anza, en los que decaen las Humanidades, mientras se incrementan las ense?anzas t¨¦cnicas.
R. Depende, porque las asignaturas de Humanidades siempre fueron lo que en mis tiempos se llamaba un rollo, y ¨²nicamente ciertos alumnos nos sent¨ªamos atra¨ªdos por ellas.
P. ?Se est¨¢n sustituyendo por lo que llaman cultura popular?
R. Cuando empec¨¦ a ser profesor hab¨ªa una media de 150 o 200 alumnos en clase. Ahora hay 1.500 o 2.000. Yo creo que la cultura popular se ve en eso.
P.Dec¨ªa que a las Humanidades las llamaban rollo, pero ahora tambi¨¦n da la sensaci¨®n de rollo la cultura, y entonces se tiende a hacerla asequible.
R. La verdad es que la cultura no interesa a nadie. Bueno, dentro de su enunciado caben muchas cosas, y lo que yo entiendo no es lo mismo que entienden los j¨®venes. Para m¨ª, la cultura supon¨ªa haber le¨ªdo mucho y muy variado. Un hombre con cultura es el que tiene una respuesta coherente -fisica, ideol¨®gica y metaf¨ªsica- ante cualquier pregunta que le pueda plantear la realidad. Ese conjunto de respuestas, o de negaciones en el vac¨ªo, es la cultura.
P.?La inform¨¢tica y la televisi¨®n est¨¢n influyendo en la formaci¨®n de los pueblos?
R. Yo, la televisi¨®n. la uso para las noticias nada m¨¢s; el resto no me divierte, porque es de baja calidad. Cosas hacia las que me siento atra¨ªdo -por ejemplo, el mundo de los toros- no me satisfacen, y me gusta m¨¢s lo que leo. En cuanto a la inform¨¢tica, la desconozco. Para m¨ª, un ordenador s¨®lo es la sustituci¨®n de la m¨¢quina de escribir.
P. Su hijo Jos¨¦ ha recogido las pruebas de c¨®mo interfiri¨® la censura en su obra.
R. Hay un testimonio elocuente: un ensayo que escrib¨ª sobre La casa de Bernarda Alba, que se public¨® ¨ªntegro en un libro, sali¨® con mutilaciones muy visibles -pues aparec¨ªan grandes espacios en blanco- en la revista Primer Acto. Hab¨ªa grandes diferencias de criterio entre los censores.
P. ?Le influy¨® la censura en su creaci¨®n literaria?
R.Al principio la censura destru¨ªa, pero despu¨¦s aprendimos a enga?arla ech¨¢ndola un cepo. Los censores tachaban aquello que les pon¨ªamos para ser tachado. Por ejemplo, el primer tomo de Los gozos y las sombras fue muy tachado, y en cambio en el tercero s¨®lo tacharon aquello que yo inclu¨ª para tachar.
P. Tiene usted una ¨¦poca intensa como dramaturgo. De 1939 a 1942 escribi¨® seis obras.
R. Vamos a decirlo claramente: fracas¨¦ como escritor de teatro. ?nicamente consegu¨ª estrenar una obra, y no tuvo ¨¦xito. Ten¨ªa cosas que decir, pero me faltaba pr¨¢ctica. Escrib¨ªa las comedias en mi despacho, sin contacto con el escenario, con los actores, con la realidad teatral. De manera que cuanto escribo para el teatro es demasiado grande. Lo ¨²nico que me qued¨® de esa etapa fue aprender a dialogar, y lo utilic¨¦ bastante en la novela.
P. ?La novela debe ser argumento e imaginaci¨®n?
R.Desde luego. En Espa?a est¨¢ muy desacreditada la imaginaci¨®n. Aqu¨ª hay dos escuelas: la de Quevedo, que es de moralistas, y la de Cervantes, que es de humoristas. La mayor parte de los escritores espa?oles siguen la escuela quevedesca. La tradici¨®n cervantina desaparece de Espa?a totalmente en la segunda mitad del XVII. Se le descubre a Cervantes al final del XVIII, y luego sigue vigente durante el XIX. Pero esto es porque los espa?oles empiezan a leer en el extranjero, sobre todo escritores ingleses, que son los que recogen la herencia cervantina. Y entonces, por este camino indirecto de los ingleses -y Flaubert, que es tambi¨¦n cervantino- recoge la herencia Benito P¨¦rez Gald¨®s. Y as¨ª se llega a nuestros d¨ªas.
P.?Ahora est¨¢ escribiendo?
R.No tengo m¨¢s remedio: hay que vivir.
P.?Alguna novela?
R. S¨ª. ?No le digo que hay que vivir?
P.?Y la tiene avanzada? Torrente consulta a su mujer: ?C¨®mo vamos, Fernanda?". Le responde: "Unos 80 folios". Parecer¨ªa que hubiese ya materia para determinar su contenido:
R.Es una novela de mi pueblo despu¨¦s de la guerra civil. No le puedo decir m¨¢s, porque no lo tengo, ni siquiera el t¨ªtulo.
P.Cervantes, dice, es la escuela de los humoristas. ?Hay humor en la literatura espa?ola?
R. Lo que hay es humor negro. El humor quevedesco -el m¨¢s vigente entre nosotros-, es bastante negro. Recuerde los Sue?os de Quevedo: son carentes de imaginaci¨®n. La imaginaci¨®n de Cervantes es muy superior a la de Quevedo, aunque Quevedo tiene una riqueza de lenguaje superior a la de Cervantes. Soy cervantino, pero me gusta hacer justicia. Cervantes nunca lleg¨® a f¨®rmulas verbales como las de Quevedo. Por ejemplo: "Me dice vuesa merced que est¨¢ pre?ada y lo creo; que el ejercicio que vuesa merced trae, no es para menos". Eso nunca lo supo decir Cervantes.
P.Usted es un humorista.
R.Bueno, soy gallego.
P.Escribi¨® un art¨ªculo muy gracioso: "El intelectual y su corbata". Sosten¨ªa que el intelectual debe llevar uniforme. Creo que se refer¨ªa a los que s¨®lo son intelectuales en apariencia.
R.Pienso si habr¨¢ algo debajo de la apariencia. Intelectuales aparentes hay muchos. Durante la dictadura hab¨ªa gente que dec¨ªa: "?Ah! Cuando esto desaparezca ya se ver¨¢ lo que tengo ah¨ª escrito...". Desapareci¨® el dictador y no se vio nada.
P.Tenemos un gobernador del Banco de Espa?a procesado; un presidente de banco y un director general en la c¨¢rcel; otro, de la Guardia Civil, huido... ?Usted hab¨ªa visto nada igual?
R. No lo he visto porque cuando vino Primo de Rivera yo ten¨ªa 13 a?os; por lo tanto, he vivido bajo dictaduras, salvo en la Rep¨²blica. Casi no tengo experiencia de la vida democr¨¢tica. Y mi experiencia actual es la de un hombre que permanece alejado. Pero no me sorprende nada. Ah¨ª tiene el caso del marqu¨¦s de Siete Iglesias, que fue degollado en la plaza p¨²blica por los mismos delitos qu¨¦ el se?or Rold¨¢n. De manera que es una cosa vieja. En Espa?a siempre se ha gobernado por este procedimiento; no hay que asustarse.
P.?Quiere decir que en Espa?a siempre hubo corrupci¨®n?
R.La diferencia es que en otros tiempos hab¨ªa gente que se pegaba un tiro. Por un desfalco de 700 pesetas o cosa as¨ª.
P.?Quiz¨¢ hab¨ªa m¨¢s sentido del honor?
R.No, simplemente estaba de moda. Eso y mandar los padrinos. Valle-Incl¨¢n se bati¨® diez o doce veces. A usted mismo, cu¨¢ntas veces le habr¨ªan mandado los padrinos si hubiese escrito hace sesenta o setenta a?os.
P. ?A m¨ª? Una s¨®lo: me habr¨ªan matado a la primera.
R.Todo podr¨ªa ser, claro.
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Babelia
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