La ficci¨®n y la historia
Pose¨ªdos de deseos que dejan siempre rezagada a la realidad de sus vidas, condenados a una existencia que nunca est¨¢ a la altura de sus sue?os, los seres humanos debieron inventar un subterfugio para escapar a su confinamiento dentro de las alambradas de lo posible: la ficci¨®n. Ella les permite vivir m¨¢s y mejor, ser otros sin dejar de ser lo que ya son, trasladarse en el espacio y en el tiempo sin salir de su lugar ni de su hora y protagonizar las aventuras m¨¢s osadas del cuerpo, la mente y las pasiones sin arriesgar por ello la piel, perder la cordura y traicionar el coraz¨®n.La ficci¨®n puebla con v¨ªvidos fantasmas el vac¨ªo existencial sembrado en tomo nuestro por una fantas¨ªa que galopa, soliviant¨¢ndonos de apetitos y ambiciones y exigi¨¦ndonos audacias, excesos, desmesuras, a nosotros, que apenas podemos andar en la estrecha jaula de nuestra condici¨®n. Ella es compensaci¨®n y consuelo de las muchas limitaciones y frustraciones de que consta todo destino individual y fuente perpetua de insatisfacci¨®n, pues nada muestra tan gr¨¢fica y persuasivamente lo menguada y deleznable que es la vida real como volver a ella despu¨¦s de haber vivido, aunque sea de modo fugaz, la otra, la ficticia, la creada por la imaginaci¨®n a la medida de nuestros deseos.
La literatura es s¨®lo una provincia de aquella vast¨ªsima patria, pues la ficci¨®n se proyecta y ramifica en innumerables dominios, y no siempre a cara descubierta, como el espejismo que de veras es -asi ocurre en las novelas o en las pel¨ªculas, en las bellas artes o en el teatro-, sino disfrazada, a veces, de estricta verdad, revelada por Dios o descubierta en la Naturaleza o en la historia social por la sabidur¨ªa de los hombres. A diferencia de la ficci¨®n que se identifica como tal y cuya funci¨®n. en nuestras vidas es enriquecedora o, por lo menos, benigna, la otra, la emboscada detr¨¢s de las suntuosas prendas de la religi¨®n o de la ciencia, puede ser maligna, una inconmensurable fuente de sufrimientos y de extrav¨ªos para la especie humana.
Para comprobarlo hay que leer el libro que acaba de publicar, en Francia, Fran?ois Furet, el prestigioso historiador especialista en la Revoluci¨®n Francesa, Le pass¨¦ dune illusi¨®n, cuyo subt¨ªtulo expresa con m¨¢s precisi¨®n el ambicioso empe?o que lo gu¨ªa: "Ensayo sobre la idea comunista en el siglo XX". Acabo de salir de sus casi seiscientas compactas p¨¢ginas, que he le¨ªdo en ese estado de trance en que s¨®lo suelen ponerme las grandes ficciones, y, ahora, vuelto a la realidad de mi escritorio en el gris¨¢ceo invierno londinense, a la hechicera experiencia de su lectura han sucedido el espanto, la perplejidad.
Su tema, el m¨¢s importante sin duda entre todos los que han llenado de ruido y de furia el siglo que termina, no es la historia real del comunismo, sino la del extraordinario contraste que hay entre esta historia objetiva y su visi¨®n idealizada o m¨ªtica y la manera como esta ¨²ltima result¨®, a lo largo de casi setenta a?os, sorbreponi¨¦ndose a aqu¨¦lla y sustituy¨¦ndola para todos 10S efectos intelectuales y pr¨¢cticos. Con el mismo minucioso rigor ole relojero con que analiz¨® las grandezas y miserias de la Revoluci¨®n del 79, Furet describe la m¨¢s extraordinaria impostura hist¨®rica y pol¨ªtica de que se tenga memoria y las posibles razones de que esta ficci¨®n llegara a reemplazar a la realidad en las mentes de tantos millones de hombres a lo largo de tanto tiempo.
No fue un enga?o, sino un autoenga?o, una elecci¨®n. La gran mayor¨ªa quiso creer, prefiri¨® la mentira a la verdad y se aferr¨® a la ilusi¨®n en contra de los feroces desmentidos que le inflig¨ªa la experiencia vivida, por id¨¦nticas razones a las que ciertas ficciones alcanzan esa credibilidad que las hace cruzar las edades, siempre lozanas: porque esa ficci¨®n llenaba un vac¨ªo, materializaba utop¨ªas ardientemente anheladas Y ven¨ªa promovida por consumados ilusionistas pol¨ªticos, maestros en el arte del embuste y la manipulaci¨®n.
Furet muestra una vez m¨¢s, con pruebas abrumadoras, lo ya demostrado hasta el cansancio: desde que Lenin desembarca en la estaci¨®n de Finlandia y pone en marcha la revoluci¨®n, as¨ª como en todas las etapas siguientes, hay suficiente informaci¨®n para saber que lo que est¨¢ ocurriendo en la atrasada Rusia -una autocracia de siglos- es una atroz caricatura del sue?o mesi¨¢nico de la sociedad sin clases, del para¨ªso del proletariado, del reino de la fraternidad colectivista. Y que, desde el asalto al poder por la minor¨ªa de revolucionarios profesionales encabezados por Lenin, el Partido Comunista elimina toda forma de pluralismo y democracia -interna y externa a la organizaci¨®n-y monopoliza todas las articulaciones de un Estado que, corno una hidra, extender¨¢ sus tent¨¢culos hasta las ¨²ltimas extremidades del cuerpo social. Los grandes cr¨ªmenes, la censura, la persecuci¨®n del disidente, la cortina de humo ideol¨®gica para ocultar lo que es mera lucha de facciones o personas por el poder absoluto, el desprecio total a las m¨¢s elementales formas de la consulta democr¨¢tica y a los derechos humanos b¨¢sicos, no son una perversi¨®n estalinista: son la realidad primera de la Revoluci¨®n, unas reglas de juego y unos m¨¦todos que Stalin no har¨¢ m¨¢s que perfeccionar hasta extremos demenciales.
Los ingredientes con que se erige la versi¨®n embellecida y falaz de este r¨¦gimen de terror, var¨ªan en cada ¨¦poca y circunstancia, pero son, todos ellos, extraordinariamente eficaces, pues operan sobre gentes desinformadas y poderosas inteligencias, e, incluso, sobre las mismas v¨ªctimas, que, en el instante mismo de ser devoradas por el insaciable Saturno, hacen el paneg¨ªrico de la Revoluci¨®n y se inmolan por ella declar¨¢ndose sus judas y arrepinti¨¦ndose de horrendos cr¨ªmenes imaginarios.
El primero de estos ingredientes es el ideal libertario y justiciero de la, Revoluci¨®n Francesa, del que la Revoluci¨®n Rusa se apropia y del que aparece como heredera, su natural continuaci¨®n y profandizaci¨®n_. Al mismo tiempo que encama el viejo sue?o humanista e internacionalista de un mundo fraterno, sin naciones, clases ni explotadores, ella aprovecha el incombustible odio al burgu¨¦s acumulado en por lo menos un siglo de diatribas literarias y abominaciones ideol¨®gicas contra ese monstruo de ego¨ªsmo, de mezquindad y de prejuicios, que por su amor al dinero y su materialismo habr¨ªa destruido el esp¨ªritu y la solidaridad, envilecido la cultura, multiplicado las desigualdades e institucionalizado la explotaci¨®n. La patria naciente del proletario es la alternativa a esa horrible sociedad individualista que ha sucumbido al culto de Mam¨®n, un mundo donde se gesta el hombre nuevo ' solidario, ¨¦tico, en el que, con la desaparici¨®n de la propiedad privada y la farsa del parlameritarismo burgu¨¦s, el r¨¦gimen colectivista y la clase obrera en el poder, se instalar¨¢ por fin sobre la Tierra, para todos los hombres y
mujeres, la verdadera justicia y la verdadera libertad.
Los jerarcas sovi¨¦ticos alimentan esta fantas¨ªa, halagando la vanidad y explotando la inocencia de ilustres intelectuales, que, luego del viaje moscovita, se convierten en entusiastas propagandistas del mito. Bernard Shaw ve realizado en la URSS el socialismo cauto de "la sociedad f¨¢biana", H. G. Wells descubre en ella su utop¨ªa de la hermandad universal y Romain Rolland confirma que una voluntad pacifista gu¨ªa todas las acciones de Stalin. Para una Europa que sale de la apocal¨ªptica carnicer¨ªa de la Primera Guerra Mundial, esta imagen, la de una URSS empe?ada en poner fin a las guerras y lograr una paz universal entre las naciones, es un im¨¢n irresistible, al que sucumben, adem¨¢s de los marxistas, un amplio abanico de socialistas, socialdem¨®cratas, radicales y cristianos convencidos, como Emmanuel Mounier, de que en la Uni¨®n Sovi¨¦tica est¨¢ renaciendo el "comunitarismo" evang¨¦lico arrollado por el individualismo burgu¨¦s.
La lucha contra el fascismo contribuir¨¢ de manera decisiva a dotar a la URSS de una aureola democr¨¢tica, pese a todos los testimonios en contrario que salgan de su seno, y a mantener la ficci¨®n de que, comparado a la rigidez dictatorial y guerrerista de un Mussolini y al racismo sanguinario y a los planes imperialistas de Hitler, el r¨¦gimen que preside Stalin, no importa cu¨¢n grandes los errores que cometa, represen ta un modelo social moralmente superior, de impl¨ªcita generosidad e idealismo. Esto es cierto s¨®lo en la ret¨®rica y en la propaganda, no en los hechos, pues los exterir¨²nios colectivos perpetra dos en la propia Rusia y en los pa¨ªses satelizados dentro de la llamada URSS, son tan despiadados como los que cometer¨¢n los nazis (y mucho m¨¢s numerosos), pero esta evidencia, documentada una y mil veces, ser¨¢ re sistida con el argumento con el que alguien tan excepcionalmente clarividente sobre la verdadera naturaleza del comunismo como Raymond Aron, refut¨® a Hannah Arendt, que en su monumental Or¨ªgenes del totalitarismo present¨® al comunismo y al nazismo como la cara y la cruz del mismo fen¨®meno: no se los puede identificar, aqu¨¦l es superior a ¨¦ste en el plano de la "intencionalidad ¨¦tica".
El pacto germano-sovi¨¦tico, el reparto de Polonia que hacen Hitler y Stalin, y, m¨¢s tarde, la formidable conquista territorial que consigue la URSS en la posguerra y consolida en Yalta -y que complementa con la instalaci¨®n de un racimo de Estados vasallos en el coraz¨®n de Europa- no modifica sustancialmente, ante una amplia colectividad que desborda largamente a los catec¨²menos del marxismo, la noci¨®n de que, pese a todo, el sistema comunista es rec¨®nditamente benigno, "el horizonte insuperable de nuestro tiempo", seg¨²n Sartre, y de que, comparada con Estados Unidos y el resto del Occidente, la URSS simboliza el progreso de la raz¨®n hist¨®rica y de la justicia social.
Furet da ejemplos abrumadores de la impermeabilidad de esta ficci¨®n a toda refutaci¨®n pr¨¢ctica. Los atropellos y persecuciones del maccarthismo en Estados Unidos, que duran unos cuatro a?os y env¨ªan a la c¨¢rcel u obligan a exiliarse a un pu?ado de personas, provocan en todo el mundo una indignaci¨®n infinitamente mayor que el Gulag sovi¨¦tico, donde perecen veinte millones de personas, la inmensa mayor¨ªa de ellas sin otro delito que el de haber despertado los recelos de un poder paranoico. Y, hasta su mismo desplome, pocos discutir¨¢n seriamente la idea de la URSS como el gran campe¨®n de anticolonialismo y de la liberaci¨®n de los pueblos del Tercer Mundo de sus opresores imperialistas, pese a que un simple vistazo a un mapamundi y un m¨ªnimo esfuerzo de informaci¨®n bastaban para saber que jam¨¢s en la historia de la humanidad hubo un imperio como el moscovita, que devorara tantas tierras ajenas, colonizara tantos pa¨ªses, borrara tantas culturas y esclavizara a tantos hombres.
Por las p¨¢ginas del libro de Furet desfila aquel ilustre, pero tambi¨¦n pat¨¦tico, cortejo de militantes e intelectuales que tuvieron la lucidez de comprender la impostura y el coraje de denunciarla, en cada uno de los actos de la gran comedia. Bouris Souvarine, V¨ªctor Serge, Bertrand Russell, Andr¨¦ Gide, Panait Strati,Thomas Mann, George Orwell, Arthur Koestler, Raymond Aron, Albert Camus, apenas unos cuantos m¨¢s. Su escaso n¨²mero en comparaci¨®n con la muchedumbre de los que callaron o mintieron y se enga?aron y enga?aron a los dem¨¢s, ese ej¨¦rcito de cortesanos y de c¨®mplices de lo que Robert Conquest llam¨® El Gran Terror, sobrecoge menos que saber que entre estos ¨²ltimos figuran los pr¨ªncipes de la inteligencia y la cultura de nuestro siglo, las voces canoras, los dramaturgos deslumbrantes, los maestros que nos ense?aron a pensar y a novelar.
Hay que agradecerle a Fran?ois Furet el sobresaliente esfuerzo que ha llevado a cabo para impedir que el piadoso olvido -otra forma de impostura- caiga sobre esta ficci¨®n hist¨®rica, bald¨®n y verg¨¹enza de nuestro siglo. Porque sin una memoria vivida de aquella tr¨¢gica experiencia, corremos el riesgo de que se repita. Pues, ya est¨¢ visto: no podemos vivir sin mentiras y las -bellas y saludables- de la literatura no nos bastan.
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