La peseta
Si se establece un clima de tranquilidad cambiar¨¢n de signo los elementos subjetivos que dramatizan la azarosa vida de la peseta y las sutiles par¨¢lisis que frenan la reactivaci¨®n econ¨®mica. Una serie de arc¨¢ngeles propagandistas de estas tesis tratan de negociar a estas horas una importante rebaja de la tensi¨®n regenerativa por la que pasa la sociedad espa?ola. Lo que no son, pesetas son pu?etas, y aunque -la fama nos la llevamos los catalanes, en este pa¨ªs casi todo el mundo se ha vuelto muy pesetero. Hasta se ha acu?ado el despectivo t¨¦rmino galman¨ªa para se?alar a los empe?ados en que salga, a la luz la corrupci¨®n dentro de los aparatos del Estado, ya que, l¨®gicamente, la peseta se pone nerviosa ante la perspectiva de un Estado no corrupto, y la Bolsa morir¨ªa de un ataque de asma si se eliminase la poluci¨®n atmosf¨¦rica que sube desde las cloacas. Tampoco cabe esperar del capital extranjero que nos premie por ser el primer Estado mundial no delincuente. Es m¨¢s, el capital extranjero se siente defraudado por lo tontamente delincuente que ha podido ser el Estado espa?ol, habida cuenta de que ni siquiera ha podido ocultarlo. Y entre los sectores del m¨¢s activo capital espa?ol y for¨¢neo, las m¨¢ximas irritaciones se dedican a esas advenedizas derechas democr¨¢ticas antinatura que, v¨ªctimas de un virus cat¨¢rtico, padecen amnesia de la habilidad con que la derecha de toda la vida y toda la historia ha sabido organizar Estados delincuentes, de camisa azul o de camisa blanca.
Es de temer que se tambalee el ¨¢nimo de los empe?ados en se?alar el terrorismo de Estado como el primer problema de la democracia, por encima de la seguridad de la peseta. Me temo rogativas a los santos para que llueva y para que los jueces se dejen de metaf¨ªsicas y no nos toquen m¨¢s las pesetas.
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