Una sensaci¨®n de peligro
Lo que nos cuentan las novelas de Patricia Highsmith lo hemos sentido muchas veces en sue?os. So?amos que hemos cometido un crimen, y lo que nos agobia no es la culpa, sino el miedo a ser descubiertos y atrapados. So?amos que una suma de circunstancias triviales de pronto se enredan en una malla que quiebra para siempre la estabilidad ficticia del mundo en el que vivimos, y cuando estamos m¨¢s perdidos, cuando falta un segundo para que nos destruya la crueldad o el desastre, justo entonces nos salva el despertar. Pero sabemos, aunque es preferible no pensarlo, que esas cosas ocurren en la vida real, y que somos tan fr¨¢giles, tan absolutamente vulnerables, que a la vuelta de una esquina, en la sombra de un portal, en una curva de la carretera, nos puede estar aguardando un horror sin alivio posible. Despertarse ser¨¢ entonces emerger a una pesadilla. Esa poes¨ªa del espanto s¨²bito, de la culpabilidad casual, que tal vez inaugur¨® en la literatura moderna Franz Kafka, es la materia de la que est¨¢n hechas las novelas de Patricia Highsmith. Dec¨ªa Graham Greene que uno no pod¨ªa evitar al leerlas una sensaci¨®n de peligro personal. Desde la primera p¨¢gina hay siempre un principio difuso de inquietud y de agobio, una sugerencia desagradable de recelo. Se lee a veces a Patricia Highsmith igual que se camina de noche por una calle vac¨ªa que no nos es familiar, con aprensi¨®n y ganas de marcharse de all¨ª, apresurando el paso, volviendo la cabeza para comprobar si a uno lo siguen, si esos pasos que escuchamos son tan s¨®lo el eco de los nuestros. De esas novelas se sale como de un trance personal angustioso, y cuando se lee el final y le comprueba que los peores vaticinios de los primeros episodios se han cumplido con fatalidad inexorable hay un minuto de desesperanza moral y desagrado f¨ªsico que s¨®lo aliviamos al despertarnos del todo de la novela, al dejarla a un lado y mirar a nuestro alrededor con la misma sensaci¨®n de habernos salvado que cuando abrimos los ojos despu¨¦s de un mal sue?o.
Concluir un libro es despertar a ¨¦l. Pero algunas veces la angustia o el, rechazo nos inducen a abandonarlo antes del final, como cuando en mitad de una pesadilla logramos despertarnos por un esfuerzo enconado de la voluntad. El verano pasado yo estaba releyendo una de las primeras novelas de Patricia Highsmith que hab¨ªa conocido, El grito de la lechuza, y el avance lento del protagonista hacia la ruina y la desgracia se me volvi¨® tan insoportable que abandon¨¦ el libro a la mitad. Me atra¨ªa tan poderosamente como atrae un im¨¢n a un trozo de metal, y lo que yo sent¨ªa hacia ese personaje normal y condenado, lo que me hizo dejar a un lado el libro, no era piedad ni comprensi¨®n, sino algo mucho m¨¢s ingrato, era miedo a ser de alg¨²n modo contaminado por su turbio destino.
"Cada paso que das tom¨® rehenes contra ti", escribi¨® una vez Justo Navarro, cuando escprib¨ªa versos. No creo improbable que ¨¦ste le fuera sugerido por la lectura de Patricia Highsmith. Cada paso puede conducir a la fatalidad, cada acto, sobre todo los m¨¢s impremeditados y vulgares, puede contener una semilla de desastre. Hasta los deseos m¨¢s secretos y las fabulaciones de los sue?os diurnos pueden conducir a la culpa y al crimen. No hay nadie tan inocente que no pueda ser tomado por culpable, nadie que no esconda dentro de s¨ª un latido de propensi¨®n hacia la violencia. En las novelas de Patricia Highsmith suceden muchos cr¨ªmenes, pero casi todos son impremeditados, y los cometen personas hasta cierto punto normales, intoxicadas de maldad o de furia por circunstancias atroces, empujadas por encadenamientos tortuosos de casualidades y equivocaciones, por los desvar¨ªos solitarios de la imaginaci¨®n.
No es cierta esa amoralidad que se le atribuye rutinariamente, y que se ha vuelto a repetir estos d¨ªas en apresuradas necrol¨®gicas. Highsmith escrib¨ªa siempre sobre el m¨¢s temible de los enigmas morales, que es el de la confrontaci¨®n con la maldad, la maldad que asalta y_ destruye a los inocentes y la que cada uno de nosotros puede encontrar dentro de s¨ª,, innoble y oculta como un c¨¢ncer. Escrib¨ªa en una prosa tan neutral como la de Franz Kafka: despojada de inflexiones sentimentales, mon¨®tona como un testimonio impersonal esa manera simple y precisa de escribir expresaba la indiferencia ¨²ltima de los hechos, la impasibilidad con que parecen aproximarse y suceder las desgracias. Patricia Highsmith cuenta el modo en que Tom Ripley estrangula a un mafioso en un tren tan detallada y secamente como cuenta Kafka los preparativos para la ejecuci¨®n de Joseph K: el crimen se nos muestra as¨ª en la pureza de su espanto, sin adjetivos que subrayen lo que no puede ser m¨¢s siniestro, sin exclamaciones que aturdan o velen la percepci¨®n de un grado m¨¢ximo de crueldad.
A Patricia Highsmith me gustaba imaginarla escribiendo en una laboriosa soledad, en una de esas peque?as casas rurales en las que viv¨ªa, en paisajes nublados y h¨²medos, con su m¨¢quina de escribir, sus cigarrillos y sus gatos, con una devoci¨®n tranquila por el oficio que hac¨ªa. Est¨¢ bien conservar esa costumbre de 'la adolescencia que convert¨ªa en h¨¦roes personales de uno a ciertos escritores que le gustaban mucho. Patricia Highsmith ha sido y es uno de mis h¨¦roes, y al imaginarla, aunque ya est¨¢ muerta, vuelvo como en un sue?o a una escena que parece inventada por ella, a esa novela, El grito de la lechuza, que trata de un hombre atra¨ªdo cada noche por la luz de una casa aislada en Un bosque en la que vive una mujer sola. Imagino que me acerco de noche a la casa donde viv¨ªa, que hay una luz encendida en una. ventana, aunque ya es muy tarde, que doy unos pasos por un jard¨ªn abandonado, procurando no hacer ruido en la maleza, y escucho algo, una cosa r¨¢pida y mon¨®tona, la insomne m¨¢quina de escribir, de Patricia Highsmith.
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