La primera piedra
En el mapa ¨ªntimo de los madrile?os, el Guadarrama ocupa invariablemente el norte. El norte tiene un prestigio y un encanto del que carecen el resto de los puntos cardinales. Nada nos cuesta asociarlo con los frentes nub¨ªferos, la gayuba impregnada de roc¨ªo o el ox¨ªgeno qu¨ªmicamente puro. La idea de una sierra al oeste de Madrid -pongamos- se nos antoja una extravagancia. Pero la realidad, que no sabe de geograf¨ªa sentimental, contradice ese juicio.La Almenara, por ejemplo, se halla en la misma latitud que Cuatro Caminos o Torrej¨®n de Ardoz. Con sus 1.262 metros, este picacho poco tiene que ver, ciertamente, con la sierra altanera de La Maliciosa o Cabezas de Hierro, pero tiene, en cambio, el honor de ser la primera piedra del edificio guadarrame?o, la m¨¢s meridional de la cadena y la ¨²ltima que se desvanece en el crep¨²sculo de la tarde.Tiene tambi¨¦n La Almenara un bello nombre, que probablemente le viene del ¨¢rabe: al manara, el lugar de la luz. Si se utiliz¨® en tiempos como faro mesetario o tel¨¦grafo rudimental, es un enigma; lo cierto es que se trata de una se?ora atalaya, y que si los vecinos de Robledo de Chavela, pueblo junto al que se alza, se turnaran en las labores de vigilancia, no habr¨ªa frontera mejor guardada que esta del occidente madrile?o. (Nunca se sabe: nuestras autoridades no deber¨ªan descartar un ataque por sorpresa de los abulenses.) Al objeto de coronar esta cumbre, se sale de Robledo por la avenida de Nuestra, Se?ora de Navahonda, abandon¨¢ndola una vez sobrepasadas las ¨²ltimas casas para proseguir por un camino profusamente se?alizado con trazos de pintura roja y blanca (sendero GR-10, de Valencia a Lisboa). El paseo, entre prados en los que pace una multitud vacuna, no es demasiado ameno, pero tampoco cansado, y por momentos, la paz es tal que se disculpa a aquellos veraneantes del desarrollismo que llegaron a comparar Robledo con Suiza -no es broma: hay incluso una urbanizaci¨®n que se llama as¨ª-.
Aunque s¨®lo por momentos... Y es que toda ilusi¨®n de paz (helv¨¦tica o aut¨®ctona) se hace a?icos cuando, al vencer un repecho del sendero, se topa uno con el S¨¦ptimo de Caballer¨ªa Motorizada. Son los inconvenientes del GR-10: un camino franco, balizado y sin p¨¦rdida posible constituye el sue?o de los mensajeros que, los domingos, sacan brillo a su montura para irse a petardear a la monta?a ataviados como superh¨¦roes de manga nip¨®n. Pat¨¦ticos...
A medida que se gana altura por las laderas del Almoj¨®n (1. 178 metros), el caser¨ªo de Robledo se desdibuja a espaldas del excursionista, hasta s¨®lo ser reconocible la f¨¢brica g¨®tica, poderosa, c¨²bica, del templo de Nuestra Se?ora de la Asunci¨®n. En una hora se alcanza el collado de 1.024 metros entre el Almoj¨®n y La Almenara, desde donde se emprende la ascensi¨®n dejando el camino por la derecha, cruzando una cerca de alambre por un portillo y zigz¨¢gueando por la ladera occidental hasta ganar el cordal. Despu¨¦s de atravesar un par de colladillos, el sendero que discurre por el filo monta?oso conduce hasta los mismos pies del airoso risco, un pe?ascal al que hay que trepar por el lado de la izquierda, aprovechando un canal¨®n abierto en la roca cerca de unos ¨¢rboles.
La puntiaguda cimera depara excelentes vistas, entre ellas, las desmesuradas parab¨®licas de la estaci¨®n de seguimiento espacial. "Sin las vitales comunicaciones mantenidas entre el Apolo 11 y la estaci¨®n madrile?a de Robledo de Chavela, nuestro aterrizaje en la Luna no habr¨ªa sido posible", afirm¨® famosamente Armstrong. Pero, rememorando aquellos a?os cutres y prodigiosos, cuesta menos creer que el alunizaje se verific¨® por intercesi¨®n de Nuestra Se?ora de Navahonda, cuya ermita tambi¨¦n se divisa all¨¢ abajo. Un ¨²ltimo consejo: para bajar a la ermita, lo mejor es regresar al sendero GR-10, que lleva pl¨¢cidamente. El que firma esto tir¨® ufano por la cara este de La Almenara y estuvo en un tris de despe?arse.
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