La trama de los justos
Cada vez me parece menos cierto que la inutilidad sea un m¨¦rito sofisticado de la literatura o del arte. Un libro de poemas puede resultarnos m¨¢s pr¨¢ctico que un manual de instrucciones a la hora de dilucidar una percepci¨®n y un sentimiento, y una buena pel¨ªcula mejora sutilmente las condiciones materiales de la vida. La turbia actualidad inmediata se nos amortigua o se nos ilumina a veces gracias a la literatura, y entre una noticia del peri¨®dico, una leyenda de la K¨¢bala y uno de los ¨²ltimos poemas de Borges pueden descubrirse hilos invisibles que se vuelven brillantes por un segundo al trasluz de la rememoraci¨®n. Leo el domingo, en este peri¨®dico, la historia ejemplar de los cuatro hombres que sin conocerse entre s¨ª se confabularon para que los dos asesinatos m¨¢s crueles de los GAL no fueran abolidos ni quedaran impunes, y al ver sus caras en las fotograf¨ªas reconozco en ellas como un rasgo com¨²n la expresi¨®n tranquila y determinada de los justos y me acuerdo de esa f¨¢bula de los cabalistas que cont¨® Gershom Scholem en un libro memorable -La K¨¢bala y su simbolismo- y que Borges recogi¨® en uno de aquellos poemas lapidarios que le dictaba a Mar¨ªa Kodama en la oscuridad errante de sus ¨²ltimos a?os.Seg¨²n cuenta Scholem, los cabalistas consideraban que Dios estaba siempre a punto de destruir el mundo, espantado por los extremos de la maldad humana. Si no lo hac¨ªa, si no lo ha hecho a¨²n, es porque en cada generaci¨®n hay exactamente 36 hombres y mujeres justos que la salvan en secreto, sin que nadie lo sepa, ni siquiera ellos mismos, que desde luego no se conocen entre s¨ª ni llevan vidas de particular relieve. El hero¨ªsmo de los justos es tan sigiloso que apenas nadie lo advierte, pero su eficacia puede ser colosal, y la cadencia de sus actos puede establecer una frontera entre la humanidad y el infierno. Borges, en su poema, enumera un censo breve de los justos: quien cultiva un jard¨ªn, quien juega tranquilamente con un amigo al ajedrez, quien lee junto a la persona amada el final de la Divina Comedia, quien acaricia a un animal dormido, quien compone escrupulosamente la tipograf¨ªa de una p¨¢gina, quien agradece que existan la m¨²sica y los libros de R. L. Stevenson, quien prefiere que los dem¨¢s tengan raz¨®n.
Yo no s¨¦ si nuestra generaci¨®n merecer¨¢ salvarse, o si el n¨²mero de los justos que la mantienen a pesar de todo a salvo del desastre llegar¨¢ a 36, pero sin duda el peri¨®dico del domingo retrataba a cuatro de ellos, que s¨®lo ahora, despu¨¦s de cumplir cada uno su tarea con paciencia y secreto, se han revelado a la luz p¨²blica, desmintiendo con su simple presencia la inevitabilidad de la verg¨¹enza, la normalidad de la desgana, la corrupci¨®n y el horror.
Vivimos en los tiempos del regreso p¨®stumo de Albert Camus, y se va viendo cada d¨ªa que las palabras que ¨¦l escribi¨®, proscritas por el cinismo y el dogmatismo intelectual de sus contempor¨¢neos m¨¢s c¨¦lebres, se vuelven contempor¨¢neas de nosotros mismos y nos asisten ahora enmedio de la confusi¨®n. "Que chacun fait son m¨¦tier", exig¨ªa Camus, que cada cual haga honradamente su oficio, que nadie se sienta exculpado de su ¨ªntima responsabilidad personal en virtud de las ideolog¨ªas o de las circunstancias. Lo que une a esos cuatro hombres que no se conoc¨ªan entre s¨ª, al inspector Garc¨ªa, al fiscal Gordillo, a los forenses Echebarr¨ªa y Bru, es la tenacidad solitaria de cada uno de ellos en el cumplimiento del trabajo que les correspond¨ªa, la firmeza de una convicci¨®n moral no desperdiciada en gestos ni exagerada en palabras, sino llevada a cabo hasta el final y en la pr¨¢ctica, en el reino lac¨®nico de los hechos y, los informes forenses, en la pura legalidad de las investigaciones policiales y los dict¨¢menes jur¨ªdicos.
Parec¨ªa que todo daba igual, y que la ¨²nica actitud posible: era la resignaci¨®n, la huida o la, complicidad con la trapacer¨ªa, un¨¢nime. A la codicia de los corruptos y a la soberbia m¨¢s o menos impune de los poderosos se correspond¨ªa el puro abatimiento de los todav¨ªa ¨ªntegros, la convicci¨®n triste de que lo ¨²nico que pod¨ªa hacerse era buscar refugios casi clandestinos de dignidad personal. De un modo imperceptible la escandalosa evidencia de la inmoralidad p¨²blica se hab¨ªa ido convirtiendo en justificaci¨®n de las mezquinas inmoralidades y claudicaciones privadas. Si el robo es lo m¨¢s com¨²n, no vale la pena un gesto solitario de honradez personal; si se ha vuelto habitual y tolerado el uso de la mentira, no sirve de nada el esfuerzo por determinar una fracci¨®n de verdad que muy probablemente no ser¨¢ escuchada, o que se perder¨¢ en el ruido de la confusi¨®n; si los terroristas matan, quebrantar la ley para matarlos a ellos es un acto de leg¨ªtima defensa...
Cualquiera puede encontrar una justificaci¨®n a un comportamiento vergonzoso. Tal vez lo que distingue a los justos es que se niegan a secundar ese juego de coartadas mutuas, y que a pesar del ineludible desaliento procuran no da?ar a nadie y hacen lo que tienen que hacer lo mejor que saben y pueden. En las escuelas p¨²blicas, en los institutos de los barrios m¨¢s despojados, uno encuentra profesores que siguen manteniendo la tarea del conocimiento y del aprendizaje a pesar de la cotidiana barbarie y del abandono de las autoridades educativas, que aspiran a gobernar cuanto antes sobre un pa¨ªs de asnos. Una persona que abre con cuidado una puerta o que baja la voz para no molestar o que cede el paso a un desconocido est¨¢ mejorando la vida. Un m¨¦dico jubilado, un forense joven y serio de San Sebasti¨¢n, un inspector de polic¨ªa y un fiscal amenazado de muerte por ETA se han confabulado sin saberlo para que un doble crimen de hace m¨¢s de 10 a?os no quede sin castigo, pero su conspiraci¨®n de rectitud no afecta s¨®lo a las v¨ªctimas y a sus torturadores y verdugos. Al ver sus caras en el peri¨®dico del domingo me acord¨¦ de la ¨²ltima l¨ªnea del poema cabalista de Borges: "Esas personas, que se ignoran, est¨¢n salvando el mundo". Al menos nos han salvado el sentimiento y la exigencia de la dignidad.
Babelia
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