'La Regenta' y ¨¦xito
Gracias a esos artefactos improbables que determinan en cada momento del d¨ªa o de la noche el n¨²mero de personas que hay frente a un televisor hemos descubierto en las ¨²ltimas semanas cosas que ignor¨¢bamos sobre La Regenta, y que sin duda nos ser¨¢n muy ¨²tiles desde ahora para juzgarla: La Regenta atrajo cierto d¨ªa varias decenas de miles de espectadores menos que una serie titulada Qui¨¦n da la vez, y en otra ocasi¨®n volvi¨® a ser derrotada por un partido de f¨²tbol. En las p¨¢ginas de televisi¨®n de los peri¨®dicos, La Regenta parec¨ªa, m¨¢s que el t¨ªtulo de una de las mejores novelas espa?olas, el de un programa concurso parcialmente fracasado, y Lepoldo Alas, Clar¨ªn, recib¨ªa m¨¢s o menos el mismo tratamiento que Vicente Escriv¨¢ o Francisco Lobat¨®n. Si alg¨²n d¨ªa se inventan aparatos de medir los lectores Como los que ahora miden las audiencias televisivas, es posible q ue las p¨¢ginas de libros se dediquen a informar que cierta noche de enero, por ejemplo, Tom Clancy fue le¨ªdo por 2.625.014 personas, mientras que a_Rub¨¦n Dar¨ªo s¨®lo lo leyeron 32.En la escuela, una de las primeras cosas que nos ense?aban era que no se pod¨ªan sumar cantidades heterog¨¦neas; ahora, en los peri¨®dicos m¨¢s sof¨ªsticados, La Regenta, Qui¨¦n da la vez y un partido de Liga merecen la misma consideraci¨®n, y no se distinguen entre s¨ª m¨¢s que por el n¨²mero de espectadores que atraen en una sola noche. Pero si el ¨²nico modo de juzgar una obra cualquiera es su inmediata dif¨²si¨®n mercantil, da igual La Regenta que No desear¨¢s al vecino del quinto, y Vizca¨ªno Casas o Isabel Allende importan m¨¢s que Juan Rulfo o que William Faulkner, que no aparecen nunca en las listas de ventas.
. A m¨ª me intriga siempre el grado de sutileza casi metaf¨ªsica con que se dilucida en cada instante el n¨²mero. de espectadores que est¨¢ teniendo un programa de televisi¨®n, que es una cosa tan fr¨¢gil y sin duda tan incierta como las estad¨ªsticas sobre la popularidad de un gobernante. Es como si esa pasi¨®n o esa urgencia por medir lo que est¨¢ ocurriendo justamente ahora llevara consigo la negaci¨®n de lo que ocurr¨ªa untos segundos antes o lo que vendr¨¢ un minuto despu¨¦s. A quienes med¨ªan las variaciones en la audiencia de cada cap¨ªtulo de La Regenta seguramente no se les, pasaba por la imaginaci¨®n que las desgracias de Ana Ozores llevan ya m¨¢s de un siglo atrayendo y atesorando lectores, y, por supuesto, tampoco se detienen a considerar que muy posiblemente, cuando todos los programas de televisi¨®n de ahora, y tambi¨¦n la mayor parte de los libros de m¨¢s venta, est¨¦n olvidados, ese volumen denso y de letra apretada continuar¨¢ siendo un sigiloso y obstinado best seller.
Hace, a?os me di cuenta, no sin alivio, de que algunas de las personas m¨¢s incompetentes resultan ser las que en principio parecen m¨¢s pr¨¢cticas, las que nos aturden con su aire de determinaci¨®n.y con la velocidad de sus actos, las que hacen tantas cosas que no tienen tiempo para nada y viven en un sobresalto de taxis y llamadas de tel¨¦fono. Frente a ese dinamismo, a uno lo acompleja un poco su propensi¨®n a la lentitud, su capacidad inagotable de haraganer¨ªa. Pasa algo semejante con los libros, y hasta con los escritores: Rulfo y Onetti, que eran los novelistas m¨¢s hura?os del mundo, los m¨¢s perezosos y refractarios a convertirse en viajantes de sus propios libros, ahora tienen una presencia firme y continua en las bibliotecas y en las librer¨ªas, y no hay el menor riesgo en predecir que la seguir¨¢n manteniendo durante muchos a?os. Los libros m¨¢s estrepitosos son los que antes acaban sepultados en el silencio, y los que parec¨ªan m¨¢s pr¨¢cticos y comerciales, al cabo de un cierto tiempo acaban teniendo no s¨®lo menos gloria, sino menos ¨¦xito comercial que los mejores.
Listas de ventas
El ¨¦xito o el fracaso, en literatura, y creo que tambi¨¦n en cine, s¨®lo se revelan con el pas¨® lento de los a?os. Los lectores de La Regenta no pueden medirse en el periodo de un minuto, sino en el de un siglo, y las listas de ventas, a las que tan aficionados se han vuelto los escritores ¨²ltimamente, ser¨ªan m¨¢s fidedignas si aparecieran cada veinte a?os en vez de cada semana. No estoy defendiendo, con la usual hipocres¨ªa, la calidad frente a la cantidad, el reino de lo exclusivo frente al consumo de masas. A la larga, en ese ritmo demorado que mide la duraci¨®n de la literatura, Rub¨¦n Dar¨ªo es mucho m¨¢s comercial que Tom Clancy, y Valle-Incl¨¢n, perfecto fracasado, tiene infinitamente m¨¢s lectores que su contempor¨¢neo B.lasco Ib¨¢?ez, paradigma del ¨¦xito internacional y las adaptaciones cinematogr¨¢ficas en Hollywood.
En 1939, unos meses antes de su muerte, los derechos de autor de todos los libros de F. Scott Fitzgerald ascendieron a la suma de trece d¨®lares y treinta y tres centavos, cantidad cabal¨ªstica que todo escritor debiera tener anotada siempre en un papel sobre su mesa de trabajo, un poco al modo en que los monjes cartujos ten¨ªan siempre a la vista una calavera. Seg¨²n Jeffrey Meyers, que es el ¨²ltimo bi¨®grafo de Scott Fitzgerald, y uno de los mejores, a todo lo largo de los ochenta se vendieron anualmente en e? mundo trescientos mil ejemplares de El gran Gatsby. En 1945, cuando Malcolm Cowley prepar¨® la antolog¨ªa The portable Faulkner, la mayor parte de los libros de ¨¦ste -una sucesi¨®n imperturbable de obras maestras- no pod¨ªan encontrarse ni en los mostradores de las librer¨ªas de lance. Hace unos meses, en todos los quioscos de Espa?a hab¨ªa una edici¨®n austera y excelente de El ruido y la furia.
Tambi¨¦n La Regenta la encuentra uno ahora en los quioscos, urgente como una novedad al cabo de m¨¢s de un siglo, fortalecida por los a?os de adversidad y de olvido, multiplicada en im¨¢genes de cine, no explicada del todo ni agotada por ellas, porque ninguna lectura puede apresar del todo ese libro. Cada cosa en su sitio, sin embargo: como guionista de televisi¨®n, y seg¨²n los ¨ªndices de audiencia, Leopoldo Alas, Clar¨ªn, no alcanza la maestr¨ªa de Vicente Escriv¨¢ o de Antonio Mercero
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