primer muerto de Aznar
Alg¨²n depredador, malnacido para matar, ha asesinado a Gregorio Ord¨®?ez, un hombre que representaba sin tapujos a la derecha en el Pa¨ªs Vasco y que fue capaz de arrastrar la confianza de miles de sus conciudadanos, hasta situarse como un firm¨ªsimo candidato para la alcald¨ªa de San Sebasti¨¢n, quiz¨¢s la ciudad pol¨ªticamente m¨¢s complicada de Espa?a.Gregorio Ord¨®fiez es el primer cad¨¢ver del PP. M¨¢s exactamente, el primer cad¨¢ver de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar. En un pa¨ªs donde el. l¨¢tigo terrorista nos cruza la cara con demasiada frecuencia, hay que aceptar cierta crudeza al nombrar si se quiere entrar en situaci¨®n y no escurrirse de la realidad.
Toda primera vez es una inc¨®gnita, o por lo menos una duda, y en este bautismo de sangre con el que han intentado zarandear directamente al PP, era importante observar la actitud del partido y del l¨ªder del centro-derecha ante su primer muerto.
Por supuesto que todos los muertos son iguales, pero, aun a costa de irritar alguna sensibilidad atolondrada por los vapores del igualitarismo, conviene desenterrar el sarcasmo de que tambi¨¦n algunos muertos son m¨¢s iguales que otros.
Gregorio Ord¨®?ez es un muerto distinto, singular, extraordinariamente importante, por su posici¨®n pol¨ªtica y por el momento elegido para asesinarlo. Y tan importante como ¨¦l era la reacci¨®n del PP ante su f¨¦retro.
No parece hip¨¦rbole asegurar que un gesto agresivo o una palabra destemplada hubieran podido convertirse en dinamita. Sobre todo en este patio transitado por demasiados logreros que tensan la cuerda y con un todo vale como regla habitual del juego.
La actitud, de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar con sus declaraciones, el llamamiento a la calma del secretario general, Francisco ?lvarez Cascos y el silencio del resto de los dirigentes del PP, arropador de la serenidad, han supuesto un servicio extraordinario a la democracia espa?ola.
La noche del 6 de junio de 1993, con las elecciones reci¨¦n perdidas, Javier Arenas y Alberto Ruiz Gallard¨®n hicieron temblar las convicciones en el futuro de muchos ciudadanos. Una destemplanza equivalente en esta dur¨ªsima ocasi¨®n hubiese supuesto, con toda seguridad, una cat¨¢strofe democr¨¢tica.
No es ocioso meditar un momento sobre el valor que para la convivencia futura supone el que nada as¨ª haya ocurrido. A los pol¨ªticos sin ejercicio de poder la capacidad se les supone, pero s¨®lo la acreditan convincentemente ante la ciudadan¨ªa cuando afrontan situaciones l¨ªmite como la que han vivido Aznar y su partido con el asesinato de Gregorio Ord¨®?ez.
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