C¨®digos de conducta
El taxista reconoce al famoso ex polic¨ªa por la calle, baja la ventanilla, saca el pu?o en adem¨¢n inconfundible y grita: "Amedo, t¨ªo, llega hasta el final. Hay que acabar con ellos". En Bilbao, el 10 de enero, con motivo del reconocimiento de tres pisos supuestamente pertenecientes a la infraestructura de los GAL. Lo contaba El Mundo del d¨ªa siguiente, aclarando que sus reporteros, testigos del reconocimiento, fueron alertados por una llamada an¨®nima. La cuesti¨®n es saber con qui¨¦n, seg¨²n el taxista, hab¨ªa que acabar al estilo Amedo: con los etarras, asesin¨¢ndolos en Francia; o con los socialistas, acus¨¢ndoles de haber instigado, amparado o encubierto esos asesinatos. ?Ser¨ªa aventurado suponer que el taxista se refer¨ªa a ambas cosas?Pero, aunque el taxista comparta con muchos otros esa doble y contradictoria admiraci¨®n, Amedo deja bastante que desear como h¨¦roe. En cualquier pel¨ªcula de las que dice Melchor Miralles que le gustaban a Amedo de joven -esas de polis con el cuello de la gabardina levantado- alguien que intentase registrar una conversaci¨®n como la que ¨¦l le grab¨® a Juli¨¢n Sancrist¨®bal ser¨ªa el malo: un amigo desleal. Seg¨²n recordaba el peri¨®dico que un d¨ªa despu¨¦s, coincidiendo con el inicio de la campa?a electoral, publicar¨ªa la transcripci¨®n de la cinta grabada por Amedo a Sancrist¨®bal, ambos eran amigos desde que el segundo fue nombrado gobernador de Vizcaya, en 1983. Y fue ¨¦l quien, tras la condena de su amigo a 108 a?os de c¨¢rcel, m¨¢s se movi¨® para que le concedieran el indulto; hasta le prepar¨® una entrevista con el fiscal general del Estado para tratar del asunto. El ex gobernador, seg¨²n el rotativo madrile?o, se preocup¨® de las mujeres de Amedo y Dom¨ªnguez mientras ambos estuvieron en prisi¨®n, e incluso les recomend¨® que sacaran el dinero de la cuenta de Ginebra porque el juez Garz¨®n pensaba bloquearla.
Admitir que la maldad de algunos sujetos es necesaria para que lo oculto aflore no significa que los malos dejen de serlo para convertirse en h¨¦roes. Pero si Amedo era tan malo, ?c¨®mo se les ocurri¨® depositar en sus manos tanta capacidad de chantaje? No podr¨¢n alegar que desconoc¨ªan al personaje porque el propio Sancrist¨®bal era estudiante de Ciencias Econ¨®micas en Bilbao cuando -seg¨²n el libro de Arques y Miralles- el poli, al que los estudiantes llamaban Mariflor, era un sopl¨®n franquista entre los alumnos de su facultad.
La discusi¨®n sobre la falta de profesionalidad de los organizadores de los GAL est¨¢ mal planteada. Sus cr¨ªmenes no habr¨ªan sido menos condenables si hubieran dejado menos pistas en hoteles, casinos o tarjetas de cr¨¦dito; pero si hubo una direcci¨®n pol¨ªtica -es decir, un impulso de personas que se ve¨ªan a s¨ª mismas protegidas por la raz¨®n de Estado-, su incompetencia profesional fue clamorosa al hacer depender esa raz¨®n de la voluntad de unos sujetos de los que en absoluto cab¨ªa esperar un comportamiento diferente al que tuvieron. Que los efectos del chantaje hayan tardado casi diez a?os en manifestarse no significa que no estuvieran presentes, como amenaza, desde el primer d¨ªa. De ah¨ª que la principal defensa del Gobierno sea alegar que fue su negativa a seguir pagando -en Suiza- y a conceder el indulto lo que desat¨¦ la lengua de Amedo.
Un Estado de derecho puede soportar muchas acechanzas, pero es muy vulnerable al chantaje de quien es depositario de secretos de Estado. Por eso, pretender que la culpa es de Garz¨®n supone agravar la responsabilidad. Pues si ese juez fuera tan miserable como para intentar hundir a Felipe Gonz¨¢lez por pura venganza, ?c¨®mo se les ocurri¨® depositar en su persona la credibilidad del cambio del cambio? Y sobre todo, ?c¨®mo alguien que lo conoc¨ªa tan bien como Belloch tent¨® la suerte humill¨¢ndolo en p¨²blico con aquel estremecedor: "?ste es mi tiempo, Baltasar"? En un art¨ªculo reciente, Ralf Dahrendorf defend¨ªa a los pol¨ªticos profesionales frente a los aficionados. Sobre todo, porque es m¨¢s probable que los primeros sepan distinguir lo que se puede hacer y lo que no".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.