Socialismo o 'balsero' a la deriva
Albert O. Hirschman formul¨® hace algunos a?os la idea de "salida y voz", a prop¨®sito de Berl¨ªn y Alemania orientales, y de las paradojas que la emigraci¨®n hacia Occidente ocasionaron en el comportamiento pol¨ªtico germano. Seg¨²n el pensador radicado en Princeton, la posibilidad de "salidas", por coartada que se viera por el muro de Berl¨ªn, actuaba hasta cierto punto con un efecto intensamente proporcional a la proclividad por la "voz", es decir, por la actividad pol¨ªtica interna de oposici¨®n. La posibilidad de salir limita la inclinaci¨®n por protestar: quien aspira a irse, quien se va, relincha menos. Seg¨²n Hirschman, la hemorragia humana de Este a Oeste durante a?os tuvo mucho que ver con la sobrevivencia por casi medio siglo, bajo condiciones terriblemente adversas, del r¨¦gimen comunista en Alemania Oriental.La teor¨ªa de Hirschman parece aplicarse a la perfecci¨®n en Cuba hoy desde los inicios de la revoluci¨®n hace 35 a?os. Sabido es c¨®mo los primeros ¨¦xodos de clase media y rica despojaron al nuevo r¨¦gimen de la mayor¨ªa de los profesionistas de la isla, pero tambi¨¦n de una oposici¨®n interna que tuvo que resignarse a conspirar en Miami. Luego vino el puente a¨¦reo de Camag¨¹ey, que abarc¨® a sectores ligeramente m¨¢s populares blancos y urbanos, sin duda, pero menos acomodados que los primeros meses. Despu¨¦s, en 1980, la marea humana de Mariel, si bien le cost¨® a Jimmy Carter su reelecci¨®n a la Casa Blanca, le brind¨® al para entonces ya veintea?ero Gobierno de Fidel Castro un respiro y un margen que de otra suerte no hubiera disfrutado. En 1994, durante el a?o indudablemente m¨¢s dif¨ªcil de la revoluci¨®n (o de lo que queda de ella), la odisea de los balseros, desde Cojimar y el mismo malec¨®n de La Habana, le permiti¨® a Fidel Castro remontar los estragos del habanazo del 5 de agosto y recuperar capacidad de maniobra. Sin la perenne pericia pol¨ªtica del comandante, los balseros quiz¨¢ hubieran hundido al r¨¦gimen; pero sin ellos, Castro hubiera confrontado tal vez su crisis final.
La salida de varias decenas de miles de cubanos, en su mayor¨ªa habitantes de la capital, muchos de los cuales (uno de cada tres se dice, sin mayores argumentos) perecieron en el camino, desactiv¨® la oposici¨®n al r¨¦gimen castrista. No tanto porque se fueron los activistas; ¨¦stos m¨¢s bien optaron por quedarse en la isla, salvo aquellos anteriormente encarcelados y que de repente recibieron d¨ªas francos. La distensi¨®n se produjo ante todo por tres razones. En primer lugar, quienes zarparon hacia los cayos de Florida tend¨ªan a ser los m¨¢s hostiles al Gobierno, los m¨¢s desesperados, los m¨¢s iracundos: parte del odio termin¨® en Guant¨¢namo. En segundo lugar, al obligar a Estados Unidos a reabrir una v¨¢lvula de escape migratorio legal, por peque?a que fuera, se cre¨® la esperanza entre los que no partieron de poder hacerlo en el futuro inmediato. Visas, familiares, palancas y suerte: si pueden salir algunos, todos pueden esperar que les toque. Y, por ¨²ltimo, los balseros rebasaron a la oposici¨®n interna existente: ante la rabia y la desesperaci¨®n de j¨®venes dispuestos a enfrentar tiburones, oleaje y un sol de plomo, los defensores socialdem¨®cratas de los derechos humanos hac¨ªan p¨¢lida figura.
Salida en lugar de voz; emigrar en vez de protestar; he aqu¨ª una primera explicaci¨®n de la disminuci¨®n evidente de tensiones en Cuba y de la mejor¨ªa -muy relativa, sin duda- que se percibe en el ¨¢nimo habanero. Si a ello se agrega el efecto de algunas reformas econ¨®micas, se entiende por qu¨¦ las ¨²ltimas horas de Fidel Castro siguen sin sonar, y c¨®mo perdura un r¨¦gimen que muchos daban por fenecido hace un par de a?os, o hace tres decenios.
La reapertura de los mercados de artesan¨ªa y campesinos, o agromercados, como se llaman ahora, junto con la autorizaci¨®n del ejercicio de profesiones independientes -plomeros, electricistas, mec¨¢nicos, pintores, etc¨¦tera- y la tolerancia frente al surgimiento de restaurantes y bares semiclandestinos, ha surtido el efecto esperado por los economistas. El sacrosanto mercado s¨ª aumenta la disponibilidad de bienes y servicios: la demanda genera su propia oferta al eliminarse las trabas y restricciones de antes. Hoy hay frutas y verduras, algo de carne y arroz, pollo y huevos en los agromercados de La Habana. Otra cosa es lo que cuestan: mucho en pesos cubanos a la luz del salario medio, pero menos de lo que costaban previamente en el mercado negro o bolsa, si se traduce su coste a d¨®lares, cuya posesi¨®n por cubanos ya es legal, y cuya circulaci¨®n y abundancia ha sorprendido a muchos.
?ste es el quid del asunto. En d¨®lares, los productos a la venta en los agromercados o en las tiendas especiales no son caros; algunos son francamente baratos. No todos los cubanos manejan d¨®lares, ni mucho menos; la divisi¨®n entre los que tienen divisas y los que no constituye hoy una de las principales fuentes de desigualdad en Cuba. Pero entre los env¨ªos familiares desde Miami, el turismo (propinas, prostituci¨®n, peque?os servicios), la comunidad extranjera -de negocios, diplom¨¢tica, etc¨¦tera- radicada en La Habana, y el ahorro bajo el colch¨®n de much¨ªsimos cubanos a lo largo de los a?os, hay m¨¢s d¨®lares de los que se esperaban. Juntas, la aparici¨®n de bienes y servicios comprables con pesos y la legalizaci¨®n de la tenencia de d¨®lares, han revaluado la moneda cubana en el mercado negro, de casi 100 por d¨®lar el a?o pasado a 40 hoy d¨ªa. El mercado, funciona, aun bajo el socialismo balsero a la deriva.
S¨®lo que las soluciones son problemas, como lo sabe mejor que nadie Fidel Castro. Cuando empiezan a circular los d¨®lares en la econom¨ªa real, el Estado comienza a inventar maneras de capturarlo: impuestos, cuentas en d¨®lares, intereses pagaderos en d¨®lares. Los cubanos, no necesitan d¨®lares y sirven los pesos; el Estado s¨ª los requiere para importar todo lo que la isla no produce. Se dio en Polonia a comienzos de los a?os ochenta, a pesar de toda la desconfianza del mundo; los tenedores de d¨®lares comienzan a depositarlos en el sistema bancario y el Estado empieza a gastarlos. Mientras los ahorradores no reclamen sus d¨®lares simult¨¢neamente, el mecanismo funciona. Cuando se desatan los demonios del p¨¢nico y la suspicacia, se acaba el mundo. Eduardo Gierek en 1980, Jos¨¦ L¨®pez Portillo en 1982, las autoridades financieras argentinas hoy, Ernesto Zedillo desde el 20 de diciembre, lo han vivido en carne propia; devolverle a todos una divisa ajena que uno ya se gast¨® no s¨®lo es imposible. Es absurdo.
La diferencia estriba en que hoy en Cuba esta v¨ªa compra tiempo, y esto es lo que Fidel Castro m¨¢s necesita en la vida: el tiempo de terminar la suya en paz, en su cama, en su pa¨ªs, y el de salvar la revoluci¨®n del destino catacl¨ªsmico que todos le auguraban. Qui¨¦n quita que lo logre, a pesar de nueve presidentes norteamericanos, de cientos de miles de cubanos expatriados, de privaciones inenarrables para millones de cubanos en Cuba, y de un desprecio infinito por toda democracia a cualquier rendici¨®n de cuentas. No es una faena menor; es, para bien o para mal, una de las haza?as del siglo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.