La democracia en Hait¨ª, un castillo de naipes
El presidente Jean-Bertrand Aristide encara la tit¨¢nica tarea de vencer a la miseria y la violencia y construir un pa¨ªs seguro
ENVIADO ESPECIAL El edificio de la antigua comandancia general de las fuerzas armadas de Hait¨ª, estrat¨¦gicamente situado a un costado de la presidencia, alberga hoy al Ministerio de la Mujer, una de las nuevas instituciones creadas para defender los miles de causas pendientes en esta sociedad. No es ¨¦sta la ¨²nica reforma puesta en marcha por el presidente Jean-Bertrand Aristide desde su regreso al pa¨ªs el pasado 15 de octubre. Lentamente se va construyendo el edificio de la democracia, lo que supone un bello espect¨¢culo en la naci¨®n m¨¢s pobre y torturada del hemisferio occidental. Pero, por ahora, es un edificio fr¨¢gil, sometido a m¨²ltiples amenazas, casi un castillo de naipes.
La miseria y la violencia siguen poniendo cerco a los esfuerzos de Aristide, quien, al mismo tiempo se afana por mantener una dif¨ªcil equidistancia entre sus seguidores -que le piden cambios m¨¢s radicales-, la burgues¨ªa local -que siempre lo ha tenido por su enemigo- y EE UU -que trata de controlar el ritmo y la profundidad de las reformas- "Hait¨ª es el t¨ªpico caso de la botella a medio llenar. Si se mira desde las expectativas que hab¨ªa hace seis meses, la botella est¨¢ medio vac¨ªa. Pero, si se tiene en cuenta de d¨®nde- parti¨® Aristide, est¨¢ medio llena", opina un diplom¨¢tico con experiencia en este pa¨ªs.
Ni polic¨ªa ni tribunales
Si Hait¨ª se mira desde el gigantesco basurero de Les Salines, donde se re¨²nen cada d¨ªa cientos de personas para saciar el hambre entre los restos del rancho de los soldados norteamericanos, nada ha cambiado a¨²n. Si se atiende a la lista de 25 muertos en acciones de violencia en una sola semana del mes de marzo y si se sabe que la mayor¨ªa de los matones del antiguo r¨¦gimen siguen en la calle, el terror es todav¨ªa moneda com¨²n. Si se considera que no existe polic¨ªa ni tribunales ni el m¨¢s m¨ªnimo embri¨®n de un sistema judicial, este pa¨ªs esta muy lejos de ser un Estado de derecho.
Pero algunas cosas se han hecho ya. El ej¨¦rcito y la polic¨ªa, origen de buena parte de los males de Hait¨ª, han sido desmovilizados. En seis meses han sido confiscadas m¨¢s de 30.000 armas en manos de grupos paramilitares. Los haitianos emprenden modestas iniciativas en su pobre econom¨ªa, en lugar de lanzarse al mar en busca de asilo en Estados Unidos.
Han sido convocadas elecciones legislativas para el 4 de junio y elecciones presidenciales para el mes de diciembre. El pasado jueves, respondiendo a uno de los mayores deseos de la poblaci¨®n, Aristide puso en marcha la Comisi¨®n de Verdad y Justicia, integrada por personalidades independientes y encargada de esclarecer los m¨¢s brutales abusos contra los derechos humanos cometidos por el r¨¦gimen militar que derroc¨® a Aristide en 1991. "El proceso de democratizaci¨®n y elecciones seguir¨¢ inalterable mientras Hait¨ª pasa de ser un pa¨ªs seguro y estable a uno m¨¢s seguro y m¨¢s estable", prometi¨® el viernes el presidente haitiano ante Bill Clinton.
No todos comparten esa apreciaci¨®n. Un informe de la organizaci¨®n America's Watch presentado estos d¨ªas advierte que Ias tensiones pol¨ªtica se est¨¢n incrementando y, lejos de garantizar la estabilidad, lo ¨²nico que ha hecho la fuerza multinacional es crear una fr¨¢gil seguridad que las pr¨®ximas elecciones pueden romper".
El descontento se ha extendido entre la poblaci¨®n, alarmada por el incremento de los precios, la escasez de puestos de trabajo y el aumento de la delincuencia. "Nosotros esper¨¢bamos una revoluci¨®n y lo que tenemos son m¨¢s dificultades cada d¨ªa para, alimentar a nuestros hijos", afirma Dalton, mitad ch¨®fer, mitad constructor. Aristide, que ha sido propuesto para el Premio Nobel de la Paz, sigue siendo mayoritariamente considerado "un hombre de buena fe", pero mucha gente se queja en la calle de que no se ha rodeado de las personas apropiadas y de que est¨¢ siendo demasiado conciliador con la reducida clase de los poderosos.
El presidente haitiano enarbola a¨²n la bandera del lavalas (avalancha), la palabra que define su movimiento, pero bajo, ese nombre parecen haberse refugiado tambi¨¦n extremistas a los- que Estados Unidos pide apartar del entorno del Gobierno. La mayor prueba para la d¨¦bil democracia haitiana llegar¨¢ cuando la casa de Aristide deje de estar protegida, como est¨¢ ahora, por soldados estadounidenses y se retire todo el contingente de 6.000 cascos azules, lo que est¨¢ previsto para febrero de 1996. El n¨²mero de graduados de la nueva escuela de polic¨ªa no llegar¨¢ a igualar esa cifra de 6.000 hasta noviembre de ese a?o. Funcionarios norteamericanos han admitido ya la posibilidad de que un ret¨¦n de unos 500 soldados tenga que quedarse en Hait¨ª bastante m¨¢s tiempo de lo previsto inicialmente.
La tradici¨®n de violencia en el pa¨ªs que primero obtuvo la independencia en Am¨¦rica Latina puede verse- reforzada en los pr¨®ximos meses si la situaci¨®n econ¨®mica no mejora m¨¢s r¨¢pidamente. "La estabilidad de Hait¨ª depende de cambios fundamentales en la estructura del poder econ¨®mico, y esos cambios se ven extremadamente improbables", escribi¨® en la revista Foreign Affairs el especialista Sidney Mintz.
Frente a esa opini¨®n de quien escribe desde un despacho en la Universidad John Hopkins, Jean-Bertrand Aristide antiguo sacerdote jesuita, asegura que, en el caso de Hait¨ª, "la historia demuestra una vez m¨¢s que es posible la construcci¨®n de un mundo nuevo".
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