El dominio en el amor
En casi todas las relaciones amorosas, y aun en las establecidas sobre bases muy afines, pronto surge el problema de qui¨¦n da y qui¨¦n recibe. Erich Fromm, en su obra Sobre el amor, describe el poder amoroso adquirido sobre el otro que est¨¢ sometido a su voluntad. Pensamos que esta sumisi¨®n, m¨¢s que amor, esconde un af¨¢n de dominio. Asimismo, la psicolog¨ªa social, regida por las leyes de la estructura de clases, influye decisivamente en el logro o fracaso del amor.Amar es sentir con pasi¨®n, perder la calma, salir de s¨ª mismo, y conlleva olvido del propio yo para conquistar un ser que deseamos hacer nuestro para siempre. Tenemos, pues, tres etapas del amor-pasi¨®n: asombro admirativo, luego conocimiento y, m¨¢s tarde, necesidad de esa presencia constante. La ¨²ltima se realiza en la convivencia diaria, pues aun al ausentarse lo siente unido a s¨ª. De aqu¨ª nace la ambici¨®n de poder del amante, para quien no le es suficiente la presencia f¨ªsica y quiere descifrar el enigma que esconde ese ser distinto, extra?o, desconcertante. Este nuevo apasionamiento hace perder la tranquilidad que se hab¨ªa cre¨ªdo encontrar con la posesi¨®n carnal y el conocimiento objetivo del amado. Sin embargo, la pasi¨®n no es tan s¨®lo poder en s¨ª misma, tambi¨¦n un medio para internarse en otro ser y llegar a su verdad ¨²ltima. El amante que lo sabe todo de la amada cree tener un dominio sobre ella que puede ejercer casi sin l¨ªmites.
La relaci¨®n amor y pasi¨®n no es di¨¢fana ni pura. Muchas veces el amor debilita la energ¨ªa de la pasi¨®n, y ¨¦sta puede enturbiar la claridad cognoscitiva del amor. Al vivir pendientes del amado, el amor, sentimiento subjetivo, nos objetiva, y la Pasi¨®n objetiva, por el ¨ªmpetu propio que conlleva, nos subjetiviza. Tambi¨¦n el amor puede ser mero solipsismo, amarse a trav¨¦s de otro, y la pasi¨®n una recuperaci¨®n del, yo que se hab¨ªa perdido en la entrega amorosa. Por el contrario, hay donaciones sublimadas, como la protagonista de la novela de Balzac Lirio del valle, una mujer madura que ama a un joven que no desea hacer suyo, s¨®lo ayudarle a realizar, su destino; o amar objetivamente, como Betina Brentano, quien escrib¨ªa al poeta rom¨¢ntico Achin¨ª von Armin: "Yo te quiero por ti mismo, por lo que t¨² eres".
En su origen la pasi¨®n busca el dominio del objeto amoroso, pero en el transcurso de la aventura, por fracaso o tentativa malograda, el amante se encierra a vivirla en soledad tan subjetivamente que, en esta larga expectativa, se va perdiendo la imagen real hasta convertirse en un fantasma que sigue amando en los recovecos de la conciencia.
El intercambio amoroso de dones da lugar a dos figuras: el amante con poder de dominio y el dominado que se somete voluntariamente. Pero son muy pocas las conciencias que se resignan a entregarse a otro y desaparecer. Siguiendo la dial¨¦ctica hegeliana amo-esclavo, comprobamos que la sumisi¨®n, a veces, es aparente, y la dulzura m¨¢s humilde tan reivindicativa como la protagonista de M¨®nsieur Ouine, de Georges Bernanos, tierna esposa esclava que llega a ser due?a y se?ora de su desp¨®tico marido. Con astucia dulzona y habilidad psicol¨®gica va descubriendo las debilidades del otro, pierde el miedo y logra recuperar su dignidad, la conciencia de los valores propios. La pasi¨®n posesiva es causa de m¨²ltiples conflictos. Recordemos el protagonista de la novela de Unamuno Nada menos que todo un hombre, cuya pasi¨®n dominadora casi destruye el amor y la natural entrega rec¨ªproca.
En el amor desapasionado, espiritual, los amantes no buscan dominar al otro, conservan cada uno su libertad y se aceptan como son. Se unen desde una distancia respetuosa, como tras una niebla que les protege. Pero bien pronto esta unidad se revela enga?osa al ocultar las diferencias que existen entre ellos, y esconde un dilema tajante: cada uno quiere realizarse afirm¨¢ndose en el otro, y para ello s¨®lo se necesitan. Estos amantes fracasan porque est¨¢n tan absorbidos por s¨ª mismos que son incapaces de ir uno al otro para conocerse, y acaban separ¨¢ndose sin saber qui¨¦nes son.
Otra forma de dominio lo suele ejercer el hombre en las relaciones que no son violentamente apasionadas, como demuestra el drama de lbsen Casa de mu?ecas: la mujer reprocha a su marido haberla convertido en un bibelot precioso, muy querido, pero un mero objeto al fin y al cabo. Tambi¨¦n muchas mujeres ejercen un amoroso dominio sobre el hombre, que es s¨®lo instrumento, para su realizaci¨®n personal o determinados fines econ¨®micos. El amado as¨ª ya no es la persona, que seduce y entusiasma, sino un medio para el desarrollo de ¨ªntimas posibilidades, siguiendo la teor¨ªa de "el equipo amoroso" de Sullivan, c¨²mulo de intereses que se a¨²nan, versi¨®n capitalista del amor desapasionado.
La pasi¨®n, esa fuerza impetuosa que une, cuando es absorbente, posesiva, acrecienta las diferencias entre los amantes y origina un sufrimiento desgarrador. As¨ª nace el odio de la pasi¨®n misma, fruto amargo de la lucha entre amantes para apropiarse uno al otro. Este af¨¢n de dominio despierta un odio que separa y, a la vez, une s¨®lidamente porque, nos atrevemos a decir, condena a amar odiando. El odio-amoroso y el amor-odioso precipitan en el abismo de la soledad para defender la individualidad con u?as y dientes, pero es una prisi¨®n que ahoga, pues los hombres no pueden vivir solos. Necesitamos amar precisamente porque somos seres incompletos, menesterosos. Y cuando nos humillamos o cedemos nos sentimos culpables, como los protagonistas de Strindberg en su obra Los acreedores, es la deuda or¨ªginaria que despierta sepultadas animosidades sin soluci¨®n, porque esta soledad voluntariamente reafirmada es sostenida por el odio. Mientras sigamos separados por nuestras individualidades cerradas, querremos imponer, vencer a los otros, y no podremos amar sin odiar. Entonces, "aimons-nous dans les m¨ºmes haines!" (Barbey d'Aurevilley).
La pasi¨®n subjetiva re¨²ne los ¨ªmpetus dispersos, congrega las ansias, confabula los sue?os, concentra los deseos. Desde este cierre en, s¨ª mismo, el individuo prepara su ofensiva hacia el mundo real. Ya sabe lo que quiere y tiene un firme prop¨®sito: dominar, imperar sobre los otros. Tomemos como ejemplo otra obra de Strindberg, El padre. La, disputa no se centra, como se ha dicho, en la lucha metaf¨ªsica, abstracta y eterna de los sexos. Los personajes se enfrentan por una hija que cada uno quiere dirigir y educar. La violencia llega a tal extremo que la mujer le dice a su marido que no es el verdadero padre de su hija, golpe estrat¨¦gico que le asesta para vencer en el combate. Su triunfo es tal que despierta en el padre un sentimiento de culpa, es decir, de sujeto solitario. Y, por primera vez, se plantea el origen de s¨ª mismo, llega a poner en duda la paternidad de su padre, y que ¨¦ste sea realmente hijo del suyo. Pero, en el fondo, son ¨¦l y ella, que se amaron, quienes est¨¢n separados, se hieren a cada instante y van consumi¨¦ndose en dolorosa lucha. El dominio por la hija oculta una realidad: todo amor apasionado es conflictivo. En Entre estas cuatro paredes, espl¨¦ndida obra dram¨¢tica de Eusebio Garc¨ªa Luengo, los protagonistas libran una batalla diaria de reproches mutuos, a veces ins¨®litos. Y mientras el amor los desune, provoca celos, suscita venganzas, su lucha cotidiana, parad¨®jicamente, los vincula at¨¢ndoles, sin poder vivir juntos, pero tampoco separarse. En esta profunda obra el amor crea odio y ¨¦ste una pasi¨®n subjetiva que los encierra en una soledad tr¨¢gica. Por el contrario Jean-Paul Sartre piensa que el drama del amor nace de la oposici¨®n innata, ancestral de las subjetividades, y no hay otra soluci¨®n: o dominamos o nos dominan, o soy sujeto con plena libertad de querer y hacer o soy objeto pasivo de otro. En su obra Huis Clos el amor es sadismo: hacer sufrir hasta el borde de la agon¨ªa, pero dejando que el otro conserve intacta su conciencia. Si ¨¦sta desapareciese, cesar¨ªa el amor, porque se necesita un ser vivo, no un amado muerto. Las relaciones amorosas se basan, a mi entender, en la ley de reciprocidad: el que ama es amado y el amado ama. Si este equilibrio natural s¨¦ rompe, o no hay tal correspondencia, desencadena el drama m¨¢s doloroso del amor, salvo la excepci¨®n de ciertos amantes que escapan a esta ley, al gozar m¨¢s profundamente amando que siendo amados. Por ello, las relaciones interpersonales, sean amorosas o amistosas, deben establecerse no en el dominio de un ser sobre otro, sino en la potencia o capacidad de sentir con arrojada vehemencia la pasi¨®n de amor, que ejerce un verdadero poder trascendente sobre todos los seres humanos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.