"Iba a decir algo maravilloso, pero no me acuerdo"
Jorge Amado habla con las manos juntas, acarici¨¢ndolas, como si les diera cari?o. Escucha muy atentamente, adelantando su labio inferior grueso, rotundo, y oculta en la profundidad de esa boca brasile?a el bigotillo blanco que hace a¨²n m¨¢s de nieve sus 83 anos. Cuando terminan de hablar los otros -en la Casa de Am¨¦rica: ?ngel Crespo, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, Basilio Losada y su propia esposa desde hace 50 a?os, Zelia Gattai, escritora y fot¨®grafa- desanuda sus manos morenas y dice, mirando al p¨²blico risue?o:-Iba a decir algo maravilloso y no me acuerdo.
Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n hab¨ªa hecho una definici¨®n casi gastron¨®mica de su obra:
-La suya es una novela que vincula historia y lenguaje como la mayonesa hecha con la atenci¨®n suficiente como para que no sobrenade el aceite.
Y todos dijeron, en la ocasi¨®n -la presentaci¨®n de su ¨²ltima novela en Espa?a, De c¨®mo los turcos descubrieron Am¨¦rica, traducida por Losada y publicada por Ediciones B, y de sus memorias, Navegaci¨®n de cabotaje, aparecidas en Alianza Tres-, que Amado era un gran escritor, de los mejores testigos del siglo, un ob¨¢, un sabio, como dijo en brasile?o M. V. M. Losada hab¨ªa hecho, adem¨¢s, una comparaci¨®n muy honrosa:
-Iba yo en el autob¨²s, leyendo y riendo, y la gente miraba pensando quiz¨¢ que yo estaba loco o que le¨ªa a Cervantes. Y lo cierto es que iba leyendo a Jorge Amado.
Crespo -"que sabe m¨¢s que yo de la literatura portuguesa", dijo de ¨¦l Amado- traz¨® el panorama literario en el que el autor de Teresa Batista cansada de guerra encaja como la pieza principal de un puzzle l¨ªrico al que le viene pintado este verso que V¨¢zquez Montalb¨¢n record¨® a prop¨®sito: "S¨®lo conozco un mont¨®n de im¨¢genes sobre las que se pone el sol".
Pero nada de eso cambi¨® el semblante ir¨®nico, c¨¢lido y lejano de Jorge Amado, que al desanudar las manos repite, abriendo ya esa boca redonda que habla portu?ol.
-Iba a decir algo maravilloso y no me acuerdo, y lo cierto es que me desconcierta mucho que hablen de m¨ª de esa manera, pues siempre creo que hablan de otro.
Amado a?adi¨®:
-Yo, aqu¨ª sentado, ?como si fuera un escritor importante! ?Ni Montalb¨¢n ni nadie puede hacer creer a la gente que yo soy un escritor importante! ?Y saben por qu¨¦? Porque yo mismo no me lo creo.
Zelia puso los adjetivos de ese hombre que ten¨ªa al lado y que con ¨¦l forma lo que Losada llama "esa persona que se llama Jorge Amado y Zelia Gattai":
-Es el amigo, el amante, el marido, el enamorado.
Y Amado nos dijo:
-Pero yo que he vivido con ella 50 a?os en la misma cama -me ponen aqu¨ª en Madrid en camas separadas: ?est¨¢n locos en los hoteles!- puedo decir mejor lo que es ella: es mi patrona.
Zelia ser¨ªa imbatible en la tele, dice Amado, y como escritora, a?ade, "es mi m¨¢xima aspiraci¨®n, porque de su ¨¦xito espero convertirme en gigol¨® ".
Una atm¨®sfera vibrante, amistosa, halagadora, en torno a uno de los testigos radicales del siglo, un escritor progresista que mantuvo invariable esa posici¨®n ante la historia de su pa¨ªs y del mundo: la edad -como ocurre en otros casos- no le ha a?adido veneraci¨®n, sino respeto. Como si se quitara de encima las moscas de Bah¨ªa, Amado anul¨® la solemnidad a todos los elogios, incluidos los de su mujer, y para hacerlo cont¨® una an¨¦cdota en la que aparecen hablando el gran novelista brasile?o Jo¨¢o Guimar¨¢es Rosa con su amigo Eduardo Portela:
-Los dos rivalizaban en elogios mutuos, t¨² eres el m¨¢s grande, no, t¨² eres el m¨¢s grande, y as¨ª sucesivamente, hasta que Guimar¨¢es exclam¨®, casi enfadado:
-?Ya no puedo competir m¨¢s contigo!
La gente en Bah¨ªa, la tierra del poeta -"el poeta", as¨ª le dicen, y todos entienden que es este hombre de coraz¨®n acuchillado y otra vez vibrante-, sabe las cosas, lo que pas¨®, lo que pasa, lo que va a pasar. Gente sabia y tranquila, cansada de guerra. En un mundo que esta semana ha celebrado los a?os de J¨¹nger, acaso sobre todo porque los ha cumplido, y la edad se empe?a en tachar la memoria de lo que este hombre fue tambi¨¦n, teut¨®n en tiempos nazis, el paso por Espa?a de Jorge Amado ha sido una experiencia refrescante, un alegato abierto contra la solemnidad y contra los labios fruncidos. Una boca gruesa y literaria diciendo en portu?ol:
-Le debo todo a Cervantes, a Rabelais, a Zola y a los poetas de cordel. Un d¨ªa le dieron dinero a un poeta de cordel para que escribiera contra m¨ª y se neg¨®. "Ah, no, yo no escribo contra un amigo". La amistad es una categor¨ªa extrema, el objetivo de la vida.
Despu¨¦s se fue r¨¢pido porque ten¨ªa sue?o o quer¨ªa hablar con Zelia.
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