Dos maestros en la ba?era
Ib¨¢n / Rinc¨®n, Joselito, S¨¢nchezToros de Baltasar Ib¨¢n, desiguales de presencia, muy bien armados, mansos de feo estilo, excepto 5? de encastada nobleza, y 6% bravo.
C¨¦sar Rinc¨®n: pinchazo, estocada honda -aviso- y descabello (silencio); metisaca infamante cerca del costillar (algunos pitos). Joselito: estocada baja que asoma (algunas palmas); bajonazo y rueda de peones (aplausos). Jos¨¦ Ignacio S¨¢nchez, que confirm¨® la alternativa: aviso antes de matar y estocada honda trasera (palmas); bajonazo descarado (petici¨®n y vuelta).
Plaza de Las Ventas, 17 de mayo.
5? corrida de feria. Lleno.
Plaza abarrotada; reventa cobrando entradas al precio del marisco; el se?oriteo y el pueblo llano, presentes; la afici¨®n en sus puestos ... ; augures, ensue?os, fantas¨ªas, castillos en el aire. No faltaba nada ni nadie. Y todo para ver a los dos maestros por antonomasia (o as¨ª les llaman) exhibiendo sus maestr¨ªas. C¨¦sar Rinc¨®n, el maestro colombiano; Joselito, el maestro de maestros. La tarde se promet¨ªa brillante. La tarde se promet¨ªa sublime. Pero la tarde pasaba, el magisterio no aparec¨ªa por lado alguno, y cuando el gent¨ªo ilusionado quiso darse cuenta, los dos maestros estaban en remojo hasta las cejas.
El alumno les hab¨ªa metido en la ba?era. Un novato en edad de merecer, uno que a¨²n est¨¢ preparando las oposiciones y quiere que su nombre se inscriba en el olimpo de la torer¨ªa -la afici¨®n ya lo tiene apuntado: Jos¨¦ Ignacio S¨¢nchez, salmantino, especialista en naturales, restaurador de los c¨¢nones de la tauromaquia- compareci¨®, los mir¨® de frente, los midi¨® de arriba abajo y los meti¨® en la ba?era. Las opiniones del gent¨ªo que llenaba la plaza hasta la bandera, sin embargo, est¨¢n divididas al respecto: unos sostienen que los meti¨® en la ba?era uno a uno; otros que a los dos juntos y de cabeza.
Los maestros daba la sensaci¨®n de que les hab¨ªa tocado el t¨ªtulo en una t¨®mbola. Aquel C¨¦sar Rinc¨®n del toreo a distancia, capoteaba a sus toros poniendo pies en polvorosa al estilo capea. Aquel Joselito enciclop¨¦dico de los variados repertorios, lo mismo en los lances de recibo, aunque le redim¨ªan la buena colocaci¨®n en el ruedo, los quites oportunos, el ensayo de lances diversos. Cierto que los toros resultaron mansos reservones, que a?ad¨ªan a este inconveniente los peligros derivados de la casta. No obstante, se esperaba de los maestros que allegaran recursos lidiadores, las enjundiosas suertes de dominio que ofrece la tauromaquia para resolver los problemas de los toros dificultosos; y no ese empe?o en tantear el derechazo primero, el natural despu¨¦s, pegar un brinco y quitarse de en medio.
Peor le fue a¨²n a Joselito: le sali¨® en quinto lugar un toro pronto de encastada nobleza y fracas¨® en su intento de sacarle faena. Sin templanza ni ligaz¨®n, abusivo en la utilizaci¨®n del pico, premioso e incapaz de embarcar la embestida codiciosa y humillad¨ªsima, hasta se vio desbordado en el transcurso del exagerado aluvi¨®n de pases que peg¨® por doquier, muchos de ellos sin orden ni concierto. Y, adem¨¢s, mat¨® al boyante toro de vulgar bajonazo, ech¨¢ndose fuera.
La militancia joselitista, que es abundant¨ªsima, no se lo pod¨ªa creer, y le aplaudi¨®, seguramente por salvar la cara. Mas no hab¨ªa ni salvaci¨®n, ni excusa posibles. Un maestro en tauromaquia, un as de espadas -como tambi¨¦n le llaman- no pod¨ªa pegar semejante petardo.
El toreo es algo muy distinto; nada tiene que ver con esa moda de trapacear pases por ah¨ª, a la ventolera de lo que salga. El toreo es, ante todo, mando, ligaz¨®n y ajuste. El toreo es lo que despleg¨® Jos¨¦ Ignacio S¨¢nchez, el alumno novato, en el toro de la alternativa, que result¨® reserv¨®n y acud¨ªa violento a los insistentes cites por la izquierda, y principalmente en el ¨²ltimo de la tarde, un ejemplar de casta que desarroll¨® bravura combativa en todos los tercios. Jos¨¦ Ignacio S¨¢nchez no pudo recrearse en la templanza exquisita, ya que el toro se le ven¨ªa con una fuerza y una velocidad tremendas, pero lo someti¨® por ambos lados y en todos lo frentes, aguant¨® imp¨¢vido las fieras acometidas, carg¨® la suerte, lig¨® los pases y construy¨® la faena entera en una parcelita reducid¨ªsima del redondel.
El alarde dominador, la entereza del diestro, la emoci¨®n intensa que emanaba de la bravura y la valent¨ªa, revivieron -?al fin!- la aut¨¦ntica grandeza del toreo. Habr¨ªa sido faena de puerta grande, en el supuesto de que el salmantino especialista en naturales y restaurador de los c¨¢nones de la tauromaquia la hubiese coronado con la espada. Mas no la coron¨®: mat¨® de horrendo bajonazo. Y esa fortuna tuvieron los otros, los maestros; ya que si Jos¨¦ Ignacio S¨¢nchez llega a matar por el hoyo de las agujas, se quedan en la ba?era para los restos, haciendo gluglu.
Babelia
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