Las peores historias
Las peores historias son las que no pueden contarse o no se dejan contar, y el lector suele abandonarlas si es que no lo hizo antes el propio escritor al darse cuenta de que no debi¨® acometerlas. En cuanto a los di¨¢logos, los m¨¢s fatigosos son los del g¨¦nero absurdo, con los que tanto nos ha castigado el teatro de este siglo. Pueden hacer gracia los cuatro primeros cruces, pero en seguida provocan hast¨ªo seguido de irritaci¨®n profunda y final desentendimiento: los espectadores m¨¢s sanos y menos intimidados suelen abandonar la sala, y s¨®lo se quedan hasta la conclusi¨®n los parientes del autor, los rencorosos que no quieren privarse de abuchear y silbar cuando caiga el tel¨®n y unos pocos pedantes que encuentran en tales di¨¢logos gran consuelo, ya que se ven capaces de componer algo semejante y ocupar, por tanto, un escenario. En realidad, nada m¨¢s f¨¢cil para un escritor que acumular acontecimientos sin selecci¨®n y redactar di¨¢logos absurdos, cr¨ªpticos o insustanciales.Pero todav¨ªa hay algo peor para una novela, una obra de teatro o una pel¨ªcula, a saber: que todos los personajes resulten idiotas u odiosos, aunque el autor no sea necesariamente una cosa ni otra. Si digo que es a¨²n peor es porque en esos casos puede haber un elemento de injusticia en la decisi¨®n del espectador o lector cuando se sustrae a lo que le est¨¢n mostrando o relatando. La obra en cuesti¨®n puede estar bien hecha, no carecer de habilidad e ingenio y plantear asuntos de inter¨¦s, y, sin embargo, lo m¨¢s probable es que se produzcan el rechazo, la indiferencia y posterior deserci¨®n del conjunto si las figuras de la representaci¨®n son imb¨¦ciles o detestables; si, por as¨ª decir, al espectador o lector se le hace insufrible permanecer en su compa?¨ªa, seguirlos en sus aventuras o vicisitudes por apasionantes que ¨¦stas sean objetivamente. Tanto en la ficci¨®n como en la realidad hay un elemento subjetivo y arbitrario contra el que poco se puede hacer y que no siempre se tiene en cuenta: se puede caer en gracia o en desgracia, tambi¨¦n primero lo uno y despu¨¦s lo otro; se puede encantar o reventar, enamorar y empachar m¨¢s tarde, resultar insoportable y pasar a ser imprescindible, caben todas las combinaciones. Todos conocemos la frase "se le acaba cogiendo cari?o", o "al final no hay quien lo aguante", referidas tanto a personas como a personajes como a quienes no son del todo lo uno ni lo otro, esto es, la gente real que sale en la prensa y la televisi¨®n sin tregua.
Estas tres desgracias narrativas llevan tiempo sucediendo en la vida p¨²blica de nuestro pa¨ªs. La acumulaci¨®n de acontecimientos, revelaciones, descubrimientos, acusaciones, querellas y hostigamientos es tal que a veces se tiene la sensaci¨®n de que, vistas ya hace meses las proporciones del desastre, al Gobierno socialista le intensa ahora que salgan a la luz mas y m¨¢s esc¨¢ndalos y rencillas, de tal manera que unos tapen a otros, que la yuxtaposici¨®n ilimitada de desmanes haga invisible el todo y los espectadores o ciudadanos nos perdamos con tantos hilos argumentales y a la postre nos inhibamos de todos ellos. Cuantas m¨¢s tropel¨ªas se cometen o sospechan o averiguan, menos importancia tiene cada una aislada; lo que era grav¨ªsimo ya no lo es si inmediatamente es superado en su gravedad por una mayor calamidad o felon¨ªa (por mencionar un caso extremo, se "desagravia" sin cesar a Pilar Mir¨® cuando lo que hizo tampoco estuvo bien; dentro de poco se homenajear¨¢ a Juan Guerra); si adem¨¢s de los pol¨ªticos entre s¨ª y ¨¦stos con los periodistas, ¨¦stos entre s¨ª y tambi¨¦n con los banqueros, ¨¦stos tambi¨¦n entre s¨ª y adem¨¢s con los sindicalistas, los jueces se pelean unos con otros y contra todos, la situaci¨®n mejora para el Gobierno acorralado, que ya no lo estar¨¢ tanto si se ve acompa?ado en la tela de ara?a que ¨¦l mismo teji¨® y de la que fue primer prisionero. En estas ¨²ltimas semanas yo he llegado a temer que este Gobierno declarase la guerra a Canad¨¢ por unos peces, en un deliberado y atrevido crescendo de embarullamiento y tragedia (y a¨²n no las tengo todas conmigo a este respecto). Lo cierto es que esta historia nuestra parece cada vez m¨¢s de las que no pueden contarse, al menos mientras est¨¦ ocurriendo, con el consiguiente riesgo -y beneficio enorme para los socialistas- de que todos menos los parientes, los rencorosos y los pedantes abandonemos la lectura.
En cuanto a los di¨¢logos de esta funci¨®n tan prolongada, hace ya mucho que son del g¨¦nero absurdo o m¨¢s bien lelo, dado que uno de los interlocutores es siempre el Gobierno o sus defensores. Alguien dice: "Buenos d¨ªas", y el ministro contesta: "A m¨ª me gusta mucho Sevilla". O bien alguien acusa: "Usted nos ha metido en un l¨ªo porque es un liante". Y el presidente responde: "No, precisamente porque los he metido en un l¨ªo no soy un liante". Tambi¨¦n los hay de este otro estilo: "Usted insulta a todo el mundo". "?Yo? En absoluto, es usted un cerdo mentiroso". "?Lo ve c¨®mo insulta?". "Nada de eso, yo no insulto, cacho cerdo", y as¨ª hasta la n¨¢usea. Se hace dif¨ªcil no ya interesarse, sino incluso seguir estos intercambios memos que dominan la pol¨ªtica y la prensa.
En realidad, hace tiempo que todo el mundo habla y nadie escucha lo que dice cualquier miembro de ese mundo, y esto sucede tambi¨¦n con los cruces entre periodistas, que en buena medida llevan el peso de la ch¨¢chara. La reiteraci¨®n convierte todo en mon¨®logos, en palabras, p¨®lvora y papel mojados; casi todos los que opinan mucho son ya previsibles y la tendencia es a no hacerles caso: "Bah, cosas del Abc, cosas de El Mundo, de EL PA?S"; o a¨²n m¨¢s grave: "Bah, cosas de Montalb¨¢n, de Haro Tecglen, de Ans¨®n, de Gala, de Drag¨®, de Jim¨¦nez, de Paula Pav¨®n o como quiera que se llame ese columnista hermafrodita". Los ciudadanos est¨¢n a punto de abandonar la sala, arrastrando consigo hasta a los parientes y a los pedantes. Ser¨ªan los rencorosos los ¨²nicos en aguantar todav¨ªa, ya que en el fondo aspiran a formar parte del espect¨¢culo con sus abucheos y pitos finales. La prueba de esto la tenemos ya en algo que pasa por normal y es ins¨®lito: si ustedes se fijan, lo m¨¢s frecuente en televisi¨®n es ver a un periodista entrevistando a otro, el reino del corporativismo.
Y qu¨¦ decir de la tercera desgracia que amenaza a cualquier narraci¨®n o representaci¨®n. No me tengo por persona contentadiza, pero tampoco creo ser especialmente atrabiliario. S¨ª, en cambio, lo bastante com¨²n para imaginar que no ser¨¦ el ¨²nico que ya no puede ni ver a casi ninguno de los personajes del drama, principales o secundarios. He de confesar que un d¨ªa tras otro, seg¨²n voy pasando las p¨¢ginas de los peri¨®dicos u oyendo la radio o viendo la televisi¨®n, voy pensando, seg¨²n quienes sean los protagonistas de las noticias o los responsables de las opiniones: "Menudo majadero; qu¨¦ jeta tiene ¨¦ste; no puedo m¨¢s de este fulano; qu¨¦ imbecilidad; qu¨¦ falso; vaya tipo repugnante; qu¨¦ sujeto criminoide; qu¨¦ sandez; vaya rufi¨¢n; un estafador por aqu¨ª; qu¨¦ cinismo; por all¨ª un asesino; qu¨¦ hip¨®crita; m¨¢s all¨¢ un delator; tres beatos; ochocientos chaqueteros; un grupo mafioso; qu¨¦ incompetente; malas bestias". De vez en cuando hay alg¨²n oasis y alg¨²n entusiasmo (entre los periodistas y los escritores, no en verdad entre los pol¨ªticos), y por supuesto no se me oculta que mis comentarios puedan suscitar en otros estos mismos pensamientos, todos juntos si ustedes quieren, eso no tendr¨ªa la menor importancia para lo que estoy diciendo. Cuando los personajes resultan idiotas u odiosos en su mayor¨ªa, los pocos espectadores y lectores que a¨²n resistan dicen "basta" y se desentienden de lo que aqu¨¦llos manifiestan o les est¨¢ sucediendo. El problema es que los ciudadanos no podemos salimos de este teatro ? fu¨¦ramos los convidados de El ¨¢ngel exterminador de Bu?uel, que no lograban abandonar su fiesta convertida en un infierno desde el momento en que empez¨® a durar m¨¢s de lo que deb¨ªa. Cuando no se puede abandonar la abominable funci¨®n porque se representa en todas las ciudades y en todas las calles y en todas las casas y adem¨¢s se trata de nuestras salas, lo ¨²nico que resta a los espectadores no es cerrar los ojos y dejar el campo libre al autor, los actores y los rencorosos, sino exigir -con desaprobaci¨®n, frialdad y retraimiento: lo que se llama "hacer el vac¨ªo"- que esa funci¨®n se suspenda y tambi¨¦n la obra, los di¨¢logos y a ser posible los personajes. Lo cual, dicho sea de paso, no s¨®lo es distinto, sino lo opuesto a quemar el teatro.
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